Se le apareció a su asesino cuando éste ya estaba en prisión.
Redacción (06/07/2021 08:01, Gaudium Press) La Santa de hoy, es una de las más relucientes joyas de la pureza de la Iglesia Católica, pureza por la cuál ofrendó generosamente su vida. Y es casi nuestra contemporánea.
Santa María Goretti nació en Corinaldo, Italia, el 16 de octubre de 1890. Era hija de Luis Goretti y Assunta Carlini, familia campesina. Al día siguiente fue bautizada con el nombre de María Teresa.
Prontamente nuestra Santa quedó huérfana de padre; su madre tuvo que trabajar fuera de casa, y dejaba a María al mando de todo. Ella se encargaba de los oficios y del cuidado de los hermanos menores, con quien se comportaba como una pequeña madre. Todos los días, la familia rezaba el rosario, y después que todos se recogían, ella rezaba nuevamente el rosario en sufragio por el alma de su padre. Cuando la carencia de alimento y dinero, hacía llorar a su madre, ella la consolaba.
Sus deberes los cumplía con celo, con alegría, inspirada en la enseñanza de la doctrina cristiana que aprendía semanalmente en el catecismo. Recibió el crisma, como era costumbre entonces, a los 6 años de edad.
Hizo su primera comunión cuando tenía 11 años, y eso por su insistencia, pues la costumbre era que la primera comunión se realizara a los 12 años como mínimo. Pero asistió a un catecismo dominical durante 11 meses, y con ello, estaba preparada. Primero morir que pecar, fue su lema, que cumplió a cabalidad. Desde que hizo su primera comunión, fue amante del Santísimo Sacramento, que ciertamente la fortaleció para el martirio.
La propia madre de María dio testimonio de su virtud, después de que hubiese sido asesinada: “¡Siempre, siempre, siempre obediente mi hijita! Nunca me dio el más pequeño disgusto. Incluso cuando recibía alguna reprensión inmerecida, por faltas involuntarios, nunca se mostró rebelde, nunca se disculpó, se mantenía calma, respetuosa, sin nunca quedar malhumorada”.
Vivía en la misma casa de María y su madre Alessandro Serenelli, oscuro protagonista de esta historia. Tenía 18 años y se había obsesionado con la niña. A pesar que los cuartos eran separados, la cocina era común, y la pequeña María, atendía a los suyos y a la familia de Serenelli en las labores domésticas.
Malas lecturas corrompieron la mente del muchacho
Lecturas impuras habían corrompido la mente de este hombre, que comenzó a hacer propuestas impúdicas a la joven, a las que ella completamente se oponía, advirtiéndole que era pecado.
Un día Serenelli entró a la casa de María, más exactamente el 5 de julio de 1902. La encontró, quiso llevarla a una recámara y la niña opuso resistencia, gritó pidiendo auxilio, y dijo al atacante que prefería morir antes que ofender a Dios. Serenelli enfurecido, endemoniado, propinó 14 puñaladas a la muchacha y huyó.
Santa María no murió en el momento. Fue llevada al hospital San Juan de Dios. Allí los médicos la operaron por dos horas, sin anestesia, pues no había. Santa María Goretti fue heroica también en soportar ese dolor. Antes de morir, María pudo recibir la comunión, la unción de los enfermos, y manifestó su perdón al atacante. Pero las graves heridas la llevaron a la tumba, y al cielo.
Serenelli fue capturado y condenado a 30 años de prisión. En sus primeros años de presidio no manifestó ningún arrepentimiento, pero un día tuvo un sueño con la niña virgen que le decía que él también podía ir al cielo. En el sueño, Santa María recogía flores en un prado, y se acercaba a él y se las ofrecía. ¡Qué bondad la de esta virgen! Desde ese momento la actitud de Serenelli cambió, empezó a llevar una vida cristiana.
Lo primero que hace al salir de prisión: Pedir perdón a la madre
Sale de prisión Serenelli al cumplir 27 años de condena. Su primer acto tras salir fue ir donde la madre de Santa María Goretti y pedirle perdón. Fue la noche de Navidad del año 1938. Esa noche, en la misa de gallo, comulgaron Assunta y Alessandro Serenelli. Decía la mamá que si la niña santa ya la había perdonado, ella no podía no perdonarlo.
Fue canonizada por Pío XII, el 24 de junio de 1950, ceremonia realizada en la Plaza de San Pedro a la que asistieron 500.000 personas.
Con información de EWTN, Catholic.net y Arautos.org
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