Un río chino, decía Plinio Corrêa de Oliveira, de ciertas vidas que dan muchas vueltas antes de desembocar en el océano.
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Redacción (16/12/2020 07:39, Gaudium Press) La vida de Santa Adelaida, reina, emperatriz y regente, bien puede ejemplificar lo que el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira titulaba como los ríos chinos, es decir, estradas que dan muchas vueltas antes de desembocar en el mar.
Nace Adelaida hija de Rodolfo II, de la Borgoña superior, en el año 931. Para concluir un tratado con su contendiente, Hugo de Provenza, con quien peleaba por la corona de Italia (Lombardía), Rodolfo firma un tratado en una de cuyas cláusulas se especificaba que su tierna niña Adelaida se casaría con el hijo de Hugo, Lotario.
Siendo ya Lotario rey de Italia, aunque de forma casi meramente nominal, se cumple la cláusula del tratado y Adelaida se casa, naciendo de ese hogar una niña.
Destino fijado, se diría, gobernaría junto a su marido sobre el reino de los lombardos: no.
En el año 950, muere Lotario muy joven, tal vez asesinado por su sucesor, que era Berengario, quien era quien realmente gobernaba.
La reina va a la cárcel
Berengario, prendado de los dones de Adelaida quiere que ella se case con su hijo, pero como la Santa se niega, la manda encarcelar en un castillo de lago de Garda, tratándola de la forma más brutal.
Destino fijado, se diría, terminará sus días en la oscuridad y el maltrato de una perdida celda: no.
El emperador Otón no puede permitir el caos que cubre Italia e invade su norte, derrotando a Berengario. Entonces, la reina prisionera o escapa o es puesta en libertad y se reúne con el emperador.
Para consolidar la autoridad sobre Italia, Otón I se casa con Adelaida, con quien tiene cinco hijos.
Sin embargo, el hijo mayor de Otón es celoso de la influencia de la madrastra, y reúne todos los descontentos, que amenazan afectar el imperio. Pero la gracia y virtud de Adelaida termina triunfando sobre los alemanes.
Sube al trono su hijo, pero tiene problemas con la nuera, y se enemista con éste
En el año 973 sube al trono Otón II, el hijo mayor de Adelaida. Mal aconsejado por su esposa, la bizantina Teófana, comienzan los problemas con su madre, que abandona la corte y se refugia en Vienne. Finalmente el Abad de Cluny, san Mayolo, consigue la reconciliación entre madre e hijo, y en Pavía el hijo pide de rodillas perdón a su madre.
Pero en el 983 muere Otón II, y asume la regencia la nuera bizantina, quien como los naturales de su pueblo, tiene las astucias de la diplomacia y la política, a veces rastreras y bajas, haciendo que la emperatriz Adelaida abandone la corte. Alguien diría que se acababan la preocupaciones terrenales para Santa Adelaida: no.
De forma inesperada, la regente Teófana muere en el año 991, y siendo aún el heredero al trono muy chico, es a la emperatriz viuda Adelaida a quien le cae el peso del gobierno, asumiendo la regencia, una tarea muy engorrosa para un temperamento apacible como el de ella.
Funda la Santa numerosos monasterios, masculinos y femeninos, y busca la conversión de los eslavos, que atormentaban la frontera oriental de su Imperio.
La muerte le llega en el monasterio de Seltz, a orillas del Rin, que ella misma había fundado, el 16 de diciembre de 999.
Toda una patrona, para confiar e invocar el auxilio de Dios en todas las circunstancias de la vida.
Con información de El Testigo Fiel
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