Historias como las los dos santos de hoy, hacen sentir la fuerza de la gracia que animaba esta Iglesia que aún era una tierna niña.
Redacción (02/07/2022 16:59, Gaudium Press) San Martiniano y San Proceso, dos mártires muy particulares.
Cuando se leen historias como la de nuestros dos santos de hoy –dos de los varios que la Iglesia conmemora el 2 de julio– no se puede decir otra cosa sino que se siente la fuerza de la gracia que animaba esta Iglesia que aún era tiernísima niña.
Después de haber conmemorado a San Pedro y San Pablo el 29 pasado, y tras ellos a los protomártires del cristianismo el 30, hoy celebramos a dos santos nacidos directamente del apostolado de las dos columnas de la Iglesia.
Eran Proceso y Martiniano soldados de Nerón, y ejercían labores de guardia en la cárcel Mamertina, cuando allí llegaron San Pedro y a San Pablo. Estos dos prisioneros primero les parecieron extraños. Ellos no eran como los otros, no emiten sombras, de ellos salía una luz especial; ellos hablan bien; ellos regalan su comida, ayudan a los enfermos, hablan con un entusiasmo que arrastra de un Profeta Judío que llaman Jesús.
Ya habían tenido ese tipo de presos, que se hacen llamar cristianos –después de que Nerón decretara perseguirlos, llegan a la cárcel por montones– y son gente que llegaba a cambiar la fisonomía de la misma cárcel.
El milagro del agua de vida
Proceso y Martiniano escuchan más y más a estos cristianos, un día empiezan a gustar de su mensaje, la gracia los va transformando, hasta que deciden y manifiestan querer ser discípulos de Cristo. Piden el bautismo. Se ofrecen incluso como sustitutos de Pedro y Pablo para que puedan salir de prisión, permaneciendo ellos en su lugar.
Pero lo primero es el bautismo. Sin embargo, no había el agua, materia indispensable de ese sacramento de vida, el del inicio de la vida cristiana. Y entonces el primer Papa opera un milagro más: San Pedro dibuja una cruz mirando la Roca Tarpeya, de la cual brota el límpido líquido que también sirve también para bautizar a otros 47 que ya habían pedido el sacramento. Esa fuente hasta hoy no se agota, y sigue siendo ocasión de muchos favores.
La persecución se dirige ahora hacia los carceleros convertidos
Pero es claro que el imperio pagano no va a admitir tan fácilmente que los antiguos carceleros sean ahora anunciadores de la Buena Nueva de Jesús.
El juez Paulino manda llamar a Martiniano y a Proceso.
Les dice que no se preocuparan, que les sería perdonado ese momento de debilidad, de vana ilusión; pero que claro, debían abandonar esas tontas nuevas creencias, esas bobadas, y que ahí ya estaba Júpiter o Marte o el dios pagano-demonio que fuera esperando sus inciensos, su culto. No conocía Paulino la fuerza de la gracia que les había venido a los carceleros con el bautismo, pero lo constató cuando se tuvo que enfrentar la voluntad decidida de los carceleros: Ellos son y permanecerán cristianos, así le dijeron.
Comienzan las torturas
Se cuenta que les hicieron de todo. Les propinaron contusiones en la boca, recibieron todo tipo de azotes, los atemorizaron con las picaduras de escorpiones… Finalmente los queman, y luego los decapitan. Pero cuando estaban siendo quemados, sin explicación natural, el juez Paulino queda ciego, un espíritu maligno se apodera de él y muere a los tres días.
Había una matrona cristiana, Lucina, que recoge los cuerpos de los dos mártires carceleros, como lo hacía con muchos. Hace que los sepulten en su propiedad y luego inicia la construcción de una iglesia en honra de ellos.
Ellos están sepultados hoy en el cementerio de Damasco, en la Via Aurelia romana. Y hoy todo el orbe cristiano los recuerda, pues están en el cielo.
Con información de Catholic.net
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