sábado, 23 de noviembre de 2024
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Santa Matilde, noble, contó sus experiencias místicas sin saber que la estaban ‘grabando’

Maestra espiritual de Santa Gertrudis la Grande, se encontraba angustiada y decidió contar a su discípula todos los favores especialísimos que Dios le había hecho.

Santa Matilde

Redacción (19/11/2023, Gaudium Press) Hace unos días conmemorábamos a Santa Gertrudis, la patrona de los místicos en la Iglesia, en quien se constata que esos fenómenos extraordinarios se produjeron en abundancia.

Hoy conmemoramos a la tía de Gertrudis, Santa Matilde, también gran mística.

Matilde Von Hackerborn nació por vuelta de 1241 en el castillo de Helfta, tercera de las hijas de ese hogar.

Era todavía muy niña, de solo 7 años, cuando los padres de Matilde la destinaron al convento de las religiosas de Rodesdorf. Esto ocurría en el año de 1248. De hecho lo que pasó es que la niña fue a visitar a su hermana que ya era monja, y allí en esas paredes quedó encantada con la vida monacal.

Ya era religiosa de ahí Gertrudis Von Hackeborn, otra Gertrudis diferente a la Grande, su hermana, que un día fue elegida superiora. El barón de Hackeborn –de una de las familias más poderosas de Turingia– había sido muy generoso entregando sus dos hijas a la Iglesia.

En el año de 1258 el monasterio fue trasladado hasta Helfta, de donde era la familia de Santa Matilde. Tres años después de estar allí el monasterio, llegó una niña encantadora, de sólo cinco años, también de nombre Gertrudis como su hermana. Y a esta niña la pusieron al cuidado de Santa Matilde, que era algo así como maestra de novicias.

La discípula compone el libro de la maestra

Santa Matilde era 15 años mayor que la niña Santa Gertrudis. Era cantora del convento, cantaba magníficamente, y también era un alma con experiencias místicas.

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Un día Santa Matilde –tenía 50 años– se dio cuenta que su discípula Gertrudis había estado confeccionando un libro. Este libro no era otra cosa sino la cuidadosa anotación que Gertrudis venía haciendo de las cosas que le enseñaba y contaba su maestra Matilde. Santa Matilde se alarmó por esto, pero en revelación el Señor le indicó que Gertrudis estaba cumpliendo su voluntad al escribir essas líneas. Esto tranquilizó a la Santa, e incluso la movió a que ella misma corrigiera el texto, que tiene por título “Libro de la Gracia Especial” o “Revelaciones de Santa Matilde”.

Dios la probó permitiendo largas y dolorosas enfermedades, que ella soportó con cristiana resignación. También tuvo períodos de angustias espirituales, pero siempre contó con la ayuda del consuelo divino. Incluso, fue en una de estas crisis espirituales que Santa Matilde confió a Santa Gertrudis y a otra monja las gracias insignes de que había sido destinataria de Dios desde niña, y que fueron fielmente recopiladas en el “Libro de la Gracia Especial”.

La formación que había recibido Matilde en el convento fue eximia, y además Dios le había dado una formación especial directa. Eso floreció en su enseñanza: “Ella enseñaba —se lee— la doctrina con tanta abundancia como jamás se había visto en el monasterio, y ¡ay!, tenemos gran temor de que no se verá nunca más algo semejante. Las monjas se reunían en torno a ella para escuchar la Palabra de Dios como alrededor de un predicador. Era el refugio y la consoladora de todos, y tenía, por don singular de Dios, la gracia de revelar libremente los secretos del corazón de cada uno. Muchas personas, no sólo en el monasterio sino también extraños, religiosos y seglares, llegados desde lejos, testimoniaban que esta santa virgen los había liberado de sus penas y que jamás habían experimentado tanto consuelo como cuando estaban junto a ella. Además, compuso y enseñó tantas plegarias que, si se recopilaran, excederían el volumen de un salterio”.

Un día le pidió a la Virgen que la acompañara al momento de la muerte. Nuestra Señora le respondió que rezase diariamente tres avemarías “conmemorando, en la primera, el poder recibido del Padre Eterno; en la segunda, la sabiduría con que me adornó el Hijo; y, en la tercera, el amor de que me colmó el Espíritu Santo”.

El 19 de noviembre de 1298 fallece la Santa: “Ella le ofreció su corazón y lo introdujo en el suyo. Nuestro Señor tocó el corazón de Matilde con el suyo y le dio la gloria eterna, donde esperamos que con su intercesión nos alcanzará muchas gracias”.

Su legado no solo se mantiene en sus obras, sino también en el recuerdo de aquella que fue su discípula y que los siglos conocen como Santa Gertrudis la Grande.

A Santa Matilde le dedicó Benedicto XVI una meditación de una audiencia general, el 29 de septiembre de 2010.

Dijo entonces el Papa que Santa Matilde “nos invita a alabar al Hijo con el corazón de la Madre y a alabar a María con el corazón del Hijo: «Te saludo, oh Virgen veneradísima, en ese dulcísimo rocío que desde el corazón de la santísima Trinidad se difundió en ti; te saludo en la gloria y el gozo con que ahora te alegras eternamente, tú que preferida entre todas las criaturas de la tierra y del cielo fuiste elegida incluso antes de la creación del mundo. Amén»”.

Con información de El Testigo Fiel

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