¡Es la Madre de Dios quien defiende a la Iglesia, ayuda en la persecución y se hace enemiga de sus enemigos!
Redacción (12/09/2022 09:40, Gaudium Press) Derrotados en el golfo de Lepanto, los secuaces de Mahoma continuaron hostilizando a la Cristiandad por tierra. Nuestra Señora, sin embargo, no abandona a los suyos, y suscitó en defensa de la Cruz a un hombre lleno de fuego, coraje y piedad: el Beato Marco d’Aviano.
Fray Marco, capuchino justo y decidido, se convirtió en consejero del emperador Leopoldo I cuando las tropas otomanas cercaron Viena.
El soberano era de buena índole y religioso, pero de carácter indeciso; con su mano firme y sabiduría sobrenatural, el fraile le servía de guía espiritual y ayudante en asuntos de gobierno.
En Roma el Beato Inocencio XI, Papa de temperamento varonil e indomable, capitaneaba la nave de San Pedro. Sin embargo, sus intentos de abrir los ojos de las naciones europeas a las atrocidades cometidas por los seguidores de la media luna no impactaban a los cristianos, guiados por príncipes divididos entre sí y poco interesados en la gloria de Dios.
Para mover los Cielos a favor de una Europa indolente e impetrar la unión de los príncipes frente a la amenaza turca, el Pontífice promovió la coronación de la imagen de la Madre del Buen Consejo de Genazzano.
La victoria
Este gesto de alabanza y piedad constituyó la chispa capaz de encender el fuego de la gracia que derretiría el egoísmo y propiciaría el establecimiento de la coalición católica. Gracias a las negociaciones pontificias, que tuvieron al Beato d’Aviano como protagonista inmediato, el 8 de septiembre de 1683 las tropas de la Santa Liga, dirigidas por el incansable luchador Juan Sobieski, rey de Polonia, se reunieron en el monte Kahlenberg, cerca de Viena. Carlos de Lorena estaba al frente de las fuerzas imperiales y era el segundo al mando.
Antes de la batalla se celebró el Santo Sacrificio con la presencia de treinta y dos príncipes de sangre, innumerables nobles y una multitud de soldados. El mismo Sobieski acolitó la Misa. Al final de la celebración, el fraile capuchino dio la bendición diciendo:
“En el nombre del Santo Padre, les digo que si tienen confianza en Dios, ¡la victoria es suya!”
El 12 de septiembre, las tropas católicas descienden del cerro, sorprendiendo por la retaguardia al campamento enemigo. A pesar de la abrumadora superioridad numérica de los turcos, las filas de la Virgen dividieron las huestes del adversario y, tras duros combates, salvaron Viena.
En acción de gracias por la victoria, Inocencio XI extendió la fiesta del Santísimo Nombre de María a la Iglesia Universal. Por medio de hombres providenciales, animados por el soplo purísimo y combativo de Nuestra Señora, la cristiandad se salvó del naufragio de la Fe.
(Texto extraído, con adaptaciones, del libro ¡Maria Santíssima! El Paraíso de Dios revelado a los hombres. Parte II. por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP.)
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