Fundadora de la Compañía de la Cruz, es la Madre de los Pobres sevillana. Tuvo también que salir de las Hermanas de la Caridad. Dios iba guiando su vocación y fundación.
Redacción (02/03/2023 07:35, Gaudium Press) Hoy celebramos, entre otros santos a Santa Ángela de la Cruz (en el mundo María de los Ángeles Guerrero González) Fundadora, llamada Madre de los Pobres.
Nace en Sevilla en 1846, en una familia del pueblo. Sus padres eran los cocineros de los sacerdotes Teatinos de Sevilla. Pero pronto quedaría huérfana de padre.
De chica, ya su presencia de pureza y virtud imponía respeto. Tuvo que trabajar desde muy joven, 12 años, para ayudar a su familia. Lo hizo en una zapatería, la de doña Antonia Maldonado, que mucho la quería. Ahí en el taller, hacía que se rezase el rosario, lo que aumentaba la productividad…
En la peste de cólera que asoló Sevilla de 1865 Ángela se explaya en atender a los pobres. Decide en esas labores, sintiendo su vocación, seguir la aventura de “meterse a monja”.
Quiso ser carmelita descalza, pero no la recibieron tal vez por ser menudita y frágil. Luego entró a las Hermanas de la Caridad, pero ella, que creía que ya había encontrado la autopista que la llevaría al cielo, hubo de salir del convento al enfermar. Fue entonces que compenetrada se dijo a sí misma: “Seré monja en el mundo”, y promete, delante de un crucifijo, vivir los consejos evangélicos. Pasará a llamarse Ángela de la Cruz.
Formula en 1873 votos perpetuos fuera del claustro. Dios le inspira un lema, su divisa, que será divisa de sus hijas espirituales y que se constituirá en bálsamo para tantos y tantos necesitados: “Hay que hacerse pobre con los pobres”.
Ella iba por el mundo haciendo su caridad reflejo de la caridad de Cristo, pero una idea le venía una vez y otra vez a la cabeza, moviéndole por dentro el corazón: Hay que formar la “Compañía de la Cruz”, se debe establecer en la Tierra la “Compañía de la Cruz”. Dios sabrá.
Un día se le junta Josefa de la Peña, persona con recursos económicos. Luego otra, y otras. Alquilan su primer “convento”, que era solo un cuarto, sin baño privado pero sí con derecho a cocina en la casa; ahí comenzaron su servicio a los necesitados, como la semilla de lo que sería después un frondoso árbol de mostaza. Tiempo después se trasladan a una casa, luego adquieren un hábito. El Cardenal Spinola les da su bendición en 1876.
Las cruces no faltarán en su vida – no pueden faltar, son el sello de los verdaderos seguidores de Cristo–, ni en la de las religiosas, pero la obra se sigue expandiendo, ejerciendo su acción benéfica a todos los rincones de Andalucía. Llega finalmente la aprobación romana.
Insistía en la humildad: “No ser, no querer ser; pisotear el yo, enterrarlo si posible fuera…”. También animaba a amar la Cruz de Cristo, a contemplarla, a nutrirse de ella y sacar de ella todo, también el consuelo.
Juan Pablo II la beatifica en Sevilla el 5 de noviembre de 1982. La canoniza este mismo Papa, ahora en Madrid, el 4 de mayo de 2003.
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