La fundadora de las benedictinas era gemela de San Benito, tanto en la carne como en el espíritu.
Redacción (10/02/2024, Gaudium Press) Santa Escolástica, hermana del Patriarca de Occidente San Benito, era gemela de su santo hermano. Dos almas gemelas en la carne, pero también en la santidad. Alma inocente, no se conocen muchos datos de ella.
Nace Santa Escolástica en Nursia, al pie de los montes Apeninos, en el año 480.
Su familia, de alta alcurnia, brindó a los gemelos una excelente educación, particularmente en lo referente a la fe.
Cuando mueren los padres, ella busca un mayor recogimiento, y después de que su hermano deja el desierto del Subiaco y va a fundar el monasterio de Montecasino, la hermana gemela distribuye todos sus haberes a los pobres, y va con una criada a la búsqueda de Benito, pidiéndole que fuese su padre espiritual. San Benito, que ya reconocía la virtud de su hermana, mandó que se le construyera una habitación, a ella y a la criada, y le prescribió la misma regla que a sus monjes.
La fama de virtud de Santa Escolástica atrajo a otras jóvenes, que se colocaron bajo su dirección y la de San Benito. Nacen así las benedictinas, orden que llegó a tener 14.000 monasterios.
Una vez por año, antes de la Cuaresma, los dos hermanos santos se encontraban para conversar de cosas de Dios, una conversación sublimísima.
El último encuentro entre los dos hermanos
San Gregorio Magno, Papa, narra el último encuentro que tuvo Benito con su hermana Escolástica.
Era el primer jueves de la Cuaresma de 547. San Benito fue a estar con su hermana en la casita de costumbre. Pasaron todo el día hablando de Dios. Al atardecer, se levantó San Benito decidido a regresar a su monasterio, para volver apenas en el próximo año.
Presintiendo que pronto moriría, Santa Escolástica pidió al hermano que pasasen allí la noche y no interrumpiesen tan bendecida convivencia, a lo que el hermano respondió:
– ¿Qué dices? ¿No sabes que no puedo pasar la noche fuera de la clausura del convento?
Escolástica nada dijo. Apenas bajó la cabeza y, en la inocencia de su corazón, pidió a Dios que le concediese la gracia de estar un poco más con su hermano y padre espiritual, a quien tanto amaba. En el mismo instante el cielo se nubló. Rayos y truenos llenaron el firmamento de luz y estruendos. La lluvia comenzó a caer torrencialmente. Era imposible subir a Monte Casino en aquellas condiciones. Escolástica apenas preguntó a su hermano:
– ¿Entonces, no vas a salir? San Benito, percibiendo lo que había pasado, le preguntó:
– ¿Qué hiciste, hermana mía? Dios te perdone por eso…
– Yo te pedí y no quisiste atenderme. Pedí a Dios y Él me oyó – respondió la cándida virgen.
Pasaron aquella noche en santa convivencia, pudiendo el santo fundador regresar a su monasterio apenas al otro día por la mañana.
De hecho, tres días después moría Santa Escolástica, y San Benito vio, desde la ventana de su cuarto, el alma de su hermana subir al cielo bajo la forma de una blanca paloma, símbolo de la inocencia que ella siempre tuvo.
El Patriarca de Occidente llevó el cuerpo a su monasterio y ahí lo enterró en la tumba que había preparado para sí mismo. Algunos meses más tarde también fallecía San Benito. Quedaron así unidos en la muerte aquellos dos hermanos que en la vida terrenal se habían unido por la vocación.
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