Santa Marta por su solicitud y actividad en el servicio de Jesucristo Nuestro Señor, es invocada como protectora especial de cosas urgentes y difíciles.
Redacción (29/07/2024, Gaudium Press) De todos los milagros que realizó Nuestro Señor Jesucristo en su vida pública, dos de ellos nos llaman especialmente la atención por el enorme prodigio que en ellos se operó.
El primero de ellos sucedió en Betania, pocos días antes de la Pasión del Señor. Lázaro, el amigo del Señor había muerto hacía cuatro días, se encontraba atado de pies y manos, envuelto su rostro con un sudario, y su cuerpo depositado en el sepulcro de la familia; pero nada de eso fue obstáculo para que Nuestro Señor Jesucristo con la omnipotencia de su palabra lo retirara de la mansión de los muertos, “¡Lázaro, sal fuera!”(Jn 11, 43) le dijo, y para asombro de todos y espanto de los fariseos, Lázaro resucitó sin secuelas y salió caminando del sepulcro con sus propias fuerzas.
Un milagro mayor, el milagro de la gracia
Este portento es equiparado en cierta manera, a otro milagro, otra resurrección ya no de cuerpo sino de alma: La conversión de Santa María Magdalena, la hermana de San Lázaro. Después de largos años fuera de la gracia de Dios, de caídas y levantadas, de idas y venidas, Nuestro Señor Jesucristo la saca de la mansión de los pecadores con el poder de su gracia y para asombro de todos la recibe en el número de sus más cercanos.
Al meditar estos dos hechos magníficos y conocer la amistad de los hermanos de Betania con la Santísima Virgen y con nuestro Señor, es imposible no discernir en medio del claroscuro del relato evangélico la maternal intercesión de María Santísima, que seguramente debió haber rezado por la resurrección de estos dos hermanos, el uno físicamente y la otra espiritualmente. Pero también otra intercesión que podríamos denominar “fraternal” se esconde detrás de estos dos milagros, es la intercesión de Santa Marta, quien seguramente rezó con fe ardiente e intercedió constantemente frente a Jesús por la resurrección de su hermano y por la conversión de su hermana. Y su oración fue escuchada ¡y con creces! a pesar de que las apariencias la obligaban a desistir.
Hay ciertos momentos en nuestra vida en los que Dios espera de nosotros que seamos otros “Marta” en relación con los que nos rodean, inclusive dentro de nuestra propia familia. Él desea que nuestras oraciones insistentes alcancen las gracias que los otros necesitan y que “suplan” de alguna manera esa oración de la que ellos carecen, por ignorancia, por negligencia o simplemente por estar imposibilitados de hacerla. Así, si perseveramos en nuestra oración ferviente seremos atendidos como Santa Marta, a pesar de que las apariencias nos obliguen a desistir en el intento…
Por Guillermo Torres Bauer
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