La historia de Beatriz de Silva y Menezes es más que una santa aventura. Al final fue Isabel la Católica, hija de su casi asesina, instrumento para su fundación.
Redacción (17/08/2024, Gaudium Press) Beatriz de Silva, la Santa de hoy, es hija de nobles. Sus padres eran Don Rui Gomes da Silva, bravo caballero portugués que participó en la toma de Ceuta y de Doña Isabel de Menezes, hija del Conde de Villa Real ilustre descendiente del primer monarca portugués Don Alfonso Henriques. Nació ahí, en ese hogar, en 1426 Beatriz da Silva e Menezes, octava hija del noble matrimonio. Doña Isabel educó muy en la fe católica a sus numerosa prole.
Beatriz era una niña inclinada a la virtud.
Hasta la edad de sus 23 años vivió calmadamente en el seno de su familia, pero fue en 1447 cuando su vida sufrió un gran cambio. La Princesa Doña Isabel –su prima hermana de 19 años de edad, iba a contraer matrimonio con Don Juan II de Castilla y la escogía para que fuera una de sus damas de honor en la Corte española. Ella puso esta perspectiva en manos de la Virgen.
Virtud intacta en medio de las tentaciones de la Corte – La Reina le tiene celos
En la Corte encontró un ambiente muy diverso del que había sido educada. El fausto y el lujo del S. XV estaba en su apogeo. No faltaban las envidias, las comparaciones, las competencias, las intrigas, la ambición y la hipocresía. En ese ambiente mundano destacaba la belleza, dignidad, gentileza y trato de Beatriz. Con su grandeza de alma se mantenía notoriamente muy por encima de todas las frivolidades mundanas, cualidad que al mismo tiempo la hacía ser muy condescendiente y bondadosa con todos, excepto, claro está, con aquellos o aquellas que ella notaba la podían desviar de su recto camino.
Sus virtudes comenzaron a suscitar los celos de la propia reina Isabel. Malvados rumores comenzaron a salpicar dudas sobre la virtud de Beatriz, esto porque el rey Don Juan II, hombre de carácter tímido e inseguro, algunas veces buscaba aliento para gobernar su reino, en las elevadas conversaciones que mantenía con ella. Surgieron entonces en la mente de la reina ideas fantasiosas a cerca de la fidelidad conyugal del rey su esposo.
Poseída de un odio que se fue haciendo cada vez más profundo, la reina comenzó a maltratar y a humillar a Beatriz. Un día los celos se transforman en odio, y llegan al auge.
Una noche, cansada de su situación e implorando a la Virgen fuerzas, escucha golpes en la puerta. Era la Reina.
– ¡Sígueme! Le ordenó con voz firme la soberana. La joven dama dejando pronto sus aposentos, siguió a la reina que a pasos rápidos comenzó a dirigirse a la parte inferior del castillo.
– ¡Ja! Me has engañado hasta ahora. Pretendes conquistar al rey y librarte de mí para subir al trono de Castilla. ¡No lo conseguirás! Entra ahí (un cofre) o yo misma de arrojaré allá adentro. Mirándola firmemente, Beatriz le respondió:
– Señora, queréis matarme pero sabéis que soy inocente de las culpas que me imputáis. Dios, justo juez, sea testigo de este vuestro acto. Que Él os perdone esta locura, prima mía dándoos la gracia del arrepentimiento para purificar vuestra alma. Doña Isabel la empujó con violencia dentro del cofre y cerró la tapa con una gran llave. Esperaba que la falta de oxígeno asfixiase a la que torpemente creía su “rival”.
Previendo que pronto moriría de asfixia, Beatriz rezó a la Virgen Inmaculada y entonces se le apareció Nuestra Señora vestida de blanco, con un manto azul y llevando al Niño Jesús en los brazos.
– Hija mía, no morirás. Te conservaré la vida para la realización de lo que tanto has deseado. Fundarás una gran orden religiosa con el título de la Inmaculada Concepción. Tus hijas vestirán un hábito como estos vestidos que llevo y se dedicarán a servir a Dios en unión conmigo, le dijo Nuestra Señora.
Tres días pasó Beatriz en el cofre, llena de consolación y alegría sin sentir pasar el tiempo.
Su tío, Don Juan de Menezes, que también residía en la Corte, notando la ausencia de su sobrina, fue a pedirle noticias a Doña Isabel. Entonces la reina lo condujo hasta el lugar del cofre creyendo encontrar ahí un cadáver. Pero, ¡cuál no fue su sorpresa! Al abrir el cofre, salió Beatriz bella y reluciente como un diamante.
