Otro día regresó el Tíber a su cauce, siendo este uno de varios milagros portentosos.
Redacción (24/03/2023 08:18, Gaudium Press) Santa Catalina era la cuarta de los ocho hijos de una pareja muy virtuosa: Su madre era Santa Brígida, que estaba casada con el príncipe Ulphon de Suecia.
Siendo aún una niña, fue entregada a una abadesa para que en el claustro continuase su instrucción.
El demonio no la soportaba: una noche, estando su tutora en la capilla, tomó forma de toro y con sus cuernos la sacó de la cama. La abadesa llegó atraída por los gritos de la niña, y la propia superiora vio ella misma al demonio quien le dijo: “Con qué gusto habría acabado con ella, si Dios me lo hubiera permitido”.
Fue destinada al matrimonio siendo muy joven, de solo 13 años, sin ninguna inclinación hacia él. Consiguió que su esposo, Edgardo de Kurner, viviese con ella en continencia perfecta, dedicándose los dos a obras de caridad.
Después de fallecer Ulphon, Santa Brígida fue a vivir a Roma, y con el permiso de su esposo hasta allá fue su hija Santa Catalina. Poco después moría el esposo de esta, Edgardo.
Dios protegía su virtud
Un día un pretendiente quiso secuestrar a Santa Catalina para casarla por la fuerza. Caminaba ella a la iglesia de San Sebastián cuando apareció el hombre. Pero entonces, surgió un ciervo en el camino, que distrajo al secuestrador y ella pudo huir.
Pero el miserable no cejó en su intento y una vez más quiso perpetrar el rapto, en esta ocasión cuando ella iba junto a su madre a la iglesia de San Lorenzo. Esta vez Dios fue menos paciente, y el hombre quedó ciego. Supo enseguida interiormente la razón de su castigo, y pidió a las santas que rezasen por él, lo que caritativamente ellas hicieron, recuperando la vista.
Una vez un grupo de bandidos las cerca, a Santa Catalina y Santa Brígida, que iban rumbo a Asís. En el momento en que se atrevieron a tocarlas, también quedaron ciegos, pero esta vez de forma definitiva.
Durante una época le entró el deseo de volver a su país. Pero una noche la Virgen se le aparece, la reprende, y le dice que en su tierra tendría innumerables peligros para su alma. Cuando despierta, la santa corre a los pies de la madre y le promete que nunca la abandonará.
Después de una peregrinación a Roma, muere Santa Brígida. Catalina cumple una promesa de su madre, lleva sus restos a Suecia, pero después –fiel a sus promesas y al aviso de la Virgen– regresa a Roma.
Por su intermedio, y aún en vida, Dios hizo varios milagros, como el portentoso del regreso del Tíber a su cauce, o cuando curó a un obrero que había caído de muy alto.
Muere el 24 de marzo de 1381. Fue canonizada en 1474.
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