“…en una tarde gris en la que ya penetraba la noche, con nubes bien cargadas a lo lejos…”
Redacción (26/10/2023, Gaudium Press) Uno de los atributos de Dios más detestados o despreciados, incluso dentro de la propia Iglesia, es su Grandeza, que por lo demás, es manifiesta en el Orden del Universo:
Dios, hizo un cielo gigante y lleno de estrellas para manifestar su grandeza. A la hora de ofrecer sus dones a los hombres, también lo hace con grandeza: nos dio un mar grandioso lleno de peces, suelos que pueden producir en abundancia, frutos magníficos y variadísimos; el Creador en su generosidad nos manifiesta su grandeza.
Hace dos días pude ver por vez primera un tornado.
Estaba haciendo ejercicio en las murallas de la perla colombiana del Caribe, Cartagena de Indias, en una tarde gris en la que ya penetraba la noche, con nubes bien cargadas a lo lejos. Aunque ya era casi noche, y las murallas no estaban bien iluminadas, los paseantes sobre la muralla no eran pocos en las cercanías del fiero baluarte Santo Domingo.
En un momento, el grupo de nubes negras —que se encontraban, calculo, a unos diez kilómetros al noroeste dentro del mar— comenzó a iluminarse por el inicio de una tormenta eléctrica que incendiaba su interior. El espectáculo era grandioso, pero no tan extraordinario.
De repente, en frente de esas nubes y para mi sorpresa se fue formando el hilo del tornado, uno que no era blanco sino gris, no gigantesco pero de un tamaño considerable, por lo menos a mi me pareció. Tal vez era mi sorpresa, pero veía que el tornado comenzaba a dirigirse hacia la costa, es decir hacia donde yo estaba. Sentí miedo, un miedo solitario, pues en ese grupo de personas era el único que se había percatado del fenómeno.
Como la muralla es alta, tal vez de cuatro o cinco metros metros en el lugar donde me encontraba, ancha pero sin barras de protección para los caminantes en uno de sus lados, no quise decir nada a nadie, no fuera a cundir el pánico y alguien pudiera caerse. Justo mientras pensaba en ello cruzó por mi lado un policía, al que decididamente tomé del brazo y señalando el horizonte, le dije:
— Mire.
El hombre también quedó de una pieza.
Pasaron algunos segundos en que los dos como estatuas observábamos el imponente fenómeno, mientras mentalmente decidíamos qué haríamos, él como autoridad y yo sinceramente como posible víctima. Por lo que sé tornados no es algo tan común en ese lugar.
Después de un tiempo corto pero ‘eterno’, el tornado se deshizo.
Pero como el viento arreciaba —un viento cálido de esos propicios a más tornados— y comenzó a llover, la gente se fue dirigiendo hacia algún refugio, sin pánico pero inocente de no haber podido contemplar el imponente, maravilloso y atemorizante espectáculo de los conos o tubos que tocan la tierra y a veces mucho destruyen. Grandeza imponente y a veces destructora del Autor de la naturaleza.
De hecho si se analizan las cosas en profundidad todo es grande porque todo toca en Dios: la naturaleza es grande, porque es reflejo del gran Creador; todo ser humano es grande, pues tiene un alma eterna que deberá rendir cuentas al gran Creador; los actos de los hombres tienen grandeza, porque al final todo repercute en la eternidad, y la eternidad es grande, muy grande, pues es el tiempo del Creador…
Un día el prof. Plinio Corrêa de Oliveira creó el término ‘herejía blanca’, para definir un tipo de piedad y de concepción de la piedad, que en el fondo busca reducir las cosas de la fe a la pequeñez del hombre y no ajustarla a la grandeza de Dios.
El santo, para el hombre o mujer infectados de herejía blanca, es alguien que puede interceder ante Dios para curar el reuma, y poco más. No es ese ‘ángel’ ya bienaventurado, que ocupa un trono especial en el cielo, y que ve a Dios cara a cara por toda la eternidad y con Él ayuda a definir los destinos de los hombres. El herejía blanca no gusta de las visiones trascendentes ni de las visiones de conjunto, ni de las verdades grandes, ni de las verdades fuertes, no: el herejía blanca en su sentimentalismo dulzón quiere reducir a Dios y a las cosas de Dios al tamaño de su egoísmo.
Para el herejía blanca la grandeza es lo contrario de la humildad, según la concibe la herejía blanca.
Entre tanto, Dios no es herejía blanca, es grandeza, y es también humildad en medio de su grandeza, porque como decía Santa Teresa, humildad es verdad.
El herejía blanca cuando impone su estilo pequeño expulsa de la Iglesia a las almas apetentes de grandeza, y causa un mal muy grande, porque al final, todos tenemos sed de infinito, que es sinónimo de sed de grandeza.
En este caos en que está el mundo, ya va siendo hora de recuperar la grandeza para las cosas de la fe.
No, Dios no es ese Papá Noel mediocre y pequeño, herejía blanca.
Dios es grande en su amor, y gigantesco en sus desamores. Dios es grande en sus obras, y gigante en sus destrucciones. Dios es grande en misericordia, y también gigante en su justicia. Dios es el tierno Cristo del Nuevo Testamento, que habla de lirios, pero es también el destructor del Antiguo Testamento, de la impiedad de Sodoma y Gomorra. A Dios debemos amarle, a Dios debemos temerle. Amarle por ser grande, temerle por ser grande.
Porque Dios es la Grandeza.
Por Saúl Castiblanco
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