jueves, 21 de noviembre de 2024
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“Y los dos serán una sola carne”

La liturgia de este vigésimo séptimo domingo del Tiempo Ordinario nos presenta, en palabras del Apocalipsis, una síntesis perfecta de la moral católica respecto del matrimonio.

Jesus discute com fariseus

Redacción (07/10/2024 12:09, Gaudium Press) La primera lectura (Gn 2,18-24), extraída del Génesis, explica claramente por qué Dios creó al hombre y a la mujer.

Al crear al primogénito del género humano, Dios puso en su alma el instinto de sociabilidad, que se manifiesta en la necesidad de compañía y en un deseo inextinguible de amar y ser amado. Después de introducirlo en el Jardín del Edén, dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,18a), e hizo desfilar ante Adán a todos los animales —que en el Paraíso le obedecían [1]—, para darle darles un nombre. Después de terminar la procesión de la fauna creada por Dios, Adán se desilusionó, porque “entre ellos no encontró la ayuda adecuada” (Gn 2,20), y se sintió solo.

Una vez llegado a esta conclusión, “Dios hizo caer sobre Adán un sueño profundo” (Gn 2,21) –porque convenía sorprenderlo– y le quitó una costilla, con la que bien pudo formar a Eva. Bien podría haber modelado otro muñeco de barro, pero prefirió quitarle la costilla, con el objetivo de dejar claro que uno estaba hecho para el otro. De esta manera, promovió una unión completa entre ellos. [2]

Una pregunta formulada con intención perversa

“En aquel tiempo, unos fariseos se acercaron a Jesús. Para ponerlo a prueba, le preguntaron si era lícito al hombre divorciarse de su mujer” (Mc 10,2).

El Divino Maestro estaba evangelizando “la región de Judea al otro lado del Jordán” (Mc 10,1). Mientras enseñaban a la multitud, se le acercaron los fariseos, partidarios de una moral de exterioridades. No querían aprender, sino destruir, como destaca San Beda: “Es digno de notar la diferencia entre el espíritu del pueblo y el de los fariseos: el primero viene a ser instruido por el Señor, para poder sanar sus enfermos, […] los últimos, para engañarlo tentándolo” [3].

La Sabiduría Divina desmantela una trampa humana

“Jesús preguntó: “¿Qué les mandó Moisés?” (Mc 10,3)

Nuestro Señor es la Sabiduría Eterna y Encarnada y, como Segunda Persona de la Santísima Trinidad, no sólo lo sabe todo, desde toda la eternidad, sino que también todo lo contempla en un perpetuo presente, ya que para Él no hay pasado ni futuro. Para Él, entonces, no era nada nuevo que se le presentara tal problema.

Sabiendo cuál era la pésima intención de los fariseos al tender esa trampa, Jesús responde con total naturalidad y de forma perentoria, yendo directamente al punto donde pretendían llevarlo. Los fariseos, una vez descubiertos, tuvieron que confesar sus intenciones.

Se restablece la pureza primitiva del matrimonio

“Sin embargo, desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por tanto, el hombre dejará a su padre y a su madre y los dos serán una sola carne. Así, ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. (Mc 10,6-9).

En este pasaje, el Salvador consagra el matrimonio en la Ley Nueva, restableciendo el vínculo conyugal exclusivo y perenne, que sólo la muerte puede deshacer. De hecho, no permanece en el cielo, como aclara Jesús más tarde, durante una discusión con los saduceos (cf. Mt 22,30); es un pacto permanente sólo en esta vida. El matrimonio es una vocación, y quienes sean llamados a abrazarlo dejarán a sus padres “y los dos serán una sola carne”.

El contrato natural elevado a Sacramento

Nuestro Señor Jesucristo elevó el matrimonio —en sí mismo un contrato natural— a la categoría de Sacramento. En la celebración de las nupcias, los ministros son los propios novios. Al pronunciar la fórmula mediante la cual expresan su consentimiento a su unión, además ver aumentada la gracia santificante, reciben una ayuda especial para mantener más fácilmente la fidelidad mutua y cumplir los deberes de su nuevo estado.

Unión de dos que decidieron abrazar juntos la cruz

Se rompe así la idea romántica –tan extendida en las producciones cinematográficas de Hollywood y en las telenovelas– de que la vida matrimonial es una realidad hecha de rosas… Sí, hay rosas fragantes, con pétalos muy bellos, pero con tallos plagados de terribles espinas… ¡Porque no hay dos temperamentos iguales! Si no hay dos granos de arena ni dos hojas de árbol idénticas, menos aún lo son dos criaturas humanas, porque cuanto más se asciende en la escala de los seres, mayor es la diferencia entre ellos.

¡No nos engañemos! ¡En cualquier estado de vida, el verdadero camino a recorrer es el de la cruz! Después del pecado original, siempre estará presente en la vida social, habiendo desacuerdos y desavenencias incluso entre los cónyuges. Sería falso decir que es posible que una pareja exista en una armonía tan completa que cada miembro de la pareja nunca tenga que hacer un esfuerzo para adaptarse al otro. De ahí la importancia del Sacramento, que “purifica los ojos de la naturaleza, hace soportables las desgracias, suaviza las enfermedades, la vejez y las canas. La gracia hace que el amor sea paciente. Ella lo fortifica ante el choque de los defectos que ha encontrado” [4].

Quienes se basan en la estricta belleza física al contraer matrimonio actúan con gran insensatez, olvidando que, con el paso de los años, la fisionomía y ka piel adquieren un aspecto distinto… Peor aún es el error de quienes se casan por sensualidad, creyendo en la mentira de que la felicidad radica en dar rienda suelta a las pasiones voluptuosas en la relación matrimonial. En esto no puede haber libertinaje; cada persona debe respetarse a sí misma y a los demás, teniendo como objetivo la prole.

¡Soltar las riendas de las pasiones es inconcebible bajo cualquier circunstancia, ya que combatirlas es el centro de nuestra lucha y de nuestra cruz!

Extraído, con adaptaciones, de:

CLÁ DIAS, João Scognamiglio. O inédito sobre os Evangelhos: comentários aos Evangelhos dominicais. Città del Vaticano-São Paulo: LEV-Instituto Lumen Sapientiæ, 2014, v. 4, p. 403-419.

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[1] Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica, I, q. 96, a. 1.

[2] Cf. Idem, q. 92, a. 2; a. 3.

[3] SAN BEDA. In Marci Evangelium Expositio. L. III, c. 10: ML 92, 229.

[4] MONSABRÉ, OP, Jacques-Marie-Louis. La sainteté du mariage. In: Exposition du Dogme Catholique. Grâce de Jésus-Christ. V – Mariage. Carême 1887. 10.ed. Paris: P. Lethielleux, 1903, v.XV, p. 41.

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