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Santa Laura Montoya, la Teresa de Jesús de Latinoamérica

La vida de la Madre Laura Montoya Upegui es toda una aventura.

Madre laura

Redacción (21/10/2020 09:56, Gaudium Press) La Teresa de Jesús latinoamericana, así varios biógrafos han considerado la vida de esta gran santa.

La vida de la Madre Laura Montoya Upegui es toda una aventura.

Nace en Jericó, Colombia, el 26 de mayo de 1874, y pocas horas después es bautizada, con el nombre de María Laura de Jesús.

Siendo aún muy niña, pues solo tenía dos años, su padre es asesinado por enemigos políticos, que además confiscan los bienes de la familia, es decir, es tierra arrasada lo que se hace con ellos.

Itinerante hasta que llega a la Normal

Siendo muy pobres, la mamá se vio en la necesidad de que viviera con uno y otro familiares, hasta que a los 16 años entra a estudiar en la Normal de Institutoras de Medellín, donde se formará como maestra. Pero entonces Laura, que había tenido una educación humana deficiente, se aficiona al aprendizaje, hasta convertirse en un pedagoga insigne, erudita reconocida por creyentes y no creyentes.

Después de salir de la Normal enseñó en varios pueblos de Antioquia, hasta que llegó al colegio de la Inmaculada, en Medellín. A sus alumnas las formaba en las artes humanas, pero sobre todo en las cristianas, principalmente con su ejemplo.

Se ve en Dios, arropando como madre a los indios

Pero un día, estando en Marinilla, “me vi en Dios y como que me arropaba con su paternidad haciéndome Madre, del modo más intenso, de los infieles [indígenas]. Me dolían como verdaderos hijos”. Su apostolado girará en torno a estos pueblos, a estos hombres muchas veces olvidados de los hombres. Pero su maternidad se extendía a todos.

Apoyada por el obispo de Santa Fe de Antioquia, Mons. Crespo, funda en 1914 a las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, más conocidas hoy como las Lauritas: “Necesitaba mujeres intrépidas, valientes, inflamadas en el amor de Dios, que pudieran asimilar su vida a la de los pobres habitantes de la selva, para levantarlos hacia Dios”.

Junto a cinco de estas valientes mujeres, entre quienes se encontraba su propia madre, parte el grupo de misioneras hacia Dabeiba, a catequizar indios, el 5 de mayo de 1914. Era adentrarse en la misteriosa, feroz selva. Su fuerza, la Virgen Fiel: “Ella, la Señora Inmaculada me atrajo de tal modo, que ya me es imposible pensar siquiera en que no sea ella como el centro de mi vida”.

Tengo sed”

Algunos religiosos de su época despreciaban el carisma que así nacía. Las llamaban las “religiosas cabras”, burlándose de su intrepidez al enfrentar los obstáculos. Creó ella un valiente y novedoso estilo de hacer misión. La emocionaba la frase de Cristo en la Cruz con la que el Salvador expresaba su deseo de cercanía de las almas, el “Tengo sede”: “¡Cuánta sed tengo! Sed de saciar la vuestra, Señor. Al comulgar, nos hemos juntado dos sedientos: Vos, de la gloria de vuestro Padre; y yo, de la de vuestro Corazón eucarístico. Vos, de venir a mí; y yo, de ir a Vos”.

Se sentía en la selva como en un convento. Decía que allí estaba arropada por la Creación de Dios, y veía en todo a Dios.

Un día escribió a sus hijas espirituales: “No tienen sagrario, pero tienen naturaleza; aunque la presencia de Dios es distinta, en las dos partes está y el amor debe saber buscarlo y hallarlo en donde quiera que se encuentre”. En este sentido escribió “Voces místicas”, que era un ‘manual’ de contemplación de Dios en el orden de la Creación. Otras obras como Directorio o Guía de perfección enseñan a su comunidad y al que quiera aprender a combinar la vida activa con la contemplación.

Empezó a correr la fama de que hacía milagros. En sus travesías los caminos se llenaban de gentes, que pedían una cosa ahora, después otra. Se cuenta que con una oración y un gesto, libraba los plantíos de las plagas.

Madre laura 2

Escritora consumada

Escribe una voluminosa Autobiografía, que es una verdadera obra de arte. Quien recorre sus páginas, se siente atrapado por la gran aventura de una iluminada de Dios que vive las mayores epopeyas, grandes triunfos, dolorosas derrotas, su crecimiento espiritual y su gloria final.

Al final de su vida, a esta amazona de Dios, Dios quiso quitar su posibilidad de desplazarse y permitió que estuviera 10 años en silla de ruedas. Pero en sus ojos, su semblante y palabras, seguía vibrando el fuego de la sed de almas, el amor de Dios y el deseo de extender su reino, especialmente entre los aborígenes.

Después de penosa agonía fallece en Medellín el 21 de octubre de 1949. Hoy el apostolado de sus hijas se extiende en tres continentes.

Con información de Catholic.net

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