A él le repondió Jesús que Él era el Camino, la Verdad y la Vida. ¿Cuál fue la falta de la incredulidad de Tomás?
Redacción (03/07/2024, Gaudium Press) Hoy la Iglesia celebra la fiesta litúrgica de Santo Tomás, aquel que metió el dedo en el costado del Señor Resucitado.
Las tradiciones que nos llegan afirman que murió en la India un 3 de julio del año 72. Se cree que evangelizó el Oriente e incluso algunos ven en figuras mitológicas de América, como por ejemplo el Bochica de los chibchas colombianos, al gran Santo Tomás, quien habría enseñado muchas cosas a los aborígenes, entre ellas los primeros trazos de la fe.
Su nombre significa “gemelo”, por eso también la Escritura lo llama el ‘Dídimo’, que quiere decir gemelo en griego; pero no se sabe a ciencia cierta el por qué de ese apelativo.
En tres episodios del Evangelio el co-protagonista es Santo Tomás.
En el primero, narra el evangelio de San Juan (11, 16) que el Señor regresaba a Judea, donde los judíos ya habían querido apedrearle; es decir, ese viaje que era para resucitar a Lázaro e iniciar la última etapa de su vida, representaba un alto riesgo patente. En esos momento dijo sincero Tomás: “Vayamos también nosotros a morir con él”. Sus palabras por tanto ya mostraban cuán unido se encontraba el discípulo a Jesús, no son tantos los que quieron compartir un posible fin trágico con alguien.
Santo Tomás pregunta, y el Señor da sublime respuesta
En el segundo episodio, también narrado en el evangelio de San Juan (14, 5), se cuenta que estando el Señor en la última cena, dice a los discípulos que Él partirá pronto a la Casa del Padre, y que allá les reservará una morada. Agrega Jesús que ellos “ya conocen el camino del lugar adonde voy”. El Apóstol Tomás, hombre de mentalidad “positiva” como lo califica Mons. Juan Clá en Lo Inédito sobre los Evangelios, pregunta con claridad a Cristo: “Señor no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?”. Y a esa pregunta, sincera, Jesús da una de las más maravillosas respuestas y expresiones que registra la Escritura: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”.
Además de la gran enseñanza que deja Jesús en esas palabras (enseñanza trinitaria pues muestra que él es camino hacia el Padre y el Espíritu Santo, enseñanza también espiritual porque manifiesta que nuestra verdadera vida es vivir en Él), el pasaje nos ofrece otra sublime instrucción: cuando es del caso, y sin timidez, debemos preguntar. Es probable que varios de los que escucharon la pregunta del Apóstol creyeran que ya sabían la respuesta y se hubieran molestado un tanto con la intervención de Tomás. Pero la sublime contestación del Salvador muestra que el interrogante que le había formulado el Dídimo tenía todo propósito. Pregunta aquel que quiere saber y que no es tan orgulloso de creer que conoce ya todas las respuestas.
“Señor mío y Dios mío”
Y el tercer episodio en el que aparece Tomás en la Escritura es el más famoso, el de su duda en la resurrección de Cristo, y su posterior confesión de fe cuando ve al Resucitado, exclamando por siempre “Señor mío y Dios mío”.
Santo Tomás no estaba con los discípulos en la primera aparición del Resucitado. ¿Por qué? Si lo imaginamos solo, con sus angustias por la muerte de aquel que tanto amaba, eso ya sería un defecto. La fe se transmite y se fortalece en comunidad, y aunque nuestra tendencia sea la de ensimismarnos reunidos solo con nuestras cuitas, hemos siempre de fortalecer las buenas relaciones con nuestros hermanos en la fe y con aquellos que tienen la autoridad para guiarnos. No nacimos solos y no debemos vivir solos.
En todo caso, Tomás sabía de la rectitud de sus hermanos los apóstoles en cuanto a la persona del Salvador: ¿Por qué poner en duda su testimonio? “El principal error de Santo Tomás es ése. No creyó el testimonio de San Pedro y de los demás Apóstoles, que habían visto y tocado, como si dijera: ‘No acepto lo que el Papa afirma ni lo que todos los Obispos afirman junto con él; sólo creo en lo que yo constato’. Al haber reaccionado de esa forma, a Santo Tomás no le cupo el mérito de los que acatan la palabra de la Iglesia. Así pues, al declarar bienaventurados a los que creen sin haber visto, el Señor subraya nuestra dependencia en relación con la infabilibilidad pontificia y la necesidad de acogernos a la Tradición de la Iglesia transmitida a través de los legítimos sucesores de los Apóstoles”, (1) afirma Mons. Juan Clá.
Entonces, ni nacimos solos ni nos enseñamos solos a nosotros mismos: ahí está todo el depósito de la Fe, las Escrituras y Tradición de la Iglesia de la cuál Dios quiere que usemos para fortalecer nuestras mentes, y hacer que esos principios bien asimilados nos lleven a la vida eterna.
Bien es cierto sin embargo que Santo Tomás reconoció su error, y selló su amor por Jesús con su propia vida, por medio de la penitencia, anunciando al Señor y probablemente muriendo mártir. Su firme creencia en Jesús resucitado, Salvador de los hombres, había quedado más que probada. Pero es que se había abierto a la gracia, también la de Pentecostés.
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1 Mons. Joao Scognamiglio Clá Dias, EP. Lo inédito sobre los Evangelio. Libreria Editrice Vaticana. 2014. p. 291
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