lunes, 25 de noviembre de 2024
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Tras la Asunción: Un pentecostés marial, culmen de la sagrada esclavitud marial

Después de la Asunción de la Virgen, Dios quiso dejar una presencia de Ella en la Iglesia naciente de la cual Ella ya era Madre.

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Redacción (16/08/2022 22:11, Gaudium Press) Novedosas, osadas y maravillosas tesis esgrime Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, en su más reciente obra ¡María Santísima! El Paraíso de Dios revelado a los hombres, de la que encomiamos su lectura, por el bien que está haciendo a las almas, y la esperanza que trae a este mundo que tanto lo necesita.

Enfoquemos hoy la atención en la tesis de que después de la Asunción de la Virgen, Dios quiso dejar una presencia de Ella en la Iglesia naciente de la cuál ella ya era Madre, como fue resaltado por el Concilio Vaticano II. 1

La Virgen, dice Monseñor, “era el tabernáculo del Espíritu Santo, el ‘lugar’ a partir del cual Él actuaba en todos los corazones. Elevarla al Paraíso Celestial significaba como que retirar la gracia del universo, apagar la luz que iluminaba a la humanidad. En consecuencia, la Santísima Virgen simplemente no podría dejar de existir en la tierra. De alguna forma misteriosa, su presencia debería perdurar entre los hombres”. Así como Cristo permaneció con los hombres por medio de la Sagrada Eucaristía, y en Pentecostés el Espíritu Santo “había fijado la figura del Redentor en las almas de los Apóstoles y discípulos”, “¡de manera análoga reproduciría ahora la imagen de su fiel Esposa en los corazones de aquellos seguidores de Jesús! De este modo, el Evangelio de Cristo sería predicado según la visión de María, y ellos mismo irradiarían la luz de su Madre y Reina donde quiera que se encontrasen”.

Afirma el autor que en la perspectiva de la subida de la Virgen en cuerpo y alma al cielo, “el Espíritu Santo fue revelando a aquellos hombres toda la hermosura y suavidad de María, así como su íntima unión con la Santísima Trinidad, a fin de atraerlos a su Corazón y fijarlos en él. Nuestra Señora era el receptáculo de las complacencias del Padre, el reflejo purísimo del Hijo, el Paraíso del Consolador, el camino más seguro, rectilíneo y breve para llegar hasta Ellos (…) Y aquellas almas de poca virtud y tan inconstantes en la fe, poco a poco fueron siendo modeladas por la dulzura de la Virgen y transformadas por su amor”.

Un Pentecostés Marial, culmen de la esclavitud marial

Continúa Monseñor João Clá diciendo que “En Pentecostés, los Apóstoles y discípulos fueron confirmados en gracia e impelidos a llevar el mensaje evangélico hasta los confines del orbe. No obstante, cuando el Consolador les concedió el espíritu de Nuestra Señora en aquel ‘Pentecostés marial’, alcanzaron, de hecho, la plenitud que Dios deseaba para cada uno de ellos, y pasaron a actuar en la tierra como si ya estuviesen en el Cielo”. El Espíritu Santo los había tornado “semejantes a Ella”, con una unión que pasaba por encima de las distancias y las psicologías individuales: todos estaban hermanados en Ella. “En realidad se trataba de un desenvolvimiento de la sagrada esclavitud a Ella practicada por los componentes del primer núcleo apostólico”.

Es decir, lo previsto por San Luis de Montfort para cuando los siglos futuros comprendiesen lo que era la más profunda, eficaz y sublime devoción a la Virgen, ya había tenido su preludio magnífico en el nacimiento de la Iglesia.

Ella era entonces, y lo sigue siendo, la escala de Jacob para que el Espíritu Santo bajase y moldeara la Iglesia naciente. Quiera Ella ahora suplir las miserias de sus hijos, que estos reconozcan sus no pocas miserias para que la Virgen pueda actuar con toda libertad moldeando a los nuevos apóstoles, de estos tiempos, esclavos de Ella, según lo profetizado por San Luis de Montfort.

Por Carlos Castro

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