“…Lo que hicimos en esos días, sin proponérnoslo, fue entrar a través de un sutil túnel del tiempo en otro ‘mundanismo’, el de los siglos XVI, XVII y XVIII…”
Redacción (14/03/2023 09:50, Gaudium Press) Es claro, el factor generador principal de todo pecado, sea individual o colectivo, es la tendencia hacia el mal que se radicó en nuestros espíritus cuando a Adán se le ocurrió escuchar a Eva, que ya había escuchado entonces a la engañosa serpiente.
Pero el mero pecado original no explica por completo la decadencia de las sociedades y las civilizaciones, si no le sumamos los otros dos componentes de la lúcida trilogía establecida por la Iglesia: además de la carne, está el demonio y está el Mundo. Hoy dedicaremos algunas líneas a hablar de este último, importantísimo.
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Recorriendo las bellas, señoras e imponentes murallas y almenas, con que la corona española rodeó su joya en América, Cartagena de Indias, recordaba el titular visto en uno de los periódicos nacionales que estampaba: “Indignación por estadounidense que llama a Cartagena ‘la nueva Sodoma’”. El diario El Tiempo registraba las reacciones indignadas de algunos usuarios de redes sociales, que respondían al norteamericano Higgins que no, que “somos una ciudad llena de historia y tenemos muchas cosas buenas por ofrecer”, mientras que otro decía: “En Sodoma no había temor a Dios, pero en Cartagena sí hay personas que creen en él. No compares”.
Pero tanto una cosa como la otra son ciertas: el maravilloso sector histórico de Cartagena de Indias, único en toda América, con sus iglesias, palacios, plazas y fuertes evoca siglos grandiosos de historia, de héroes y de fe, y aún por sus calles circulan personas de piedad sincera que en los días santos llenan imponentes iglesias como la Catedral de Santa Catalina de Alejandría, o la iglesia-fortaleza de San Daniel de Santo Domingo o la que alberga los restos del sublime San Pedro Claver. Pero también es cierto que por más que sus ambientes se maticen con los cándidos reflejos de las candilejas, los balcones, los carruajes a caballo y los faroles, algunas de esas calles asumen en horas el siniestro aspecto de Sodoma, la ciudad bíblica del vicio y del pecado. Esa es la cruda realidad, aunque duela a muchos cartageneros.
Esos pensamientos se juntaron a las declaraciones que hizo en días pasados uno de los curas del programa Red de Redes, que en una de sus emisiones dedicada a la transmisión de fe en la familia, dijo que los padres de familia católicos no pueden creer que hoy “la transmisión de la fe se va a realizar culturalmente”, por lo que hay que “partir de cero y educar a nuestros hijos en que lo que van a vivir [su fe cristiana y el estilo de vida cristiano] es contracultural en la sociedad”.
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Es decir, la cultura dominante de este mundo es anti-cristiana, el mundanismo de este mundo que nos tocó vivir es contrario a Cristo y al estilo de vida según Cristo. Tal vez nunca como hoy, incluyendo los tiempos del surgimiento de la Iglesia, son más verdaderas las palabras de Cristo: “Mi reino no es de este mundo” (Jn, 18-36).
El problema es que todavía habemus no pocos católicos, que queremos hacer una componenda entre el mundanismo anti-cristiano y tendiente a lo sodomítico de este mundo y un cierto mundillo aún cristiano en el que queremos vivir o sobrevivir, pero sin romper con ese mundo.
Y esta componenda termina siendo creadora de Sodoma, porque los sutiles canales con que se comunica el mundo, incluso a los que no quieren participar de sus principios, generalmente terminan haciendo -si uno no vive prevenido y vacunado- con que también los reticentes adopten las máximas de este mundo, la moral de este mundo, la doctrina y el estilo de Sodoma.
Un día hace ya varios años, hice un viaje a Cartagena de Indias con un amigo misionero fotógrafo, que iba a capturar genuinas tomas en ese lugar de ensueño, mientras yo le ayudaba a cargar trípodes y lentes, su menaje y equipaje, al tiempo que tomaba algunas notas de mis impresiones para futuros escritos.
Solo que el viaje tuvo una característica peculiar, que lo hizo maravilloso.
Como lo que interesaba era obtener escenas de calles, edificaciones y monumentos, decidimos tener el horario de las lechuzas (que no de los vampiros), por lo que salíamos del hotel poco antes del caer del sol, para captar lo que los fotógrafos llaman la ‘hora azul’, y ahí comenzaba nuestra jornada de calles empedradas y vacías, monumentos y maravillas, jornada que terminaba, sudorosos y exhaustos, tipo cuatro de la mañana. Hasta hoy el recuerdo de ese viaje se atesora en mi mente como el del más maravilloso que hice en toda mi vida, tal vez exceptuando algunas jornadas recorridas en calles de París.
¿Por qué?
Creo encontrar la explicación justamente en el tema Mundanismo-Anti-mundanismo:
Lo que hicimos en esos días, sin proponérnoslo, fue entrar a través de un sutil túnel del tiempo en otro ‘mundanismo’, el de los siglos XVI, XVII y XVIII, en el mundo de una bella ciudad colonial de América, que conservaba aún poderosos los signos característicos del católico ‘mundanismo’ de la Europa medieval. Y gustosos de esa succión a través de ese túnel del tiempo, nos imaginamos subconscientemente viviendo en medio de hombres y damas verdaderamente cristianos, con modales cristianos, trajes cristianos; nos era fácil incluso imaginar una conversación digna y concienzuda con el Barón de Pointis que aunque saqueador de Cartagena era católico en su cultura y seguramente en sus convicciones; era fácil el sentirnos en un ambiente de fuente y piedra con todo un Don Blas de Lezo, modelo de señorío y de hombre católico, que nos contaría de sus heridas, de sus mares, de sus proyectos y su pata de palo.
Lo que ocurrió en esos días es que vivimos en un mundo católico, y eso, por la fuerza intrínseca del mundo, que se funda en el instinto de sociabilidad humano, nos ayudó a experimentar la gran y profunda alegría que desea verdaderamente el alma católica, que es vivir en un mundo verdaderamente cristiano.
Porque la fuerza del mundo, sea el católico o el de Sodoma, radica en el instinto de sociabilidad, que tiende a que queramos parecernos a los hombres que nos rodean. Si vivimos en una ciudad santa, tenemos que hacer significativa fuerza para no querer ser santos. Y si vivimos en Sodoma, tenemos que hacer significativa mayor fuerza para no ser degenerados.
Entonces, ¿lo que usted está sugiriendo, aunque no lo diga, es que nos pongamos a vivir como los Amish, como si aún estuviéramos en el S. XVIII o XIX?
No.
Lo que estoy diciendo es que si este mundo se vuelve Sodoma, no debemos creer que eso es normal, que es a lo que lleva la tendencia del instinto de sociabilidad, embajadora del mundanismo al interior de nuestras almas. Debemos hacer esa fuerza significativa para rechazar la cultura de Sodoma, y más, debemos empezar la reconquista, para la nueva creación de una civilización y una cultura cristiana, identificando el veneno de este mundo, que nos llega no solo por sus máximas, sino por los ambientes, los modos, las modas, los criterios subrepticios, por todos los elementos de la cultura.
Si no, si mantenemos como tontos los canales culturales abiertos con Sodoma, quien sabe si tendremos la suerte de Lot de escapar de Sodoma.
Por Saúl Castiblanco
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