viernes, 22 de noviembre de 2024
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Santa María Micaela del Santísimo, dama de sociedad, Dios la pone a servir a mujeres descarriadas

La santa de hoy es otro ejemplo del desprecio y abandono de una vida en el gran mundo, para seguir la voz de Dios atendiendo a los más necesitados.

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Redacción (15/06/2023 07:25, Gaudium Press) La santa de hoy es otro ejemplo más del desprecio y abandono de una vida en el gran mundo, para seguir la voz de Dios atendiendo a los más necesitados, que en este caso, son las mujeres que llevan mala vida.

Nace Micaela en el año 1809 en una familia de alta condición social madrileña, pero desde chica la visita la tristeza: siendo joven, muere su madre y luego muere su padre; un hermano fallece tras caer del caballo, una hermanita queda loca al presenciar un ahorcamiento. Le queda una hermana que tiene que partir al destierro porque los enemigos políticos de su esposo así lo obligaban.

Tras un noviazgo de tres años, su pretendiente es obligado por la familia a abandonar esta relación, gracias a Dios decimos nosotros, pues el Señor la tenía destinada a un futuro mucho más alto.

El mundo gira, las simpatías políticas son harto volátiles, y un día se nombra a su hermano embajador en París; Micaela tiene que acompañarlo, siguiéndolo en todos sus compromisos diplomáticos y sociales, que para ella representan una carga, pues su felicidad la encontraba particularmente en las mañanas, cuando rezaba, iba a misa, y se dedicaba a hacer obras de piedad. Pero las tardes eran para el apostolado en el mundo. Dios también le había dado un magnífico director espiritual, el P. Carasa.

En un hospital encontró su vida

Este sacerdote le recomienda que a su regreso a Madrid visite a una dama muy buena, llamada María Ignacia Rico. Y con esta señora un día van el Hospital San Juan de Dios, donde encuentra a mujeres de mala vida que caían enfermas: fue este el momento querido por Dios para revelarle en toda su amplitud su vocación.

No solo pensó Micaela en las enfermedades a que estaban sujetas estas mujeres, sino todos los peligros para sus almas. Para ayudarlas, consigue con María Ignacia una Casa donde aliviarlas, curarlas, preservarlas.

Sus amistades le dan la espalda

El demonio no podía gustar de ello, ya no gustaba de María Micaela, pero ahora menos, y comenzó con sus ataques. Iniciaron estos con el menosprecio que las gentes de la alta sociedad dirigía a Micaela. No le ayudaban sus amistades, y más bien al contrario, se comenzaron a alejar de ella. ¿Eso hizo sufrir a nuestra santa? Ciertamente, pero no le hizo perder la resolución. Por el contrario, decidió abandonar las pompas en las que vivía y se fue a vivir con sus nuevas ahijadas, en una casucha muy pobre.

Ella había tenido la gracia de tener el Santísimo Sacramento en esa casa. Pero las habladurías terminaron por conquistar al Arzobispo, que decidió retirárselo. Sin embargo, cuando el padre encargado de esa triste tarea fue a la Casa de Micaela, no pudo hacerlo, pues en la Casa habían rezado mucho por esa intención y Dios movió la voluntad del padre a no dejarlas sin Santísimo.

Le llega un nuevo director espiritual, bien rígido, que le dice que no escuche ciertas voces interiores que ella tenía, que eran evidentemente voces místicas. Su voz interior le dice que la sacristía se va a incendiar, pero ella no puede hacer nada y la sacristía se incendia. Otra voz le dice que envenenaron su comida, pero como el director le había prohibido hacer caso de esas voces, ella comienza a comer, pero no es sino probar unos bocados que siente el veneno. Sin embargo lo poco comido, ya le causa enfermedad.

Dios aprieta pero no ahorca, dice el adagio. Y le manda un super director espiritual, nada menos que al P. Claret, hoy el gran San Antonio María Claret.

Amaba a sus ahijadas

Para percibir la caridad con la que consideraba a sus mujeres, incluso aunque le hicieran males, miremos un trecho de su autobiografía: “N.N. es una muchacha que me ha hecho muchos robos y me ha inventado cuentos horrendos. Pero yo la sigo tratando con gran cariño, como si fuera mi mejor amiga”. Más adelante añade: “Las gentes me viven inventando mil cosas malas que nunca he hecho y ni siquiera he pensado… pero bendito sea Dios que de lo malo que sí he hecho no saben nada!”.

Un día va a una casa de citas, a rescatar a una que habían obligado a permanecer ahí. La reciben a piedras, pero logra sacarla y llevarla a su Casa. Como se puede ver, todo en la vida de los santos son grandes aventuras.

Pero la persecución de las calumnias y de las lenguas no ha logrado apagar su fama creciente; además que Micaela no dejaba de ser, y ahora más, una gran dama: la Reina de España le pide un día consejo. Ella va hasta el palacio, y las damas se burlan de sus míseros trajes. De pronto alguna de ellas la habían conocido con todas las galas de la alta sociedad. Pero ella queda contenta por haber podido practicar la humildad.

Fundación

La vida que ya estaban llevando en la Casa, daba para imaginar hacia donde caminaba toda la Obra: El 6 de enero de 1859 con siete compañeras funda la Comunidad de Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento, que pronto se extiende por España y luego por el Mundo Entero. En la actualidad cuentan con más de 170 casas y cerca de 2.000 religiosas.

A sus religiosas, les enseña a no poner tanto cuidado a los gritos del mundo: “Poco me interesa lo que las gentes están diciendo de mí. Mi juez es Dios”. Hace que en todas sus casas se coloque un mensaje que buscaba incutir ánimo en las dificultades: “Mi Providencia y tu fe, mantendrán la casa en pie”.

Ella atendió gentes atacadas por la peste de tifo en 1834, 1855 y 1856. Pero en esta última, cuando fue a Valencia a atender enfermos, cayó a su vez enferma, y tuvo la inspiración de que sus días en la Tierra llegaban al fin. Al confesor le dijo “Padre, esta es mi última enfermedad”. Sufrió mucho esa vez.

Muere el 24 de agosto de 1856. Con su intercesión se obtienen muchos milagros. Su obra sigue haciendo gran bien.

Con información de EWTN

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