Dios prefirió sacar bien del mal a no permitirlo, dice San Agustín.
Redacción (27/08/2020 09:14, Gaudium Press)
Dios prefirió sacar bien del mal a no permitirlo, dice San Agustín.
Todo lo contrario de lo que hacemos los hombres: el bien que recibimos tendemos a convertirlo en un mal cuando nos lo apropiamos, haciéndonos prepotentes y creyéndonos autosuficientes.
La gracia de Dios nos ilumina la inteligencia, fortalece nuestra voluntad y equilibra nuestra sensibilidad. Prácticamente nos retorna a un estado casi paradisíaco. Consolación y prosperidad, tanto espiritual como física, parecieran inundarnos de alegría. Todo a nuestro alrededor nos parece más soportable y bonito.
Siempre estará la tentación: “Seréis como dioses”
Experimentar ese estado de espíritu, esa buena disposición mental e incluso bienestar físico, pareciera revivir en el fondo de nuestras almas la tentación de la serpiente a Eva: Seréis como dioses.
La Imitación de Cristo dice que nos engolosinamos con la dádiva y nos olvidamos del dador. Con el tesoro en nuestro poder salimos a pasos rápidos lejos de Dios para disfrutarlo a nuestro parecer y criterio, ávida e intemperantemente y no compartirlo, o en el mejor de los casos compartirlo con quien nos dé la gana sin medir despilfarros. Entonces Dios nos llama la atención amorosamente con una corrección del comportamiento y permite el tropezón del que ciertamente sacará un bien mayor para nosotros si lo consentimos: Es un dolor, sufrimientos, enfermedades, humillaciones, fracasos y decepciones como remedio que alivia o cura según el caso.
Aprender a sufrir con gratitud y esperanza es la clave del libro del Padre Pederzini (1). ¿Sirven para algo el dolor y el sufrimiento? La razón de estos – dice el padre – no puede estar fuera de los planes de Dios con cada uno de nosotros. Él no puede dejarnos sufrir por algún motivo inútil o cruel.
El mal y el odio son ausencia de bien y de amor
Está muy claro en la enseñanza de la Iglesia que el mal como el odio son ausencia de bien y de amor. No provienen de Dios sino del pecado. Santo Tomás da el ejemplo de la fruta podrida en alguna parte de ella. Allí ya no hay fruta sino putrefacción, y aunque siga siendo fruta y no haya perdido su esencia, en esa parte putrefacta ya no hay fruta propiamente dicha. Ella se transformó en algo distinto que a pesar de conservar una apariencia lejana de la fruta que fue, es solamente un engaño.
Pero Dios saca de ese mal un bien: De una dolorosa caída en el pecado, de un accidente, de una enfermedad, de una aflictiva traición. Basta aprender a esperar con paciencia, confianza y fe absoluta, precisamente las virtudes que están siendo puestas a prueba en muchas almas que hoy están desconcertadas, sin saber bien qué pensar ante esta situación que vive el mundo y lo que probablemente se avecina.
El libro del padre demuestra que el sufrimiento madura al hombre, lo lleva al conocimiento de sí mismo, le afina y le eleva el espíritu. Un hombre que no ha sufrido en la vida, es todavía medio hombre.
Pero se está hablando de esos dolores profundos incomprensibles y a veces inesperados que llegan de repente. Golpean a la puerta y entran sin pedir permiso ni saludar. Se instalan en nuestra vida y se convierten en compañeros de viaje, serios, adustos y pensativos, que si los acogemos sin reclamos ni resentimientos, terminan siendo excelentes consejeros. No se trata de aquellas pequeñas contrariedades cotidianas y molestias diarias, sino de grandes y trascendentales sufrimientos para nuestra vida. Aquellos cuyo peso y medida tienden a doblegarnos y nos traen noches de insomnio y preocupación.
Quien maneja el sufrimiento maneja el timón de la historia
Alguna vez el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira dijo que quien maneja el sufrimiento aceptado por respeto y amor a la Voluntad de Dios, maneja también el verdadero timón de la historia. Esas almas en esa actitud, son las que le dan rumbo a los acontecimientos que glorificarán a Dios y salvarán la humanidad.
Por Antonio Borda
(1) Mons. Novello Pederzini (1923-2018), “Para sufrir menos, para sufrir mejor”, Ed. Sin Fronteras. Quito.
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