La voz de Santa Catalina de Alejandría fue una de las escuchadas por Santa Juana de Arco en sus revelaciones.
Redacción (25/11/2024 07:47, Gaudium Press) Santa Catalina de Alejandría nace en esa gran ciudad mediterránea en la segunda mitad del S. III., en el corazón de Egipto, la ciudad creada por Alejandro Magno tres siglos antes de que llegara Cristo. Ella era verde rama brotada de un tronco de noble alcurnia.
Pero no solo era de familia de abolengo, sino que se distinguía por su inteligencia, erudición y belleza. No eran pocos los ricos y nobles que pedían su mano. La madre y los parientes trataban de convencerla para que se casara, pues Catalina no se decidía y decía a sus allegados: “Si quieren que me case entonces encuéntrenme alguien que me iguale en hermosura y erudición”.
Pero un día Dios hizo que Catalina conociera a un anacoreta, hombre inteligente y de vida ejemplar. Examinaba con Catalina los méritos de sus pretendientes, cuando el anacoreta dijo:
– Yo conozco al Novio que es superior en todo a ti. No hay nadie igual.
El Anacoreta le dio un icono de la Santísima Virgen, prometiendo que Ella ayudaría a Catalina a ver a ese Singular prospecto. Durante la siguiente noche, adormecida Catalina vio a la Reina Celestial rodeada de ángeles parada delante de ella con el Niño que resplandecía como el sol. Fueron vanos los esfuerzos de Catalina para ver su rostro. Él se daba vuelta.
–No desprecies a tu creación –pedía la Madre de Dios a su Divino Hijo– dile lo que tiene que hacer para ver tu imagen brillante, tu Rostro.
– Que regrese y pregunte al Anacoreta – contestó el Niño.
Despierta, Catalina queda asombrado y marcada por el sueño.
Ni bien amaneció, fue a ver al anacoreta, se arrodilló a sus pies y pidió consejo. El anacoreta le explico detalladamente sobre la verdadera fe, el paraíso y la vida en el paraíso de los justos y acerca de la perdición de los pecadores. La sabia joven comprendió la superioridad de la fe cristiana sobre la pagana. Creyó en Jesucristo como el Hijo de Dios y se bautizó. Y entonces la luz divina entró en ella y la llenó de alegría.
Cuando Catalina regresó a su casa con su alma renovada, rezó durante mucho tiempo agradeciendo a Dios por la gracia otorgada.
Durante la oración una vez más se quedó dormida y vio nuevamente a la Madre de Dios, pero ahora el Niño Divino la observaba con benevolencia. La Santísima Virgen tomó la mano derecha de la joven y el Niño le puso un maravilloso anillo, diciendo, casi que como quien da una orden:
– No tengas otro novio terrenal.
Catalina comprendió que a partir de este momento ella estaba comprometida con Cristo; cuando despertó sentía la mayor alegría en su corazón. A partir de este sueño ella cambió completamente. Se hizo humilde, benévola y amable. Empezó a rezar a Dios frecuentemente pidiendo su guía y ayuda. Única meta que la entusiasmaba: vivir para Cristo.
Maximiano la intenta hacer pagana, finalmente la mata
Poco tiempo después vino a Alejandría Maximiano, co-emperador (286-305) con Diocleciano. Fueron enviados mensajeros a las ciudades de Egipto para invitar al pueblo a una fiesta en honor del monarca donde se rendiría tributo a los dioses paganos, que son meros disfraces de demonios. Catalina estaba muy triste porque el emperador, en vez de ayudar a instruir al pueblo, extendía la superstición pagana. Cuando llegó el día de la fiesta ella, movida por una valentía sobrenatural, fue al templo pagano, donde estaban reunidos los sacerdotes idolátricos, la nobleza y el pueblo y dijo sin miedo al emperador:
– ¡Emperador!, ¿no te da vergüenza orar a los repugnantes ídolos? Conoce al verdadero Dios eterno e infinito. Por Él apareció el universo y los reyes reinan. Él bajó a la tierra y se hizo hombre para nuestra salvación.
Maximiano se enojó con Catalina por la falta de respeto hacia la dignidad imperial y ordenó encarcelarla. Después, dio instrucciones a eruditos para que intentaran convencer a Catalina de la autenticidad de la religión pagana. Durante varios días ellos expusieron diferentes argumentos en pro de la religión pagana, pero Catalina los vencía con su lógica, y con sus razonamientos les demostraba que no tenían razón. Concluía que solamente podía existir un Sabio, un Creador de todo, quien con sus perfecciones se eleva infinitamente sobre los dioses paganos.
Finalmente, los sabios paganos tuvieron que admitir que habían caído bajo el peso de los argumentos imbatibles de Catalina. Sin embargo, a pesar de sufrir la derrota en el campo intelectual, Maximiano no cejó en su intención de atraer hacia la idolatría a Catalina. La llamó y trato de seducirla con regalos, promesas de favores y gloria. Pero Catalina no se dejó seducir.
Maximiano tuvo que ausentarse de la ciudad por un corto período. Su esposa, la emperatriz Augusta, que escuchó mucho sobre la sabiduría de Catalina, quiso verla. Se encontró con ella y, habiéndola escuchado, se hizo cristiana. Cuando Maximiano regresó a Alejandría llamó nuevamente a Catalina. Esta vez se quitó su mascara de benevolencia y empezó a amenazarla con torturas y muerte. Después mandó traer unas ruedas con sierras y ordenó matarla de horrible manera. Pero, ni bien empezaron las torturas, una fuerza invisible rompió el instrumento de tortura y santa Catalina salió ilesa. Cuando la emperatriz Augusta supo lo que pasó, vino a ver a su esposo y le reprochó que pretendiera él desafiar al mismo Dios. El emperador se enfureció por la intervención de su esposa y ordenó matarla ahí mismo. Al otro día Maximiano llamó a Catalina por última vez y le ofreció ser su esposa, prometiendo todos los bienes materiales. Pero Santa Catalina no quiso saber nada. Viendo la inutilidad de todos sus esfuerzos el emperador ordenó matarla y un guerrero la decapitó.
En el 527 el emperador Justiniano construye un monasterio para los ermitaños del Sinaí. Hasta allá se llevaron las reliquias de la santa, en siglos posteriores.
Fue muy popular su devoción en la Edad Media. Fue la de ella una de las voces escuchadas por Santa Juana de Arco en sus revelaciones. Bossuet le dedicó uno de sus más reconocidos elogios.
Con información de El Testigo Fiel.
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