Macrina la Joven era hija de Emelia y Basilio el Viejo, y hermana de Basilio, obispo de Cesarea, de Gregorio, obispo de Nisa, de Pedro, obispo de Sebaste.
Redacción (19/07/2024, Gaudium Press) El 19 de julio la Iglesia celebra la memoria de Santa Macrina.
Nacida en Cesarea, en el año 327, Macrina la Joven era hija de Emelia y Basilio el Viejo, y hermana de Basilio, obispo de Cesarea, de Gregorio, obispo de Nisa, de Pedro, obispo de Sebaste.
Macrina era la mayor, la “madrecita”, la protectora, la incansable, de la que San Basilio, con emoción, dice que fue una perfecta educadora.
La madre se inspiró en la Sagrada Escritura para formar a su hija, buscando en la Sabiduría de Salomón luces para educarla, mientras que el Salterio, los Salmos, era el preceptor de la joven.
A los doce años ella se comprometió, pero al morir el pretendiente, ella no pensó en otra cosa que dedicarse a la educación de sus hermanos.
En 373, Emelia murió. Los niños, ya formados, venían de vez en cuando a visitar a la “Gran Macrina”, como la llamaban durante su lejana infancia.
Cuando estaba enferma, a punto de morir en el año 379, Gregorio la encontró sobre una tabla, vestida con su cilicio. La tomó con cariño y la colocó en la cama, donde la moribunda, evocando el pasado, comenzó a agradecer a Dios por todo lo que bondadosamente se dignaba concederle:
“Señor, tú has quitado el temor a la muerte. Por Ti, la verdadera vida comienza cuando termina la vida actual. Dormiremos un rato, luego nos resucitarás al sonido de la trompeta”. Luego: “Tú nos salvaste de la maldición y del pecado, viniendo por nuestros pecados y nuestra maldición”.
Con el Crucifijo de hierro, que contenía una reliquia de la Cruz del Salvador, que siempre había llevado consigo, murió en paz, siendo enterrada cerca de su padre y de su madre [1].
¿Qué hizo esta “Gran Macrina”? Aparentemente nada. Crió a tres niños, que luego se convirtieron en grandes santos. ¿Y qué más? Los educó en su casa, magníficamente, orando y viviendo piadosamente una existencia normal. Con esto se santificó, adquirió virtud heroica y está en el Cielo. La Iglesia la canonizó [2].
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[1] Cf. ROHRBACHER, René François. Vidas de los santos. Volumen XIII. São Paulo: Editora das Américas, 1959. p. 178-179.
[2] Plinio Corrêa de Oliveira.
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