sábado, 23 de noviembre de 2024
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Simón de Montfort y la batalla de Muret

Santo Domingo de Guzmán combatió a los albigenses mediante la predicación y Simón de Montfort lo hizo mediante las armas. A ambos los unía un mismo ideal: la extirpación de la herejía y la gloria de la Santa Iglesia.

Simon de Montfort

Redacción (26/09/2023 12:42, Gaudium Press) La herejía de los albigenses se extendió por el sur de Francia, con la ciudad de Albi como foco principal. De ahí su nombre.

El doctor Plinio Corrêa de Oliveira explica que los albigenses, también llamados cátaros, profesaban el panteísmo dualista de los maniqueos, es decir, decían que había dos dioses: el del bien, creador del espíritu, y el del mal, que daba origen a la materia.

Rechazaban el dogma de la Encarnación del Verbo, demostraban un gran odio contra la Iglesia, la Tradición, los Sacramentos, la intercesión de los Santos, el Ave María, el culto a las imágenes.

Lucharon contra la propiedad, la justicia, el matrimonio y la jerarquía social. Había en esta herejía el germen del comunismo.[1]

Muchos católicos, incluso obispos y sacerdotes, se convirtieron en albigenses o fueron cómplices de sus errores.

“La Cruzada contra los cátaros y los albigenses, las guerras de Religión de la Liga Católica de Francia, las de los Chouans, las de los Carlistas, las de los Cristeros, son las guerras más hermosas de la Historia, porque toman todo su significado del ideal religioso.” [2]

El Papa instó a tomar las armas contra los albigenses

Para investigar la situación, el Papa Inocencio III envió, en 1208, un legado al sur de Francia que formó una liga de gobernantes para combatir a los herejes, cuyo principal líder era el conde de Tolosa, Raimundo VI, quien ordenó la muerte del representante del pontífice.

Inocencio III excomulgó al conde y liberó a sus súbditos del juramento de lealtad. Envió cartas al rey de Francia Felipe Augusto y a varios gobernadores, instándolos a tomar las armas contra los herejes. Concedió a los participantes en aquella guerra las mismas indulgencias concedidas a quienes iban a luchar a Tierra Santa. Y declaró que los albigenses eran más peligrosos que los sarracenos. [3]

Se llevó a cabo entonces una cruzada encabezada por el noble Simón de Montfort, señor de un feudo en Montfort-l’Amaury, cerca de París. En una colina se había construido un fuerte castillo que pasó a llamarse Montfort (del latín mons fortis).

Era un caballero alto. “Su piedad, su celo por la Fe y la pureza de sus costumbres le proporcionaron esta perfección por la cual la Caballería representa, por así decirlo, a la Iglesia en sus relaciones con el mundo.”[4]

Todos los días participaba en Misa y rezaba el Oficio Divino. Como parte de la IV Cruzada estuvo en Tierra Santa donde demostró su gran valor militar en la lucha contra los musulmanes. Algunos de sus contemporáneos lo compararon con Judas Macabeo e incluso con Carlomagno.

Los albigenses practicaban horribles abominaciones. Uno de sus líderes, Raimundo-Roger Trancavel, conde de Foix –ciudad del suroeste de Francia–, ordenó quemar los ornamentos, vasos sagrados y reliquias de las iglesias. Varias veces envió a mujeres de mala vida a conventos para convertirlos en antros de orgías.

Santo Domingo de Guzmán acompañó a Simón de Montfort

Battleof MuretEn septiembre de 1213, los condes de Toulouse y Foix hicieron una alianza con Pedro II, rey de Aragón –norte de España– para defender a los albigenses. Con un gran ejército penetraron en los dominios de Simón de Montfort y acamparon en la ciudad de Muret, en las afueras de Toulouse.

Acompañado por Santo Domingo de Guzmán, siete obispos y dos abades, Simón de Montfort reunió a 1.700 católicos y se dirigió hacia ese lugar. Al pasar por un pequeño pueblo, entró en una capilla, se confesó y colocó su espada sobre el altar diciendo: “Señor, aunque soy indigno, Tú me escogiste para defender Tu causa. ¡Concédeme la gracia de que, luchando por tu honor, luche con justicia!”[5]

A través de Santo Domingo envió un mensaje al rey de Aragón proponiéndole negociaciones de paz, que fueron rechazadas. Luego, los obispos excomulgaron a Pedro II y sus cómplices.

En la madrugada del día del enfrentamiento, un prelado concedió la absolución general a los católicos, quienes se dividieron en tres batallones, en honor de la Santísima Trinidad, y zarparon para el combate.

Montfort, con sus mejores guerreros, cabalgó a lo largo del río Garona y atacó a los aragoneses reunidos en torno a su rey. En el enfrentamiento murió Pedro II y los herejes entraron en pánico. Los caballeros de Monfort cargaron y murieron aproximadamente 18.000 enemigos de la Iglesia; muchos huyeron, incluidos los dos condes. Era el 12 de septiembre de 1213.

Audiencia con el Rey de Francia

En noviembre de 1215, Inocencio III celebró en Roma el IV Concilio de Letrán, que renovó la condena de los albigenses. El Papa nombró a Simón de Montfort señor de Toulouse y de las ciudades del sur de Francia que habían caído en la herejía y fueron conquistadas por él.

Para oficializar la orden papal, Montfort fue a París y tuvo una audiencia con el rey Felipe Augusto, quien le entregó un diploma de investidura sobre Toulouse y otros feudos de Raimundo VI.

Indignado, este viajó a Aragón y otras ciudades de Francia para pedir ayuda contra Montfort. Los líderes de los albigenses se establecieron en Toulouse y obtuvieron el apoyo de gran parte de la población.

Montfort, con sus caballeros, sitió esa ciudad. El 25 de junio de 1218, al finalizar la misa en la que participaba, le informaron que había llegado la hora señalada para iniciar el ataque. Él dijo: “¡Vámonos y, si es necesario, muramos por Aquel que se dignó morir por nosotros!”[6]

Al ver que los católicos se acercaban audazmente, los herejes les arrojaron cargas de piedras. Uno de ellos golpeó en la cabeza a Montfort, quien cayó de su caballo y expiró.

Una gran gloria para Simón de Montfort fue el elogio que recibió de San Luis María Grignion de Montfort, quien escribió: “¿Quién puede contar las victorias que Simón, Conde de Montfort, obtuvo contra los albigenses, gracias a la protección de Nuestra Señora del Rosario? Fueron tan famosas que nunca se había visto nada parecido.”[7]

Por Paulo Francisco Martos

Nociones de historia de la Iglesia

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[1] Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O corpo místico de Satanás. In Dr. Plinio. São Paulo. Ano XXV, n. 292 (julho 2022), p. 11.

[2] Idem, Entusiasmo e alegria pela alma guerreira. In Dr. Plinio. Ano XXIV, n. 278 (maio 2021), p. 34.

[3] Cf. VILLOSLADA, Ricardo Garcia. Historia de la Iglesia Católica – Edad Media.3. ed. Madri: BAC, 1963, v. II, p. 479.

[4] DARRAS, Joseph Epiphane. Histoire Génerale de l’Église. Paris: Louis Vivès. 1881, v. 28, p. 340.

[5] Idem, ibidem, p. 382.

[6] Idem, ibidem, p. 421.

[7] SAN LUIS MARIA GRIGNION DE MONTFORT. El secreto admirable del santísimo Rosario. In Obras de San Luis Maria Grignion de Montfort. Madrid: BAC. 1954, p. 366.

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