miércoles, 22 de octubre de 2025
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Santas Nunilo y Alodia: Huérfanas perseguidas, resistieron todos los ataques para abandonar la fe

La Iglesia conmemora a las santas Nunilo y Alodia el 22 de octubre. Hermanas de padre musulmán, fueron criadas en la doctrina cristiana por su madre. Se negaron a abandonar su fe en Cristo y fueron decapitadas por ello en Huesca, España.

Santas Nunilo e Alodia a caminho do martirio

Redacción (22/10/2025 09:16, Gaudium Press) La ascensión al trono de Abd al-Rahman II, en la tercera década del siglo IX, marcó el inicio de un período difícil para los cristianos del Emirato de Córdoba. Aunque no existía un clima de intensa persecución, cualquiera que desobedeciera abiertamente las leyes del Corán debía ser denunciado ante las autoridades.

La tradición cuenta que un muladí adinerado de la ciudad de Adahuesca, situada al norte de la Península Ibérica, se casó con una cristiana por aquella época, y de esta unión nacieron dos hijas: Nunilo y Alodia. Ambas fueron criadas en la verdadera religión por su madre, pero en secreto, para evitar ser acusadas de apostasía.

Entregadas a un tutor islamista

De adolescentes, quedaron huérfanas y fueron confiadas a la custodia de un pariente paterno, fiel seguidor del islam. Sin embargo, incluso en ese ambiente hostil, las hermanas perseveraron en la fe que recibieron en el bautismo.

Temiendo ser denunciadas por mantener a dos jóvenes cristianas en su casa y codiciando la recompensa prometida a quien traicionara a los seguidores de Jesús, su tutor las entregó a Jalaf ibn Rasid, gobernador de Alquézar. Intentó persuadirlas, con halagos y amenazas, para que abandonaran su religión, pero todas sus propuestas fueron rechazadas enérgicamente por las hermanas, quienes declararon estar dispuestas a vivir o morir por Cristo.

Admirando su perseverancia y conmovido por su juventud, Calaf les ordenó regresar a casa sin hacerles daño.

“¡La muerte nos llevará a los brazos de Cristo!”

nuniliyalodia

Disgustado por el inesperado desenlace, el malvado pariente apeló a la autoridad de Zimael, gobernador de Huesca.

Una vez más, las jóvenes fueron citadas para ser interrogadas. Si renunciaban a su fe, recibirían oro, plata, vestidos y joyas, así como esposos ricos y nobles; si no lo hacían, serían condenadas a muerte. Pero nada conmovió a las heroicas hermanas, quienes respondieron:

“¡No intenten separar a dos vírgenes del culto a Dios! […] Con Cristo está la vida, y sin Él, la muerte. Permanecer a su lado y vivir con Él es la verdadera alegría; estar separadas de Él es la perdición eterna. Le consagramos la integridad de nuestros cuerpos y tenemos la firme resolución de no abandonarlo jamás. Despreciamos todas las ventajas terrenales que nos ofrecen. […] Recibiremos con alegría la muerte con la que nos amenazan, pues sabemos que abre las puertas del Cielo y nos conduce a los brazos de Cristo”.

Separadas

Al darse cuenta de que la unión de las dos hermanas fortalecía sus convicciones, el gobernador ordenó que las separaran. Las enviaron con familias diferentes, que las trataron bien, mientras intentaban persuadirlas con promesas y amenazas, diciendo: “¿Qué haces? Tu hermana ya ha renunciado y desea seguir nuestra ley”.

Cuarenta días después, Nunilo y Alodia se encontraron de nuevo ante el malvado gobernador. En este interrogatorio final, el ataque fue más sutil, proponiéndoles simplemente fingir una renuncia a la fe. Ante la vehemente negativa de las jóvenes, la sentencia de muerte por decapitación se pronunció de inmediato.

Un gesto noble nacido de un corazón puro

Siendo la mayor, Nunilo fue la primera.

Descubriéndose la garganta para facilitar la labor del verdugo, Nunilo se preparó para recibir la corona del martirio. Pero al fallar el primer golpe, cayó al suelo y, en sus últimos estertores, su vestido se rasgó. Alodia corrió hacia su hermana para alisarle la ropa. Y, como si viera su alma volar como una paloma al cielo, exclamó con alegría: “¡Hermana, espérame un poco! ¡Espérame un poco!”.

Alodia se preparó entonces para recibir el golpe fatal, pero antes, se quitó la cinta que le sujetaba el cabello y, para evitar lo que le sucediera a su hermana, se ató su propia túnica a los pies.

Sus cuerpos fueron abandonados allí para ser alimento de los animales. Sin embargo, los animales no se atrevieron a tocarlos, pues una fuerza divina velaba por los restos de las dos hermanas. Al ver esto, los infieles las sacaron a rastras de la ciudad, donde los cristianos las enterraron.

Sin duda, aquella intrépida joven que corrió a cubrir el cuerpo de su hermana jamás imaginó que la consideración de su sencillo gesto, recordado con admiración a lo largo de los siglos, valdría más que muchas palabras en este mundo tan reacio a la virtud y, especialmente, a la modestia.

(Texto extraído, con adaptaciones, de la Revista Arautos do Evangelho n.º 226, octubre de 2020. Por la Hermana Maria Gabriela Fiúza, EP)

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