Todos destacaban que de su benéfica influencia salía la paz. Su importante abuelo, Jaime I el Conquistador, quiso que la niña se educase en su palacio, para poder gozar de su compañía.
Redacción (04/07/2022 10:27, Gaudium Press) Hoy la Iglesia conmemora a Santa Isabel de Portugal, hija de reyes y reina ella misma, que nació en Aragón en el año de 1271, de Pedro III de Aragón. Es de linaje de reinas santas, pues su tía abuela era Santa Isabel de Hungría. Fue gran seguidora de San Francisco de Asís.
Todos destacaban la paz que de ella se desprendía. Su abuelo, Jaime I el Conquistador, quiso que la niña se educase en su palacio para poder gozar de su compañía e inhalar de su armonía y tranquilidad. Ella dulcificaba los corazones en una corte donde no faltan las tensiones de todo tipo.
En 1282 viajó a Portugal, a desposarse con Don Dinis que en poco tiempo sería monarca. Pronto su recogimiento y piedad cautivarían al pueblo. Apenas llegada ella y ya ayudó a concertar la paz entre su marido y el hermano de éste, que le disputaba el trono.
Aunque sin omitir ninguna de las labores propias de una soberana, en la corte la reina buscaba constantemente lo sobrenatural. Ella vestía los trajes que su dignidad le imponía, acompañaba a su esposo cuando lo requería el servicio de la corona, pero, considerándose pecadora, la oración y la vida de piedad eran la parte primordial de su existencia. Todas las mañanas iba a misa; desde los 8 años recitaba el Oficio Divino, y acrecentaba a ello el rezo de los salmos penitenciales y otras devociones en honra de los Santos y la Virgen.
Su devoción a María Santísima era insigne, y legó a la posteridad un trazo característico de la espiritualidad luso-brasileña, como fue el patrocinio de la Inmaculada Concepción de la Virgen. Fue Santa Isabel quien la escogió como patrona de Portugal, e hizo que se celebrase por primera vez su fiesta, el 8 de diciembre de 1320.
Cruces de su vida
Las cruces no faltaron en su vida.
Después de que nacieron su dos hijos, Constanza y Alfonso, su marido comenzó a llevar una vida disoluta, que la santa soportó con heroica paciencia. Sin murmuración, rezaba y hacía penitencia por la conversión del soberano.
Los reyes cristianos, en una época en que ya el virus pre-renacentista se hacía sentir, guerreaban por cualquier causa y así derramaban la sangre del pueblo. Santa Isabel evitó muchos conflictos, rezando e interviniendo directamente junto a los soberanos, invocando la clemencia y la paz.
Pero lo que más derramó sangre del alma de Santa Isabel fue la lucha entre su hijo y su esposo. Este enfrentamiento llegó hasta la guerra por el trono: Santa Isabel tuvo que interponer en una ocasión su propia persona para evitar el derramamiento de sangre entre los dos ejércitos. Consiguió que el hijo pidiera perdón, y volviese a jurar fidelidad al rey.
Su amor a los pobres fue insigne; cuidó de los enfermos, los leprosos no le repugnaban; viudas y huérfanos gozaban de su magnanimidad.
Cuando muere el rey Don Dinis, en 1325, ella tenía 54 años, y vivió más 11 años. Entonces, se hizo terciaria franciscana, y abandonó las pompas de la corte, viviendo solo para la oración y la caridad.
Muere el 4 de julio de 1336, cuando realizaba gestiones de paz. Sus últimas palabras fueron a la Virgen bendita: “María, Madre de la Gracia, protégenos del enemigo y recíbenos a la hora de la muerte”. Los milagros se sucedían unos a los otros junto a su cuerpo.
Con información de Arautos.org
Deje su Comentario