Ella fue el regalo de Dios para una Cristiandad que empezaba a dar signos de enfermedad.
Redacción (29/04/2022 11:19, Gaudium Press) Santa Catalina de Siena marcó la historia de la humanidad y seguirá estando presente en las consideraciones de los hombres por siempre.
Nace en 1347, junto a una hermana gemela que no sobrevivió muchos días, pero que alcanzó a ser bautizada. Era la penúltima de los hijos, y la última de las niñas. Tuvo la gracia de crecer en un ambiente religioso, puro. Su padre era tintorero, bien establecido.
Desde chica el cielo se le abrió, y conversaba con ángeles y santos.
Se recluía en su cuarto donde vivía su piedad. Pero su madre quería casarla, y como ella, que desde los 7 años había hecho voto de virginidad, no cedía, la madre comenzó un verdadero acoso. Incluso impidió que se recluyera en su cuarto, por lo que ella se construyó un ‘cuarto místico’, donde guardaba su corazón.
Se había cortado la cabellera a los 16 años, como signo de su rompimiento con el mundo. A los 18, recibió el hábito de las Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo, una especie de orden tercera dominica.
Entre los muchos favores del cielo que recibió, estuvo lo que se conoce como el “desposorio místico” con el Señor, los estigmas de la pasión, vivió una “muerte mística” en la que fue llevada en espíritu al Infierno, al Purgatorio y al Paraíso, y tuvo una “troca mística de corazón con Jesucristo”.
Aprendió milagrosamente a leer y a escribir, para cumplir la misión que Dios le tenía destinada en la tierra.
Su confesor es su biógrafo, un Beato
Tenía un gran número de discípulos, los caterinati, donde había clérigos y laicos. Entre estos se encontraba el Beato Raimundo de Capua, su confesor y primer biógrafo, por quien se conocen muchos detalles de su vida.
Su muy visible carisma no impidió que sufriese la persecución de ciertas gentes, seguramente movidas por el espíritu del mal. Incluso sufrió la incomprensión de frailes de su propia orden y de algunas de sus hermanas de religión.
Después de una preparación espiritual en el recogimiento le llegó la hora de su ‘vida pública’. Sirvió como pacificadora en medio de luchas intestinas en la Cristiandad. Afirmó ella misma que para instruirse para la misión que desempeñaba “tomé lecciones, como en sueños, con el glorioso evangelista San Juan y con Santo Tomás de Aquino”.
En esa santa mujer también habitaba el espíritu de cruzada, pues quería una Cristiandad pacificada que se dispusiese luego a la liberación de los santos lugares.
Vivió en los preludios del cisma de Avignon, tiempo de mucho mal para la Iglesia. Rogó al Papa Gregorio XI que dejase Avignon y regresase a sus reinos romanos, para que reformase el clero y ejerciese una buena administración de los Estados Pontificios. Fue hasta Avignon para proclamar los vicios de la corte pontificia y pedir que se cortasen los abusos.
Censuró al Rey de Francia por llevar la guerra a cristianos y no empeñarse en la cruzada.
Convence al Papa de regresar a Roma
Finalmente convence a Gregorio XI a regresar a Roma. Pero Florencia hace la guerra al Papa, persigue a la Santa. Gregorio muere y es elegido Urbano VI, que llama a Santa Catalina a su lado como auxiliar.
Pero Urbano era muy rígido, y esto es aprovechado por el demonio para que algunos cardenales regresen a Avignon y elijan a un antipapa, Clemente VII, iniciando así el Gran Cisma de Occidente.
Catalina lucha por el verdadero Papa, escribe innumerables cartas a Cardenales y Reyes.
Pero el cisma avanza, una verdadera pasión de la Iglesia, y ella vive el dolor de esa pasión.
Ella pidió a sus secretarios que cuando entrase en éxtasis anotasen las cosas que decía. Así nació el Diálogo, verdaderos y maravillosos diálogos entre su alma y Dios.
Muere muy joven, a los 33 años, un 29 de abril; pero ya había cumplido su misión en la tierra y ahora iniciaba una en la eternidad.
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