“… un 13 de mayo, de 1883, una imagen de la Virgen le sonríe, y ella es curada de forma intempestiva”.
Redacción (01/10/2021 07:15, Gaudium Press) Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz nació en Alençon, Francia, el 2 de enero de 1873. Sus padres fueron los también santos Luis Martin y María Guerin. Ingresó muy pronto a la Orden del Carmelo, después de que sus hermanas ya han ingresado.
Un día enferma gravemente: sufre de regresiones infantiles, alucinaciones, no come. Su familia reza, las monjas del Carmelo que después serán sus hermanas, rezan también. Y un 13 de mayo, de 1883, una imagen de la Virgen le sonríe, y ella es curada de forma intempestiva.
Es un alma noble, que siente que está llamada a sacrificarse por los pecadores, y todo esto antes de entrar al Carmelo.
Ella conoce la historia de Henri Pranzini, asesino, que ya tiene en su bolsillo la sangre de tres mujeres en París. Y la inocente siente el llamado de sacrificarse para que ese miserable no se queme en el infierno. Milagro: antes de morir guillotinado Pranzini besa un crucifijo. Teresa se llena de alegría, lo llama su primer hijo, ya sabe lo que valen sus actos ante Dios. También, en su viaje a Roma, sentirá la necesidad de sacrificarse por los sacerdotes.
Pide al Papa que la deje entrar al Carmelo aunque solo tenga 15 años, pero el Sucesor de Pedro le da una respuesta evasiva. Sin embargo, el 9 de abril de 1888 deja la casa paterna, Los Buissonnets, deja su perrito Tom, y entra a la que sería su puerta del Cielo, también puerta de sacrificios.
Fallece en 1897. Fue canonizada el 17 de mayo de 1925 por el Papa Pío XI.
Fue proclamada doctora de la Iglesia por Juan Pablo II en 1997.
Espiritualidad
Es innegable que quien se acerca a la vida de Santa Teresa de Lisieux – Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz – queda fascinado con su testimonio e historia de santidad. A través de su “pequeña vía”, el “caminito”, que habla de humildad, sencillez y confianza en Dios Padre, Teresita se hizo grande. Toda su vida y testimonio de santidad se centra en una sola premisa: vivir la vocación al amor; amar y hacer amar al Amor.
Su legado literario es testigo de su vocación. Así quedó reflejado en su manuscrito autobiográfico “Historia de un alma”, como también en sus cartas, poesías y oraciones.
Iniciando sus memorias, escritas por solicitud de su superiora, Teresa de Lisieux escribe:
“Comprendí que el amor de Nuestro Señor se revela lo mismo en el alma más sencilla que no opone resistencia alguna a su gracia, que en el alma más sublime. Y es que, como lo propio del amor es abajarse, si todas las almas se parecieran a las de los santos doctores que han iluminado a la Iglesia con la luz de su doctrina, parecería que Dios no tendría que abajarse demasiado al venir a sus corazones. Pero él ha creado al niño, que no sabe nada y que sólo deja oír débiles gemidos; y ha creado al pobre salvaje, que sólo tiene para guiarse la ley natural. Y hasta sus corazones quiere abajarse. Estas son sus flores de los campos, cuya sencillez le fascina”.
En la poesía “Vivir de Amor”, que la santa escribió en 1895 – dos años antes de su muerte –, Teresita deja ver su innegable amor a Dios: «Vivir de amor, Tu mismo lo dijiste: Es llevarte Jesús en las entrañas; Es hacerte habitar en nuestro pecho. Verbo increado. De mi Dios Palabra. Y Tú sabes Jesús, que yo te amo, Y sabes que Tu amor mi pecho abrasa. Yo sé, en cambio, que, amándote, me gano a Tu Padre, y que lo traigo a mi morada. ¡Oh, Augusta Trinidad, mi prisionera Eres, por obra de mi amor y gracia!».
Infancia Espiritual
Su “secreto” de santidad se halla en la “Infancia Espiritual”, que no es otra cosa que la vivencia de la humildad, poniendo toda la confianza en el amor de Dios Padre, revelado en su Hijo Jesucristo. Un camino hacia la santidad que Teresita del Niño Jesús reveló en su manuscrito: “Quisiera tener un ascensor para subir hasta Jesús, porque soy muy pequeña para subir sola (…) El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús mío”.
Una de sus mayores enseñanzas fue el «Santo Abandono». Ella decía: «Desde hace tiempo no me pertenezco, me entregué del todo a Jesús».
Una entrega total, y amor sin límites, y una cercanía tal a Jesús, que la llevó a tener sed por la salvación de las alamas, ofreciendo oraciones y sacrificios para que los pecadores retornasen a buen camino. Así describió la santa ese deseo de salvar aquellas almas perdidas: «Anhelaba dar de beber a mi Amado, sentíame yo también devorada por la sed de almas, y a todo trance quería arrancar de las llamas eternas a los pecadores».
Y Santa Teresita fue más allá. También ofreció su enfermedad -la tuberculosis que la llevó a la muerte en 1897- por los misioneros del mundo: «¡Te suplico que inclines tu divina mirada a un sinnúmero de almas pequeñitas, te suplico que acojas en este mundo una legión de víctimas pequeñas dignas de tu amor!», escribió en sus memorias.
No en vano, y pese a no haber salido del convento, Santa Teresita fue declarada en 1927 Patrona Universal de las Misiones.
Las últimas palabras que pronunció al morir fueron: «Oh… ¡le amo!… ¡Dios mío… os… amo!». (Sonia Trujillo)
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