La conformidad con la voluntad de Dios no es una actitud fácil, pero es sumamente necesaria y es la mayor prueba de fe y confianza que podemos dar.
Redacción (27/09/2022 11:16, Gaudium Press) Desde pequeños aprendemos a pedirle cosas a Dios y muchos vamos por la vida haciéndolo. Pero en la juventud, período de la vida en que todo parece importante y urgente, nuestras peticiones son siempre cuestión de vida o muerte.
En mi adolescencia conocí a un sacerdote que me marcó por su buen humor y la forma de evangelizar a sus feligreses. Los jóvenes lo querían mucho y siempre le pedían que orara por sus intenciones, a lo que él respondía: “¡Yo no! ¡Que Dios responda!”
En ese momento, estaba pensando en seguir la vida religiosa y participaba en reuniones para discernir si tenía o no una vocación. En uno de estos encuentros vocacionales, tuve la oportunidad de hablar largo y tendido con él y, como los demás, le pedí que rezara por mí.
La inconstancia
Entonces me explicó -y luego lo repitió en un sermón- por qué hacía esa broma de decir que no rezaría, porque ‘Dios responderá…’ Me habló muy en serio del peligro de la inconstancia, que nos hace desear algo hoy, otra mañana y otra la semana que viene y eso, muchas veces, algo que suplicamos a Dios en un momento determinado, como si nuestra vida dependiera de ello, en unos días, puede cambiar y ya no queremos eso.
El sacerdote se llamaba José Luis y en su homilía de esa tarde dijo: “Dios es Padre y nos ama y, cuando le pedimos algo con fervor, responde, pero muchas veces, cuando llega la gracia, ya cambiamos de idea y ya no la queremos. Entonces la bendición se convierte en maldición”.
Después de escucharlo, comencé a orar de manera diferente. Quería seguir la vida religiosa, pero mi familia estaba en contra, así que me arrodillé y le pedí fervientemente a Dios que “ablandara” el corazón de mi madre y la hiciera acceder a mi ingreso al seminario. Sufrí mucho con su resistencia y no entendía por qué Dios no la convencía de que era lo mejor para mí y me dejaba ir.
Angustiado, le pregunté a aquel sacerdote que tanto me inspiró y me hizo imaginar el sacerdocio como el estado más perfecto de vida en la tierra: “Padre, si ofrezco mi vida a Dios para servirle, para hacer el bien a los demás, a las personas, ¿Por qué no me ayuda haciéndole entender a mi madre que esto es lo mejor para mí?”
Luego me respondió con otra pregunta: “Crees que esto es lo mejor para ti, pero ¿alguna vez te has preguntado si esto es lo mejor para Dios?”.
Tenía 15 o 16 años en ese momento y mi razonamiento no logró llegar a la profundidad de su pregunta y salí de la sala un poco decepcionado. Sin embargo, escuchando su homilía, por primera vez pensé: ¿Y si esto no es lo mejor para mí, y Dios me lo da, por mi insistencia y luego me arrepiento y me vuelvo un mal sacerdote?
Conformidad a la Voluntad de Dios
Pasaron muchas cosas, mi vida tomó otros rumbos, el cura cambió de parroquia, me mudé a otra ciudad y nunca más supe de él, pero nunca lo olvidé. Ahora, entrando en la vejez, otro sacerdote, joven y entusiasta, me recordó al P. José Luis. Este sacerdote suele recomendar la lectura de un librito de San Alfonso María de Ligorio, llamado Tratado de Conformidad con la Voluntad de Dios.
Nunca había oído hablar de este libro y no tengo idea si el P. José Luís lo leyó, sin embargo, toda su vida pareció guiarse por lo que dice San Alfonso allí, en esas pocas, pero tan profundas, páginas.
Dice que debemos conformarnos a la voluntad de Dios en todo, incluso en cosas simples como no quejarnos si llueve, si hace calor o frío, y explica que conformarse a la voluntad de Dios no significa no orar, sino orar de la manera correcta.
Como soy muy observador, comencé a prestar atención a aquellas personas más ostentosas, que oran y piden que oren por ellos, diciendo cuáles son sus intenciones. Y he visto muchos casos en que los fieles fueron respondidos por Dios y quedaron tremendamente defraudados, porque lo que pedían tardó mucho en llegar y, cuando llegó, ya no se necesitaba ni se quería. Incluso vi personas orando para que Dios les quitara lo que les había dado y que ahora veían como un problema.
Es enteramente legítimo que presentemos nuestras intenciones a Dios y muy apropiado que lo hagamos a través de Nuestra Señora, pero la oración más perfecta es la que Ella misma nos enseñó: “Señor, hágase en mí según tu palabra.” Porque Dios sabe lo que es mejor para nosotros. Nosotros no lo sabemos
La conformidad con la voluntad de Dios no es una actitud fácil, pero es sumamente necesaria y es la mayor prueba de fe y confianza que podemos dar. No significa renunciar a nuestro libre albedrío, como muchos afirman, sino usar nuestro libre albedrío para colocarnos bajo el gobierno irrestricto de Dios.
Serenidad y confianza
No sé si hubiera sido más feliz en la vida religiosa, pero sé que tuve la vida que el Señor escogió para mí y la felicidad, aunque hubiese flirteado con ella en las enseñanzas de aquel sacerdote de mi juventud, sólo la encontré ahora, cuando ya se acerca el final de mis días, cuando he cambiado la ansiedad y la angustia por la serenidad y la confianza.
Cuento esta historia en un intento de traer alivio a muchas personas para quienes orar todavía significa cargar piedras y cuyas oraciones no contestadas despiertan en ellos la inmadurez del autodesprecio y la autocompasión o la arrogancia de rebelarse contra Dios.
Como nos enseñó San Pablo: “Hoy conozco en parte; pero entonces conoceré plenamente, como soy conocido” (1 Cor 13, 12). Por lo tanto, llegará el día en que comprenderemos lo que ahora no es posible comprender. Así que mientras nuestra visión sea borrosa y nuestro entendimiento incompleto, confiemos, y si no tenemos la fuerza suficiente para renunciar a nuestros deseos y a nuestro hábito de pedir lo que creemos que es bueno para nosotros, quedemos en silencio. El resto, Dios lo hará.
Por Alfonso Pessoa
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