Para San Agustín, el hombre que nunca viajó es como quien leyó un solo libro en su vida. Bueno, si ese es el caso, descubrir nuevas tierras sería el equivalente a desentrañar una biblioteca entera…
Redacción (05/01/2022 09:36, Gaudium Press) Durante el Medioevo, ya se postulaba la existencia de un continente austral (más tarde llamado Antártida). Envuelto en misterios, Camões cantó sobre él: “Desde el polo fijo, donde todavía no se sabe / Que otra tierra comience o el mar acabe” (Lusíadas, V, 14). Fue solamente a fines del siglo XIX, que se reunieron las condiciones para abrir este nuevo mundo, con el inicio de la Era Heroica de las expediciones antárticas.
La conquista del Polo Sur fue el principal objetivo de los exploradores. En 1909, el irlandés Emest Shackleton casi logra tal hazaña, regresando a solo 180 kilómetros de la meta. Finalmente, en 1911, en una disputa con el inglés Robert Scott, el noruego Roald Amundsen logró tal hazaña, comparable al descubrimiento de América o incluso a la llegada a la Luna en 1969.
Shackleton tenía otra marca sin precedentes: atravesar toda la Antártida a pie, un camino de unos 2,9 mil kilómetros. Las condiciones eran desafiantes: vientos de hasta 300 km por hora y temperaturas más abajo de -75 ° C. Para tal empresa, consiguió algunos patrocinadores y anunció el atrevido proyecto. A pesar del bajo salario ofrecido y del extremo peligro de la expedición, se presentaron más de 5.000 candidatos para acompañar a Shackleton. En el proceso de selección, además del currículo, Shackleton también examinaba el carácter y el temperamento de los candidatos. Una de las pruebas, por ejemplo, era cantar una música improvisada … Sólo 27 fueron reclutados para la llamada “Expedición Imperial Transantártica”.
El nombre del buque era Endurance
En septiembre de 1914, el barco Endurance (nombre sugestivo pues significa ‘Resistencia’) partió de Plymouth, Inglaterra, rumbo a la Antártida, con escalas en Buenos Aires y Georgia del Sur. Desde esta isla, se dirigió al continente helado, enfrentándose a 115.000 km de aguas plagadas de icebergs. En enero de 1915, a solo 140 km de la costa antártica, el barco quedó completamente aprisionado por el hielo, lejos de cualquier contacto con la civilización. Después de numerosos intentos de liberarse del glaciar, la única esperanza sería esperar a que se derritiera después del invierno.
Shackleton, o simplemente “el jefe”, decide esperar.
Su misión ahora, no menos heroica, es salvar a la tripulación. Forjado por la adversidad, organiza una rutina equilibrada y una disciplina eficaz, para que se sientan preocupados por el bien común. Para evitar el aburrimiento, promueve el canto, el ajedrez y otros juegos. El optimismo del jefe se manifiesta en una mezcla de alegría, determinación y fe, con un poco de buen humor. Cuidando de cada uno, elogia las buenas actitudes y corrige los errores, sin humillaciones. Cuando alguien se queja de la comida, se desprende de su propia ración diaria. Un compañero lo llamó “un vikingo con corazón de madre”.
Finalmente, en octubre de 1915, después de una larga agonía, el Endurance finalmente es aplastado por el hielo, como un cascanueces.
Un jefe que daba ejemplo
Como buen líder, Shackleton da el ejemplo: es el último en abandonar el barco. La tripulación permanece acampada en un témpano hasta que logran zarpar con tres botes salvavidas hacia la desierta Isla Elefante. Entonces, la única posibilidad de supervivencia es atravesar 1.287 km a través del empinado Pasaje Drake, “el peor mar del mundo”, hasta la estación ballenera de Georgia del Sur, para solicitar un rescate.
Shackleton se embarca en un pequeño bote con otros cinco tripulantes hacia Georgia del Sur, en una travesía prácticamente imposible, pero alcanzan su destino después de 18 días de verdadera odisea. Pero no hay nada malo que no pueda empeorar: llegan por el lado sur, y la estación ballenera está al norte… Una vez más, ‘el Jefe’ es ejemplar: él y otros dos seguirán el camino a pie por las cordilleras, durante dos días consecutivos sin dormir, en un viaje desafiante incluso para escaladores profesionales. Los tres testificaron después que sentían la presencia constante de una cuarta persona que los acompañaba …
Finalmente, el 30 de agosto de 1916, casi dos años después del comienzo de la epopeya, todos los que permanecían la isla Elefante fueron rescatados con vida. Como Jesús, Shackleton bien podría declarar: “De los que me diste, ninguno se perdió” (Juan 18-19). De hecho, Scott era el mejor en ciencias; Amundsen, en velocidad; pero en una situación desesperada y sin salida, “arrodíllese y pida a Dios que su jefe sea Shackleton”, comentó un cronista.
Hace 100 años, el 5 de enero de 1922, de camino a otra expedición antártica, Shackleton se embarcó, sin embargo, en el más sublime de los viajes: el eterno. Al final, ¿había cumplido su misión? Sin duda, porque, como proclamó el padre Vieira, “morir bien es la mayor hazaña”. Sí, pues más tarde fue reconocido como el “mayor líder que jamás haya venido a la tierra de Dios” y el héroe de la aventura más extraordinaria.
Por el P. Felipe de Azevedo Ramos, EP
(Publicado originalmente en Gazeta do Povo, 05/01/2022)
Deje su Comentario