El apostolado de las Siervas de María que ella fundó, es muy amplio. Pero en la base hubo una mujer que fue un yunque.
Redacción (11/10/2023 09:00, Gaudium Press) Hoy la Iglesia conmemora, entre otros, a una santa tal vez no tan conocida, sin razón que lo justifique: Santa María Soledad Torres Acosta, la segunda de 5 hermanos, hija de modestos comerciantes en Madrid, que ve la luz en 1826.
Cuando es bautizada – lo que ocurría en esos cristianos tiempos de forma rápida después del nacimiento – recibe el nombre de Manuela.
Es una chica normal, es claro, de una viva fe y carácter firme algo que era moneda común entre los hijos de familias católicas de su tiempo.
Un día el P. Miguel Martínez y Sanz, Servita, estaba angustiado por los muchos enfermos descuidados que había en el territorio en el que misionaba, pues él era vicario de una parroquia del barrio Chamberí. Para aliviar sus dolores, reunió a 7 mujeres generosas que se consagrarían a cuidar a estos que también eran hijos de Dios. De esta reunión nació después una gran comunidad, las Siervas de María, Ministras de los Enfermos, entre las que se encontraba Manuela, que cambia entonces su nombre y asume el de María Soledad, en honor a la Virgen de la Soledad, advocación que se refiere a cuando la Madre de Dios cargó en sí la fe de la humanidad mientras Cristo estaba muerto y todos lo abandonaron.
La comunidad fue creciendo, en medio de los sacrificios, de las dificultades, pero su progreso era notorio. Un día en P. Miguel parte a Po para fundar una nueva casa y la Hna. María Soledad queda de superiora en Madrid.
Las cruces que nunca faltan
¿El camino fue de conquista tras conquista? Sí, pero plagado de cruces, tanto que, un día una religiosa dijo que la Madre María Soledad era como un yunque sobre el cual se descargaban todos los golpes. Pero también era notorio el auxilio de Dios en el progreso de la fundación.
La vocaciones fueron llegando, y alcanzaron los 22 miembros. Pero la tarea era dura, dos hermanas ya habían muerto, y cuatro de las fundadoras iniciales abandonan la asociación, por lo que la Hna. María Soledad es la única de las fundadoras que queda.
Nombran a un nuevo director, el P. Francisco Morales, quien cambia a la Madre María Soledad como superiora, al tiempo que el Cardenal de Toledo piensa en suprimir la naciente obra. Pero entonces se nombra un nuevo director, un capuchino, el P. Gabino Sánchez, que escoge nuevamente a la Hna. María Soledad como superiora, y ahora la Madre junto al P. Gabino Sánchez obtienen el apoyo de la Reina. Se redactan los estatutos y se conjura el peligro. Recibe la fundación luego la aprobación diocesana, lo que le da más ciudadanía, y así continúan extendiendo sus actividades, que también incluyen ahora a las jóvenes que delinquen.
Sin embargo también tuvo la Madre María Soledad esos sufrimientos que son más dolorosos, que son los sufrimientos internos, pues algunas de sus religiosas le hicieron injustas acusaciones. Varias de ellas salieron para formar una nueva congregación. Y así, la paciencia de la Madre va conquistando gracias, y sobre ese yunque se cimentó una gran obra.
Ya no solo eran casas, también fueron hospitales, que fueron floreciendo en todos los rincones de España, y que atravesaron las fronteras de España.
Los últimos 10 años de la religiosa fueron más bien de la calma que llega tras muchas tormentas. En 1876 León XIII concede la aprobación papal; la expansión continúa.
En septiembre de 1887 cae enferma. El 8 de octubre, viendo que su vida llegaba a su fin, sus hijas espirituales le piden que las bendiga como bendijo a los suyos en su momento San Francisco. Y aunque al principio se niega, algunas la ayudan a erguirse y entonces levanta la mano diciéndoles: “Hijas mías, vivid siempre en paz y unión”. Se ve en esas palabras, cuanto tuvo que luchar para impedir que el sembrador de la cizaña y la maldad destruyese su obra.
Muere el 11 de octubre de 1887. Después de su muerte, la obra se extiende por muchos países.
Es canonizada por Pablo VI en 1970.
Con información de la vida de los santos de Butler.
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