Historias como las los dos santos de hoy, hacen sentir la fuerza de la gracia que animaba esta Iglesia que aún era una tierna niña.
Redacción (02/07/2025, Gaudium Press) San Martiniano y San Proceso, dos mártires con una historia muy particular.
Cuando se leen historias como las de los santos de hoy –dos de los varios que la Iglesia conmemora el 2 de julio– no se puede decir sino que se siente la fuerza de la gracia que animaba esta Iglesia apostólica, que aún era tiernísima niña.
Después de haber conmemorado a San Pedro y San Pablo el 29 pasado, y tras ellos a los protomártires del cristianismo el 30, hoy celebramos a dos santos nacidos directamente del apostolado de las dos columnas de la Iglesia, San Pedro y San Pablo.
Eran Proceso y Martiniano soldados de Nerón, que ejercían labores de guardia en la cárcel Mamertina cuando allí llegaron Pedro y Pablo. Estos dos prisioneros primero les parecieron extraños. No eran como los otros, no emitían oscuridades, de ellos salía una luz especial. Ellos hablaban bien, regalaban su comida a los otros, ayudaban a los enfermos, hablaban entusiasmados de un Profeta Judío que llaman Jesús.
Ya habían tenido ese tipo de prisioneros, que se hacían llamar cristianos –después de que Nerón decretara perseguirlos, llegaron a la cárcel por montones. Era gente que llegaba a cambiar la fisonomía de la misma cárcel.
El milagro del agua de vida
Proceso y Martiniano van escuchando a estos cristianos, y un día empiezan a gustar de su mensaje, la gracia los va tocando, hasta que deciden y manifiestan querer ser discípulos de Cristo. Piden el bautismo. Se ofrecen incluso como sustitutos de Pedro y Pablo para que puedan salir de prisión, permaneciendo ellos en su lugar.
Pero lo primero es el bautismo, el sacramento de iniciación cristiana, el agua regeneradora en el Espíritu.
Sin embargo, no había agua, materia indispensable del sacramento. Y entonces el primer Papa opera un milagro más: San Pedro dibuja una cruz mirando la Roca Tarpeya, de la cual comienza a brotar el límpido líquido que también sirve también para bautizar a otros 47 que ya habían pedido el sacramento. Esa fuente hasta hoy no se agota, y sigue siendo ocasión de muchos favores, algo muy simbólico pues es una fuente de Pedro.
La persecución se dirige ahora hacia los carceleros convertidos
Pero es claro que el imperio pagano no va a admitir tan fácilmente que antiguos carceleros de cristianos sean ahora anunciadores de la Buena Nueva de Jesús.
El juez Paulino manda llamar a Martiniano y a Proceso.
Les dice que no se preocupen, que les sería perdonado ese pasajero momento de debilidad, de vana ilusión; pero que, claro, debían abandonar tales absurdas nuevas creencias, esas bobadas, y que ahí ya estaba Júpiter o Marte o el dios pagano cualquiera llamado demonio que esperaba sus inciensos y su culto. No conocía Paulino la fuerza de la gracia que les había venido a los carceleros con el bautismo, pero lo constató cuando se tuvo que enfrentar con su voluntad decidida: Ellos eran y permanecerían cristianos, así le dijeron.
Comienzan las torturas
Se cuenta que les hicieron de todo. Les propinaron contusiones en la boca, recibieron todo tipo de azotes, los atemorizaron con las picaduras de escorpiones… Finalmente los queman, y luego los decapitan. Pero cuando estaban siendo quemados, sin explicación natural, el juez Paulino queda ciego, un espíritu maligno se apodera de él y muere a los tres días.
Había una matrona cristiana, Lucina, que recoge los cuerpos de los dos mártires carceleros, como lo hacía con muchos. Hace que los sepulten en su propiedad y luego inicia la construcción de una iglesia en honra de ellos.
Ellos están sepultados hoy en el cementerio de Damasco, en la Via Aurelia romana. Y hoy todo el orbe cristiano los recuerda, pues están en el cielo.
Con información de Catholic.net
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