En el primer día del año nuevo, el calendario de los santos se abre con la fiesta de María Santísima.
Redacción (01/01/2025 08:04, Gaudium Press) En el primer día del año nuevo, el calendario de los santos se abre con la fiesta de María Santísima, en el misterio de su maternidad divina, pues es la fiesta de Santa María, Madre de Dios.
Elección acertada, porque de hecho Ella es «la Virgen madre, Hija de su Hijo, humilde y más sublime que toda criatura, objeto fijado por un eterno designio de amor». Ella tiene el derecho de llamarlo «Hijo», y Él, Dios omnipotente, la llama, con toda verdad, ¡Madre!
Fue la primera fiesta mariana que apareció en la Iglesia occidental.
Substituyó la costumbre pagana de las dádivas y comenzó a ser celebrada en Roma, en el siglo IV. Antes de 1931 se conmemoraba el día 11 de octubre, pero con la última revisión del calendario religioso pasó a la fecha actual, la misma donde antes se conmemoraba la circuncisión de Jesús, ocho días después de haber nacido.
En un cierto sentido, todo el año litúrgico sigue las huellas de esta maternidad, comenzando por la solemnidad de la Anunciación, nueve meses antes de la Natividad.
María concibió por obra del Espíritu Santo. Como todas las madres, trajo en el propio seno a aquel que solo ella sabía que se trataba del Hijo unigénito de Dios, que nació en la noche de Belén.
Ella asumió para sí la misión confiada por Dios. Sabiendo, por conocer las profecías, que tendría también su propio calvario, como madre de Aquel que sería sacrificado en nombre de la salvación de la Humanidad. Todo un Dios que se hizo carne por medio de María.
En Ella, unión del Cielo y la Tierra
Ella es el punto de unión entre el Cielo y la Tierra. La Virgen contribuyó para la obtención de la plenitud de los tiempos. Sin María, el Evangelio sería apenas ideología, solamente «racionalismo espiritualista», como registran algunos autores.
El propio Jesús a través del apóstol San Lucas (6,43) nos aclara: «Un árbol bueno no da frutos malos, un árbol malo no da buen fruto». Por tanto, por el fruto se conoce el árbol.
Santa Isabel, cuando recibió la visita de María ya cubierta por el Espíritu Santo, exclamó: «Bendita eres tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre.» (Lc 1,42).
El fruto del vientre de María es el Hijo de Dios Altísimo, Jesucristo, nuestro Dios y Señor. Quien acepta a Jesús, fruto de María, acepta el árbol que es María. María es de Jesús y Jesús es de María. O se acepta a Jesús unido a María o se rechaza a ambos.
Por tomar esta verdad como dogma es que la Iglesia reverencia, en el primer día del año, a la Madre de Jesús.
Que la contemplación de este misterio ejerza en nosotros la confianza inamovible en la Misericordia de Dios, para llevarnos al camino recto, con la certeza de su auxilio, para abandonar los apegos y vanidades del mundo, y asimilar la vida de Jesucristo, que nos conduce a la Vida Eterna.
Así, con esos propósitos entreguemos el nuevo año a la protección de María Santísima que, cuando se tornó Madre de Dios, se hizo también nuestra Madre, y se incumbió de formar en nosotros la imagen de su Divino Hijo, desde que no opongamos de nuestra parte obstáculos a su acción maternal.
(Reflexiones extraídas, con leves adaptaciones, del «Pequeño Oficio de la Inmaculada Concepción comentado», por Monseñor João Clá Dias, EP, Artpress, San Pablo, 1997)
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