Cuando era aún muy joven comenzó a recibir la doctrina cristiana, pero luego abandonó el camino de los catecúmenos.
Redacción (08/10/2024, Gaudium Press) La vida de la Santa de hoy, Santa Pelagia, es una historia de conversión.
Nos encontramos en la mitad del S. V en Antioquía, en Oriente.
Cuando era aún muy joven comenzó a recibir la doctrina cristiana, pero luego abandonó el camino de los catecúmenos, y se dedicó a las danzas sensuales, procaces.
Pero Dios la amaba con un amor especial, y le tenía reservado un encuentro salvador. En el año 453 se encuentra con Nono, que caminaba a Edesa, pues había sido escogido como obispo. El había vivido como anacoreta del desierto en Tabenas.
Un día por ‘curiosidad’, Pelagia entró a un templo, y escucha predicar a este obispo de la misericordia divina, del Dios que continuamente llama a la conversión. Ella se sintió conmovida, y decidió mudar de vida.
Conversión radical
Entonces escribió al obispo: “Al santo discípulo de Jesús: He oído decir que tu Dios bajó del cielo a la tierra para salvación de los hombres. Él no desdeñó hablar con la mujer pecadora. Si eres su discípulo, escúchame. No me niegues el bien y el consuelo de oír tu palabra para poder hallar gracia, por tu medio, con Jesucristo, nuestro Salvador.”
El obispo Nono la recibió, la volvió a llevar al camino del catecumenado, hizo que se bautizara, que recibiera la primera comunión.
Parte a Jerusalén
La conversión fue completa, radical: repartió joyas y bienes entre los pobres, liberó a sus sirvientes, y con una simple túnica abandonó Antioquía para ir a Jerusalén.
En las cercanías de esta ciudad halló una gruta donde ella a su vez se convirtió en ermitaña, anacoreta, como su preceptor Nono.
Por prudencia ocultó su condición de mujer, y decía que se llamaba Pelagio.
Ocurrió que un diácono del obispo escuchó hablar de un santo ermitaño que se llamaba Pelagio y pidió autorización a su jerarca para visitarlo. Fue así, que pudo conversar con ‘el anacoreta’, se admiró con su vida, y luego lo vio regresar a la cueva para seguir su rutina de piedad. Y el diácono regresó a su sede.
Pero un día que el diácono volvió, encontró muerto al ermitaño. Entonces se dispuso a ungirlo con mirra, y ahí se reveló que este era una mujer, Pelagia, la penitente de Antioquía.
Entonces, conocedoras de la noticia, llegaron de monasterios de mujeres que había en Jericó y en el río Jordán y dieron sepultura solemne al cuerpo de Pelagia. Todo, el 8 de octubre del 468.
Con información de la Archidiócesis de Madrid
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