Tocó las puertas de las trapas, de las cartujas, en varios países. Pero Dios quería que un hombre evidenciara a sus contemporáneos la necesidad del desprendimiento de los bienes materiales.
Redacción (16/04/2024, Gaudium Press) San Benito José Labre nace en Amettes, Artois, Francia, en 1748.
Siendo joven, ya mostró deseos de llevar una vida austera. Quiso ser monje trapense, a los 16 años, pero la familia se empeñó en disuadirlo. Empezó a llevar la vida de un monje trapense en casa. Entonces un tío, que era sacerdote, lo convenció de entrar a la orden de los cartujos, un poco menos austera y a esto ya no se opusieron los padres.
Fue a la cartuja de Val-Sainte, donde no quisieron recibirlo. Luego a la de Neuville, pero sufrió una crisis de angustia y vómitos. Viajó hasta Normandía a la Trapa de Mortagne, y allí el abad no quiso admitirlo por su corta edad. Regresó a la cartuja de Neuville, y nuevamente las angustias. Entonces el abad le dice: “La Providencia no lo llama a nuestro régimen de vida. ¡Siga la inspiración divina!”
Pero Benito insistió y fue hasta la famosa Trapa de Sept-Fons, y allí fue admitido como novicio. Pero otra vez le vino la crisis, esta vez de escrúpulos, con accesos de vómitos, por lo que el superior le dice: “No nacisteis para nuestro monasterio, Dios te quiere en otro lugar”.
Comenzó a peregrinar de uno a otro santuario de Francia, sintiéndose un poco desorientado, pero queriendo hacer la voluntad de Dios. Pasó a España, luego a Alemania. Breviario, una cruz en el pecho, un rosario en el cuello, algunos libros religiosos en una bolsa, eran sus únicos acompañantes.
Se instala en Roma, pero desde allí hizo muchas peregrinaciones
Finalmente llega a Roma, y se ‘instala’ en el Coliseo. La gente comenzó a llamarlo el pobre del Coliseo.
Iba a misa y a veces le negaban la comunión por su aspecto; pero cuando la recibía era el cielo. Era muy devoto de la devoción de las Cuarenta Horas de Adoración, y cuando esta ocurría, iba de forma muy anticipada a adorar a Jesús Sacramentado. A veces pedía al sacristán que lo dejara pasar la noche adorando a Jesús Hostia, permiso que normalmente se le negaba. Pero cuando el sacristán al otro día abría la iglesia ahí lo encontraba, sin saber cómo había ingresado.
Su iglesia preferida era Santa María dei Monti, adonde acostumbraba a ir incluso antes de que la abrieran.
De Roma hizo peregrinaciones a Loreto, a San Nicolás de Bari, hasta Einsiedeln, en Suiza. Ya lo conocían en los caminos, y algunos monjes le pedían que llevara correos de un lugar a otro. No iba a las hospederías, por huir del ambiente anticristiano que allí imperaba.
Le insisten de que se vuelva monje, o que trabaje
Una vez un sacerdote en Loreto le ofreció conseguirle un lugar en la camáldula de Monte Conaro. El santo le respondió que no era ese el deseo de Dios: ya había aprendido la lección.
Luego otro sacerdote le dijo que porqué no conseguía un trabajo. El santo le respondió: “Señor padre, es deseo de Dios que yo viva mendigando. Levante la cortina del confesionario y mire”. El Padre lo hizo y vio que la luz sobrenatural que salía del rosto del mendigo iluminaba toda la capilla. Él se estaba había santificado como un simple mendigo.
Un día, el jueves santo de 1783, saliendo de la iglesia de Nuestra Señora dei Monti, se sintió mal. Fue llevado a una casa próxima y allí entregó su alma a Dios. Y oh sorpresa, sus funerales hicieron recordar los de San Felipe Neri por las muchas personas que acudieron, y que querían tocar su féretro.
Dios quería glorificar a su siervo: 70 días después de su muerte, en su tumba, ya se habían operado 36 curas milagrosas.
Pío IX beatificó al ‘vagabundo de Cristo’ en 1859 y León XIII lo canonizó en 1881.
Con información de Arautos.org
Deje su Comentario