San Vicente Ferrer parecía más un habitante del Cielo que de esta tierra. Pero tuvo que luchar también las luchas de esta tierra.
Redacción (05/04/2024, Gaudium Press) San Vicente Ferrer, santo dominico, nace en Valencia, España, en 1357, de padres bien católicos.
Desde chico sus capacidades intelectuales excepcionales saltaban a la vista. Sus papás consiguen que estudie filosofía y teología muy joven, antes de los 18 años. Esta capacidad de estudio la combina con numerosas prácticas de piedad.
Cuando tenía esta edad, 18, entra a la orden de Santo Domingo, los Canes de Dios. Seis años después ya enseñaba filosofía a los religiosos de esta comunidad.
Dios permitió que sufriera fuertes tentaciones contra la castidad, que él yuguló por medio de la oración y mortificando su cuerpo. El demonio buscaba entrar por esa vía. Un día una mujer simula una enfermedad; cuando el santo va a asistirla con sacramentos, ella revela su hipocresía y le hace propuestas indecorosas. San Vicente sale del lugar y, en un hecho que se ha repetido a lo largo de los siglos, la mujer lo acusa falsamente.
Ocurrió que, contrario a lo que ha pasado muchas veces, nadie le creyó a esta mala mujer, que luego le pidió perdón al santo. San Vicente, rebosante de caridad, la curó de un mal oculto que Dios le había enviado por causa de sus pecados, también por causa de la falsa acusación.
Fue un gran misionero. Predicó en Francia, Italia, Inglaterra, en España por supuesto.
El Cardenal Pedro de Luna, anti-Papa Benedicto XIII, le tenía en alta estima. San Vicente influía fuertemente en él para que abandonase la dignidad pontificia y así se recondujese a la Iglesia a la unidad durante el terrible cisma de Avignon.
Convirtió mucha gente, hizo muchos milagros. Las gentes eran ávidas de sus predicaciones, y acudían en masa a verlo.
Milagros mientras predicaba
Cuando predicaba en presencia de muchas personas, ocurría algo milagroso y era que todos le escuchaban como si el santo estuviese a su lado. Y además ocurría algo parecido a lo que pasó tras Pentecostés, que hablando en su propia lengua, todos, incluso personas de diferentes idiomas, le entendían: era el don de lenguas, que el Santo poseía. En la diócesis de Viech renovó el milagro de la multiplicación de los panes. En Salamanca, con su palabra devolvió un muerto a la vida.
Había una mujer judía que seguía sus predicaciones, en una mezcla de atracción y murmuración en contra. En una ocasión no pudo ocultar su furia contra las palabras del santo, y salió de la iglesia hablando en voz alta contra lo que había escuchado de San Vicente. El santo ordenó que le abrieran paso y cuando estaba en el pórtico, este cayó sobre ella y la mató. El santo dice entonces: “Mujer, en nombre de Cristo, vuelve a la vida”, la mujer resucita y se convierte a la Iglesia.
Siempre fiel a sus votos religiosos, vivía en la austeridad.
Murió el 5 de abril de 1419, cuando tenía 62 años.
Las gentes lo llamaban el ángel de apocalipsis, cuando la Escritura relata: “Luego vi a otro Angel que volaba en lo más alto del cielo, llevando una Buena Noticia, la eterna, la que él debía anunciar a los habitantes de la tierra, a toda nación, familia, lengua y pueblo. Él proclamaba con voz potente: «Teman a Dios y glorifíquenlo, porque ha llegado la hora de su Juicio: adoren a aquel que hizo el cielo la tierra, el mar y los manantiales»” (Ap 14, 6-7). Una vez él mismo se identificó con este ángel, en marzo de 1412.
De hecho, el prof. Plinio Corrêa de Oliveira decía que él había sido el ‘ángel’ enviado por Dios para anunciar al mundo las calamidades que vendrían tras el progresivo abandono de la vida cristiana, existente en la cristiandad medieval.
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