Nace ella el 2 de abril de 1587 en Génova, hija de dos aristócratas. Su padre había sido Dux de la República (Génova era república) y de Lelia Spínola.
Redacción (15/12/2022 09:21, Gaudium Press) Una de las joyas que comúnmente más brillan en el relicario de los santos de la Iglesia es la de una generosidad sin límites, que traspasa las fronteras de lo meramente humano. Eso es patente en la vida de Santa Virginia Centurione Bracelli, una de los santos que la Iglesia conmemora hoy.
Nace ella el 2 de abril de 1587 en Génova, hija de dos aristócratas. Su padre había sido Dux de la República (Génova era república) y de Lelia Spínola quien le dio la formación cristiana, junto a un preceptor.
Quería irse de monja, pero su padre casi que la obligó al matrimonio, lo que ocurrió con un joven también de ilustre familia pero inclinado al juego y a la vida desordenada. De esa unión con Gaspar Grimaldi (el apellido no es tan desconocido…) nacieron dos ramas, Lelia e Isabel.
Pero quiso Dios que Santa Virginia quedara viuda muy joven, de solo 20 años. Y aunque su padre la instó a que contrajera segundas nupcias –los partidos y pretendientes no escaseaban– hace ella voto de castidad perpetua, entregándose a la educación de sus hijas, a la vida de piedad y a la beneficencia.
Entre tanto, el padre de Virginia parecía no darse cuenta que su hija ya era adulta, que además era viuda, y buscaba meterse en todo lo de ella; pero la hija, ya más madura que el padre, buscaba la concordia y ejercía la caridad.
Afirma la Santa que en 1610, por tanto tres años después de su viudez, comenzó a sentir la inspiración de lo alto de dedicarse especialmente a la atención de los pobres, y por ello empieza a entregar más tiempo a estas labores.
Después del matrimonio de sus hijas, Virginia se dedica por completo al cuidado de los muchachos abandonados, los ancianos y los enfermos. Por ocasión de la guerra entre la República genovesa y el Duque de Saboya (invierno de 1624) cundió el desempleo y el hambre en la región, ocasión para que primero acogiera en su casa a 15 jóvenes abandonadas, y luego a todos los pobres que pudo, especialmente mujeres. Un día inició algo que se tornaría costumbre, como fue el salir a buscar a estas mujeres para acogerlas en su hogar, más especialmente las que corrían riesgo de corrupción.
La peste de 1629 aumentó las ocasiones para que Santa Virginia ejerciese su caridad. La gran cantidad de personas desamparadas la movió a alquilar el convento vacío de Montecalvario, adonde se fue el 14 de abril de 1631 con las mujeres que había acogido. Tres años después la Obra ya tenía 3 casas donde residían 300 personas acogidas, que se ponían bajo el amparo de Nuestra Señora del Refugio.
Nuevo cambio de sede
Le ofrecieron en venta el monasterio, pero el precio era demasiado alto, por lo que adquirió dos casitas contiguas en la colina de Carignaro –que fueron ampliadas– donde se construyó una capilla dedicada a la Virgen del Refugio, y así se constituyó la Casa Madre de la Obra.
En las casas, la Santa enseñaba la doctrina cristiana, instruía en oficios con los qué ganarse la vida. Era una verdadera escuela de formación para la vida.
Entre 1644 y 1650 se redacta la regla de vida de las casas:
Estas quedan bajo la dirección y administración de los Protectores (laicos nobles designados por el Senado de la República); queda establecida la división entre las “hijas” con hábito e “hijas” sin hábito; pero todas deben vivir – aunque no tengan votos – como las monjas más observantes, en obediencia y pobreza, trabajando y orando. Deben estar dispuestas a ejercer su apostolado en los hospitales públicos, como si estuvieran obligadas por medio de un voto. Con el tiempo la Obra se desarrollará en dos Congregaciones religiosas: las Hermanas de Nuestra Señora del Refugio de Monte Calvario y las Hijas de Nuestra Señora en el Monte Calvario.
La propia Santa quedó sometida a gusto a la voluntad de los Protectores, como la última de las “hijas”.
Pero no todo fue color de rosa en el surgimiento de la Obra.
Santa Virginia tenía unas auxiliares, damas de la burguesía y la aristocracia que la abandonaron pues les parecía que la santa era un tanto temeraria en sus empresas. También, los Protectores que gobernaban la obra la desautorizaron en sus indicaciones.
Sin embargo, su autoridad moral en la ciudad-estado no dejaba de crecer. Consiguió que Génova se consagrara a la Virgen. Obtuvo que se implantase la adoración de las 40 horas, y la predicación de misiones populares. Se convirtió en árbitro buscado para zanjar disputas entre familias e incluso entre el Arzobispado y el gobierno de la República.
Jesús también quiso ofrecerle numerosos dones de tipo místico.
Muere el 15 de diciembre de 1651 con 64 años.
Con información de El Testigo Fiel
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