La historia de esta dama, viuda y fundadora, muestra de forma rutilante, la acción de la gracia de Dios.
Redacción (15/12/2020 08:10, Gaudium Press) La Santa de hoy, Santa Virginia Centurione Bracelli, es un caso maravilloso de cómo la gracia vence el fundamental egoísmo humano y crea ángeles en esta tierra, los santos, que en el caso de Virginia, son de una santidad que aunque el mundo no la entienda suscita la admiración.
Nace en 1587, hija de un hombre que fue Dux de la República de Génova y de una madre también aristócrata de rancio abolengo, de quien recibe sus primeras instrucciones religiosas, además de un preceptor.
Obligada al matrimonio
Aunque quería seguir la vida religiosa, su padre la obliga a casarse con un hombre de alcurnia pero costumbres disolutas, con el cual tiene dos niñas, y del que queda viuda prontamente, cuando tenía 20 años.
Aunque su padre quiere que contraiga segundas nupcias, ella, con más autonomía se opone, y dice que se dedicará a la administración de sus bienes, a la educación de sus hijas y a la beneficencia.
Era el año de 1610 cuando la noble siente el llamado de consagrarse a los pobres y a ellos comienza a distribuir en limosnas la mitad de sus propias rentas.
Cuando muere su suegra, en cuya casa vivía, en 1625, empieza a acoger muchachas que llegaban espontáneamente, además de iniciar a buscar algunas necesitadas de ayuda, incluso en sitios de mala fama.
El número de estas fue en aumento, por lo que decidió rentar el abandonado convento de Montecalvario, adonde fue con sus hijas espirituales en 1631. Después de 3 años, ya tenía 300 chicas acogidas. Allí configuró el estilo de vida de sus hijas, en obediencia, pobreza, trabajo y oración, con especial dedicación a la caridad en los hospitales, como si a ello las obligara un voto. Les enseñaba también oficios para poder obtener el sustento en la vida, pues no todas estarían llamadas a ser religiosas.
No pudo comprar el monasterio
Quiso ella que la obra naciente tuviese una sede propia y deseó comprar el monasterio, pero el costo superaba los recursos. Por esto, adquirió dos casitas contiguas en la colina de Carignaro, donde construyó una nueva ala y una capilla. Sin embargo, las obras religiosas que nacerían de esa sede conservarían el nombre del convento: Hermanas de Nuestra Señora del Refugio de Monte Calvario y las Hijas de Nuestra Señora en el Monte Calvario.
Ella había configurado la institución de los Protectores de sus obras, personas elegidas por el Senado de la República de Génova, quienes eran los oficialmente encargados de la dirección de la Obra, por lo que en algún momento no quiso saber más del gobierno de la casa, y seguía las disposiciones determinadas por los Protectores. Comenzó a vivir como la última de la comunidad, mendigando para conseguir el sustento, atendiendo a las enfermas, siendo ángel de caridad.
La hija del Dux de Génova, ahora mendigando, por amor a Dios…
Al principio algunas damas de la sociedad de Génova la ayudaron en el atendimiento de la casa. Pero estas se fueron tornando escasas, particularmente por no querer manchar su reputación en la sociedad al tratar con chicas algunas de las cuales provenían de ambientes difíciles.
Los Protectores también la fueron menospreciando, como si no debieran a ella todo sobre lo cual se asentaban. Es el misterio de Dios y sus santos, que en medio del sufrimiento se acrecienta su vínculo.
Pero su prestigio crecía también en cierto ambientes insospechados: Consiguió desaparecer numerosos conflictos entre familias, entre nobles; consiguió que el Arzobispo estableciera las Cuarenta Horas de adoración al Santísimo; obtuvo que la República de Génova tomara a la Virgen como protectora.
A medida que sus fuerzas se debilitaban, aumentaban sus dones místicos, como éxtasis, visiones, locuciones: cada vez era más habitante del cielo que de la Tierra.
Murió el 15 de diciembre de 1651, cuando tenía 64 años.
Juan Pablo II la canonizó en el 2003.
Con información de El Testigo Fiel.
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