Los cultores de Júpiter capitolino un día lo cercaron.
Redacción (29/11/2024, Gaudium Press) San Saturnino de Tolosa, uno de los santos que la Iglesia celebra hoy, llegó extranjero a esa que es hoy ciudad francesa, alrededor del año 250. No se sabe con certeza su lugar de origen, aunque algunas tradiciones lo ubican como proveniente de una familia patricia romana.
Eran entonces cónsules Decio y Grato. Ya era obispo Saturnino (nombre diminutivo del dios romano Saturno) y su predicación empezó a da mucho fruto en Toulouse por la gracia de Dios, mientras que los cultores de Júpiter capitolino se reducían a medida que veían que sus súplicas no eran atendidas, a diferencia de las súplicas de los cristianos.
Cuentan las tradiciones que los sacerdotes de Júpiter –y en eso no se les podrá dejar de reconocer razón– culparon de la agonía de su culto al cristiano obispo Saturnino: el demonio conoce bien sus enemigos y los sacerdotes del demonio fueron creciendo en odio hacia el sacerdote cristiano. Consiguieron ellos un día, reunir un grupo de sus seguidores para tomar al obispo desprevenido, rodearlo, y exigirle que sacrificara un toro en el altar de su Zeus.
El obispo Saturnino entonces, no solo se negó, sino que dijo que no temía a los rayos de su dios que era falso. Entonces la multitud ató al santo obispo al cuello del toro, picaron al toro para que sus energías se encendieran, y lo mandaron escaleras abajo del Capitolio (centro administrativo de la ciudad) mientras el bruto animal iba arrastrando al hombre de Dios. El toro corría, la piel del santo fue cayendo, sus huesos se fueron quebrando, y aunque no murió en ese instante, poco después sí.
Su cuerpo, destrozado, quedó tirado en la calle, de donde fue recogido por dos mujeres piadosas, que lo sepultaron en una fosa muy profunda, cerca de la ruta de Aquitania.
El cruel martirio y la valentía del Obispo comienza a trascender Toulouse, se extiende por las Galias, conquista Iberia.
Sobre este sitio donde reposaban los sagrados restos del obispo, primero San Hilario construyó una capilla de madera, que no resistió el paso del tiempo, y luego, tras el hallazgo de las reliquias, el duque Leunebaldo hizo construir la iglesia de San Saturnino, que primero se llamó Saint-Sernin-du-Taur, San Saturnino del Toro, y que hoy se conoce como Notre Dame du Taur, Nuestra Señora del Toro.
Con información de Aciprensa y Catholic.net
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