Se encuentra con San Francisco y San Antonio de Padua
Beatriz perdonó a su prima que se había arrepentido, pero resolvió alejarse de las intrigas de la Corte y buscar refugio en el monasterio de Santo Domingo el Real situado en Toledo. En aquellos tiempos era común que los conventos alojaran personas de alta categoría que, sin obligación de someterse al reglamento, llevaran sin embargo vida monacal. Y era ese el estilo de vida que Beatriz anhelaba. No le serviría más a una reina de la tierra, sino a la Reina de los Cielos.
La arrepentida reina Isabel, para reparar todo lo que había hecho, le preparó lo necesario para hacer aquel largo, arriesgado y penoso viaje. En el camino se encontró con dos frailes franciscanos que le hablaron proféticamente sobre el futuro de la fundación. Ella los convidó a cenar en la próxima posada donde se detendrían, pero a los ojos de todos, los dos frailes desaparecieron. Comprendió entonces Beatriz que se trataba nada menos que de San Francisco de Asís y San Antonio de Padua que se le aparecieron para fortalecerla y animarla a seguir en su emprendimiento.
Después de trasponer los umbrales de la clausura del monasterio, la noble dama cubrió para siempre su bello rostro con un velo blanco que usaría hasta el fin de su vida para ocultar su hermosura a los ojos del mundo y ofrecérsela solamente a Dios. Nunca más aquella bella fisonomía – que conservaría su lozanía frescura hasta la muerte, volvería a ser vista por las criaturas.
Beatriz vivía en el monasterio con un simple sayal, como una más, pero siempre con una virtud que la hacía destacar; y pasan y pasan los años.
La hija de su casi asesina, es la puerta para la fundación de la obra
En 1484 – Beatriz ya de 58 años de edad –, una importante visita llega al monasterio: era la reina Isabel la católica, hija de la Isabel que había querido quitarle la vida.
La reina de España, venía a pedir oraciones a las monjas, dada la difícil situación política en que se encontraba el reino. Habiendo tenido oportunidad de conversar con la reina, esta, al final de la conversación, muy interesada en lo que le contara Beatriz, le ofreció un palacio de su propiedad junto a la iglesia de la Santa Fe en el propio Toledo para que iniciara allí su tan anhelada obra. Beatriz vio en esa oferta la mano de la Divina Providencia y aceptó: ¡Había llegado el momento de la fundación!
La noticia de la fundación del nuevo monasterio corrió rápidamente por todas partes. Bien pronto se presentaron varias candidatas, la gran mayoría provenientes de familias de la nobleza que quería vincularse a esa nueva orden religiosa femenina perteneciente a las Concepcionistas Franciscanas, pues se había decidido que sería una rama de la Orden de los Frailes Menores o Franciscanos. A todas las candidatas Beatriz las instruiría sobre la austeridad de la vida monacal, la clausura rigurosa, el silencio y el espíritu de mortificación.
Doce de esas jóvenes perseveraron en sus piadosos deseos, incluida Filipa da Silva, sobrina de Santa Beatriz quien se empeñó totalmente en la formación de sus hijas espirituales, tomando como modelo y maestra a su Santa Madre la Virgen logrando que todas se moldearan por ese gran espíritu. Tenían como punto de honor, honrar la Inmaculada Concepción.
La constitución de la nueva comunidad no estuvo exenta de tropiezos, pero al final Dios venció.
En el mes de agosto de 1490, cuando todas las religiosas hacían el retiro para la solemne profesión de los votos religiosos y la recepción oficial del tan deseado bello hábito, la propia Santísima Virgen se le apareció a santa Beatriz y le dijo:
– Hijita, no es mi voluntad ni la de mi Hijo que goces aquí en la tierra lo que tanto has deseado. De hoy en diez días estarás conmigo ya en el Paraíso.
Para suministrarle el Sacramento de la extrema unción de los enfermos, se tuvo que proceder al descubrirle el rostro, lo cual dejó a todos asombrados por su extrema belleza y una pequeña estrella que refulgía sobre su frente iluminándole la sonrisa. La estrella permaneció hasta que santa Beatriz exhaló su último suspiro el día 16 de agosto de 1491.
(Tomado de Revista Heraldos del Evangelio, Dic/2008)
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