Durante la persecución del emperador Diocleciano, San Vicente Diáconosufrió la prisión, el hambre, el caballete y los hierros ardientes, terminando invicto la gloriosa batalla .
Redacción (22/01/2024, Gaudium Press) Hace unos días me encontré con una crítica a la Iglesia católica que afirma que ella se aprovecha del sufrimiento humano predicando la cruz, instrumento de tortura, y dirigiendo el atención de los fieles al cielo, permitiendo que las personas sean explotadas en esta tierra sin rebelarse.
Cuando terminé de leer me acordé del santo de hoy, San Vicente, cuya vida estuvo marcada por la crueldad de quienes lo atormentaban. Incluso ante cada latigazo e insulto, su respuesta fue sólo un suspiro, mostrando su consoladora certeza de un Cielo que lo esperaba.
Atormentado, San Vicente Diácono no perdió la paz
San Vicente sostenía el caballete, aquel donde se estiraban los miembros de la persona hasta que se rompían las articulaciones; soportó la parrilla, donde lo golpearon mientras uno de sus costados, la cara o la espalda, era cocinado por las llamas.
La crónica dice que los torturadores se fueron a descansar y dividieron los golpes en turnos, ya que se cansaban demasiado por las largas horas de castigo y azotes. ¿Se le ocurre a usted algo más absurdo y terrible?
San Vicente Diácono no se desanimó, siempre recordó cuánto había sufrido Cristo por él, y que era un deber de gratitud, una gracia, esta oportunidad de llevar también su cruz y ser digno de su amado Mesías.
Recurrí a la crítica. De hecho, la doctrina de la Iglesia alivia las heridas de quienes recorren la tierra prometiéndoles una recompensa eterna. Estaría de acuerdo con la crítica, si sólo una cosa fuera realidad: si el sufrimiento no existiera.
¿No es la muerte nuestra única certeza en esta tierra? ¿Y no es eso ya motivo de sufrimiento extremo? La incertidumbre, la inseguridad, la expectativa, ¿no son suficientes para hacer infelices los días de un ser humano? ¿Por qué culpar a la medicina de existir si la enfermedad ya existe antes que ella?
Por supuesto, la predicación de la Santa Iglesia sería diferente si estuviéramos en el paraíso en la tierra. Es claro, la Misión y la venida de Jesús hubieran sido diferentes si todos fuéramos fieles, pero esa no es la realidad. La vida está llena de verdugos, torturadores, emperadores y látigos.
No hay tercer camino
¿Cuál es nuestra elección entonces? ¿Seremos Vicentes o no? Si seremos mártires de Jesús, no en el modo en que lo fue el santo diácono, sino mártires de nuestra rutina, de nuestros deberes como cristianos, o no. “Quien quiera ganar el reino de los cielos, que tome su cruz y sígame”.
No se equivoquen, queridos lectores, ¡el destino es el mismo! Seamos Vicentes o no. Dentro de un mes comenzaremos la Cuaresma, y su primera celebración nos recuerda lo que somos: polvo. “Recuerda, hombre, que polvo eres, y al polvo volverás”. Reconozcamos que de lo que hemos logrado aquí en la Tierra no queda nada, excepto la consecuencia de nuestras intenciones, de nuestras obras.
¿Qué le diría entonces a nuestro estimado crítico? Que brinde una alternativa que la Santa Iglesia aún no ha brindado. ¿Caridad para los pobres? La Iglesia es la primera en recordarlo. ¿Dejar de oprimir a los marginados y promover la inclusión? “Y habrá un solo rebaño, bajo un solo pastor”. ¿Dejar de juzgar a los demás? Eso es lo que todos los sacerdotes recuerdan en cada sermón, Dios es el único que lee el corazón, y si eso no es suficiente para hacerte repensar tu vida, nada más lo hará.
“Bueno, entonces crea instituciones para instruir a la gente”. ¿Bajo qué patrocinio se fundaron las universidades más grandes del mundo? La Santa Iglesia. “Dejen de predicar la resignación”. ¿No acabamos de ver el sufrimiento que hay? Si no existe una cura fácil, una cura practicable, ¿por qué no al menos brindar consuelo?
Cerré la computadora. Hoy no sería el día para responder a las críticas. Lamentablemente, la lógica y los buenos argumentos han pasado de moda. Y, frente a los verdugos, no hay respuesta suficiente. San Vicente lo sabía. Por eso concentró su esfuerzo en consolar, incluso cuando estaba herido, a los cristianos que venían secretamente a visitarlo.
Que San Vicente Diácono, desde el Cielo donde hoy intercede por nosotros, traiga fuerza y confianza a quienes recorren los caminos de la vida.
(Fuente: arautos.org)
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