Los hechos de su vida son piadosas tradiciones. El martirio de la patrona de los músicos está más que comprobado.
Redacción (22/11/2023, Gaudium Press) Hoy la Iglesia celebra a Santa Cecilia, que además de ser patrona de los músicos es sobre todo un ejemplo perfectísimo de mujer cristiana.
Ella era una dama de la alta nobleza romana, que dio una casa y un terreno a los cristianos de los primeros siglos. Esta casa con el paso del tiempo se convirtió en la iglesia de Santa Cecilia en Trastévere, y el terreno es ahora el Cementerio de San Calixto, lugar donde la noble fue enterrada al momento de su muerte.
Nace la Santa en el S. III, de una familia que ya era cristiana. Además, la dama de compañía-enfermera que le fue designada también era fervorosa cristiana, quien terminó afianzándola en la fe.
Ella recorría la dulce Via Pulchritudinis y su inocencia la llevaba a ver a Dios en las bellezas de la Creación. También, y fruto de su educación cristiana, surgió en ella un gran amor por los desamparados, a quienes no solo ayudaba materialmente, sino que también, y más importante, les transmitía la doctrina cristiana.
Era un alma de alto quilate, la que Dios iba formando.
Después de que el propio Papa Urbano le diera la comunión, ella hizo el propósito de consagrar su virginidad como esposa de Jesucristo.
Las gloriosas cruces, que no faltan
Pero a esta niña, que había tenido una infancia dorada, tanto material como en el espíritu, le llegó la hora de los sufrimientos.
Cuentan las tradiciones, que mueren sus padres, y queda bajo la tutela de un pariente pagano, que le ofrecía muchas distracciones del mundo, las cuales desagradaban a Santa Cecilia. Tuvo que luchar contra las tentaciones que estos ofrecimientos traían, que eran los gozos sensuales comunes de la juventud pagana romana. Pero ella se mantiene firme y persevera. Las idas a las catacumbas donde se encontraba con los cristianos se van haciendo más difíciles, lo que las hace más meritorias. A veces pasaba la noche entera en las catacumbas, donde asistía a todos los oficios divinos.
Sin embargo, Dios tenía designios especiales sobre esta joven, y destinó un ángel propio que la custodiaba, la defendía de los peligros, se le aparecía, la orientaba. Bonito ejemplo, para que nosotros dejémos de despreciar al ángel de la guarda.
Un joven romano, que no conocía la discreta condición de cristiana de Santa Cecilia, se enamoró de ella, de su belleza, modestia y virtudes que translucían en su belleza exterior. Este joven, Valeriano, conversó con el tutor de Cecilia, y el tutor entra en el plan para que la Santa fuera su esposa. Santa Cecilia al principio rechazó la intención matrimonial de este hombre, pero ante las amenazas y pedidos, acepta casarse.
Llega el día de la boda. En el palacio de Santa Cecilia, muchas doncellas, esclavos haciendo sus oficios, nobles, todo era algarabía; la única que no manifestaba exultación era Cecilia.
Se oficia el rito, y Cecilia se convierte en la esposa de Valeriano.
Pero ya en la cámara nupcial Santa Cecilia le anuncia al cónyugue que debían vivir como hermanos, pues ella había consagrado su cuerpo a alguien que no era de este mundo, y este Señor le había enviado un Ángel para protegerla. Si el Ángel veía que no la respetaba, se enojaría con él, y la venganza sería enorme.
Después de un intercambio de palabras, Santa Cecilia eleva al cielo una oración : “¡Oh Señor! ¿Cuánto tiempo durará el reino del espíritu del mal? ¿Hasta cuándo los hombres caminarán entre las tinieblas del error, de la mentira y falsedad?”, y entonces una luz sobrenatural la envolvió. Valeriano contemplaba todo ello, maravillado, y se iba acercando a la fe católica. Pidió ver al Ángel que custodiaba la integridad de Cecilia, pero la Santa le dijo que primero tenía que bautizarse, lo que él hizo, en las catacumbas, con el Papa.
Ve al Ángel de Dios
Cuando regresó, encuentra a Cecilia en oración y a su lado el Ángel del Señor, que portaba en sus manos dos coronas, de rosas y lirios, las que colocó en las cabezas de los esposos, lo que se constituyó también en señal de futuro martirio. Ellos mantendrían la castidad perfecta dentro del matrimonio.
Valeriano le pidió al Ángel que su hermano Tiburcio fuese atraído a la fe cristiana, como así ocurrió.
Está registrado en Actas que los enemigos del cristianismo conocieron de la nueva fe de Valeriano y de Tiburcio, e hicieron que se los llevara al patíbulo.
Después llegó la hora de Santa Cecilia.
El prefecto romano Almaquio condena a la joven a morir por asfixia. Ella sería llevada a un cámara en la que se introducían gases calientes y pestilentes que la ahogarían. Sin embargo, pasa un día y una noche, entran los verdugos, y la encuentran en oración, rodeada de un puro aire. Lleno de sorpresa, pero también de odio, Almaquio la condena a la decapitación.
El verdugo no da uno, sino que tiene que usar de los tres golpes permitidos, pero la santa continúa con vida, y el verdugo huye abrumado por el hecho. Quedó con vida, pero herida de muerte. De su cuello corre un puro riachuelo de sangre, que es recogida por los cristianos.
A pesar de la gravedad de la herida, la agonía se extiende en el tiempo, permitiendo que el propio Papa le llevase los últimos sacramentos. Muere haciendo en su mano la señal de la Trinidad, es decir, con tres dedos indicaba a las Tres Personas Divinas y con el pulgar al Único Dios verdadero.
Su cuerpo fue depositado en un ataúd.
(Con información del libro “Santa Cecilia, Virgen y Mártir, de Saverio M. Vanzo, S.S.P.)
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