Santo Toribio, el que crismó a tres santos, el que surcó por tres veces su gigantesca diócesis.
Redacción (23/03/2023 07:38, Gaudium Press) Santo Toribio de Mogrovejo fue uno de los tantos grandes y muchos regalos de España a tierras americanas.
Nace de familia noble en Mayorga, en 1538.
Fue elegido como juez de inquisición incluso sin ser clérigo. Había estudiado derecho en las universidades de Coimbra y Salamanca.
Tenía 40 años cuando, siendo presidente del Tribunal de Granada, Felipe II lo escoge como Arzobispo de Lima, en las épocas del patronato eclesiástico, en las que reyes y príncipes favorecían la evangelización, pero tenían derecho a escoger prelados. Fácil accedió el Papa Gregorio XIII, quien por una especial dispensa hizo que le concedieran rápidamente las órdenes menores y mayores. Tal era el prestigio de su ciencia y su virtud.
Ocurrió con este santo lo que había pasado con San Ambrosio mil años antes, que en cuatro domingos sucesivos fue recibiendo las dignidades de la Iglesia.
Pasaba que la situación de la diócesis suramericana no era la mejor en materia espiritual. Pero el Santo sí era el remedio adecuado, dispuesto por Dios. Santo Toribio emprendió la reforma sin dilación, con caridad pero con firmeza. Puso freno a los abusos, reformó el clero.
El obispo, el gran catequista
Es bonito ver como el Espíritu Santo hace flexibles a sus santos: el legista, el especialista en los dos derechos, el civil y el eclesiástico, aquel que se expresaba en lenguaje jurídico elevado, se vuelve un ardoroso catequista, con una terminología completamente asequible a todos, también a los sencillos indios.
Recorrió por… ¡tres veces!, el gigantesco territorio pastoral de la diócesis de Lima de entonces, viajando millares de kilómetros. Entraba tanto en las casonas de los grandes cuanto en las cabañas miserables, era el pastor que iba detrás de los indios renuentes, les hablaba con bondad en sus idiomas, los conducía a Cristo.
Convocó trece sínodos regionales de obispos; hizo imprimir los primeros catecismos para indígenas de América del Sur. Esos catecismos estaban en tres lenguas, español, quechua y aymara. Fundó 100 nuevas parroquias en su arquidiócesis.
Administró el crisma a 3 santos: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y a San Martín de Porres.
La muerte lo encontró como un guerrero, en plena visita pastoral, en una capillita a 500 kilómetros de Lima. Expiró el 23 de marzo de 1606, un Viernes Santo. Fue canonizado por Benedicto XIII y San Juan Pablo II lo hizo patrono del episcopado latinoamericano.
En una semblanza que hizo el Cardenal Cipriani de este su antecesor en la sede de Lima, cuando se conmemoraba el cuarto centenario de la muerte del Santo, el purpurado peruano mostró como la fecundidad de su ministerio se encontraba en su cercanía con Dios y la asiduidad en la oración:
“En Santo Toribio reforzamos nuestra convicción de que el tiempo consagrado a Dios es garantía de una fiel entrega al cumplimiento de los propios deberes y al servicio de los hermanos”.
Resaltó también el Cardenal Cipriani su entrega a los pobres, su caridad.
Con información de Arautos.org
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