Era un alma de vivos movimiento, primero mundana, después entregada.
Redacción (04/01/2022 08:00, Gaudium Press) Santa Ángela de Foligno nace en una ciudad que había tomado el partido del emperador Federico II de Hohenstaufen contra el Papa, y es probable que esto haya tiznado con cierto toque anticlerical su hogar de materno.
Lo cierto es que ella nace en una familia adinerada, alrededor de año 1248, y le coge apego a las riquezas. Se casa con también un hombre rico, y con él tiene varios hijos. Su vida era pues, de mundanismo, alejamiento de Dios y de la religión, uso profano de las riquezas. Santa Ángela diría después que ella no solo era negligente en materia de religión, sino verdadera pecadora.
Le daba al inicio vergüenza confesar sus pecados, por lo que declara que hizo varias comuniones sacrílegas.
Pero un día, ella tiene la famosa visión de la Verdadera Luz, en 1285, que es un llamado al amor en el sufrimiento. Ella entiende que llevaba una vida de pecado y busca entonces el sacrificio, siguiendo el modelo de San Francisco de Asís, a cuya tercera orden ingresó.
Dios se lleva su familia
Ella siguió en el mundo, pero sus lazos con el mundo y el demonio se van cortando. Luego muere su madre, a la que tenía gran afecto, después su esposo y sus hijos. El hermano Arnoldo, el franciscano que fue su confesor, dice que estas muertes constituyeron un gran golpe de dolor para esta mujer. Pero era un camino de espinas, por el cual Dios quería que ella pasase para llevarla a la más alta mística.
Fue vendiendo sus posesiones y finalmente en una visión, le fue exigido que vendiera un “castillo” por el que sentía gran amor.
Sus visiones se conservaron, porque el hermano Arnoldo las escuchaba y las trascribía.
Alrededor de la santa se constituyó un grupo de terciarios y terciarias franciscanos. Una de estas personas, una virgen, que acompañaba mucho los caminos de la santa, decía que los éxtasis le ocurrían frecuentemente; a veces su rostro se tornaba resplandeciente, y sus ojos parecían lanzar llamas.
Se dedicó a hacer caridad, a atender enfermos, a curarlos.
Su vida trascurría en lo que parecía gran sencillez, pues muchos desconocían su gran vida mística. Sintiendo que se acercaba su hora, a finales de 1380 reunió a sus hijos espirituales, los bendijo, y los exhortó en el camino a Dios. Muere el 4 de enero de 1308.
En sus escritos, cuenta que tuvo “que atravesar dieciocho etapas del camino de penitencia, antes de comprender toda la imperfección de mi vida”, desde la conciencia de su pecado, la confesión del mismo, la renuncia a vanidades como sus trajes, y de ahí al conocimiento de Cristo, su pasión, luchas contra el demonio.
Dios le concedió visiones de mucha descripción de su Pasión y Muerte, pero también otras, por ejemplo la de la Paz, otra sobre el Camino de la Salvación.
Con información de Catholic.net y El Testigo Fiel
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