El acontecimiento puede ser noticiado de muchas maneras. Pero no todas revelan la profundidad de lo ocurrido.
Redacción (01/10/2020 17:10, Gaudium Press) El acontecimiento puede ser noticiado de muchas maneras. Pero no todas revelan la profundidad de lo ocurrido. Efectivamente, esta mañana el secretario de Estado americano se reunió con el secretario de Estado de la Santa Sede. Pocas reuniones pueden tener más importancia si consideramos la dignidad de sus integrantes. También estaba presente Mons. Paul Richard Gallagher, secretario para las relaciones con los Estados, el ‘ministro de exteriores’ de la Iglesia.
Por ejemplo, se puede relatar de lo sucedido que “en un ambiente de respeto y cordialidad”, por 45 minutos se habló de los conflictos que ensangrientan el planeta, y se expusieron los puntos de vista propios sobre la China. (Es claro; no se espera más que respeto y trato amable en tan altos dignatarios.)
Se puede sencillamente contar que el secretario Pompeo ha expresado sus divergencias con la renovación del acuerdo secreto Chino-Vaticano – que está a punto de renovarse – y el Cardenal Parolín expresó su posición. Pero decir solo eso, sería decir poco. Muy poco.
El artículo de Pompeo en First Things
Al margen de las connotaciones políticas del encuentro, por ejemplo el hecho de que el Papa se haya negado a recibir al secretario porque no recibe personalidades políticas en época electoral, está en el fondo el que como poquísimas veces en la historia reciente una altísima personalidad política se esté pronunciando fuertemente sobre un tema que en tesis no sería de su competencia, como es un acuerdo entre la Iglesia y un país acerca de asuntos eclesiales.
Y es que el secretario Pompeo ha estado más que activo en sus señalamientos contra el acuerdo. Sus posicionamientos se resumen en el tuit que publicó el pasado 19 de septiembre: “Hace dos años, la Santa Sede logró un acuerdo con el Partido Comunista Chino esperando ayudar a los católicos. Pero el abuso del PCC sobre los fieles ha empeorado. El Vaticano pondría en peligro su autoridad moral si renovase el acuerdo”.
El tuit era posterior a un artículo publicado en la conservadora revista First Things , en el que Pompeo explicaba detalle su postura, y la del gobierno americano:
“Los términos de ese pacto nunca se han divulgado públicamente; pero la Iglesia tenía la esperanza de mejorar la condición de los católicos en China al llegar a un acuerdo con el régimen chino sobre el nombramiento de obispos, los administradores tradicionales de la fe en las comunidades locales”.
“Dos años después, está claro que el acuerdo entre China y el Vaticano no ha protegido a los católicos de las depredaciones del Partido, por no hablar del horrible trato que el Partido ha dado a los cristianos, los budistas tibetanos, los devotos de Falun Gong y otros creyentes religiosos”.
El artículo de Pompeo inclusive parece haber sido escrito por alguien diferente al secretario, por el detalle con el que conoce ciertas realidades al interior de la Iglesia.
“Como parte del acuerdo de 2018, el Vaticano legitimó a sacerdotes y obispos chinos cuyas lealtades siguen sin estar claras, confundiendo a los católicos chinos que siempre habían confiado en la Iglesia. Muchos se niegan a adorar en lugares de culto autorizados por el Estado, por temor a que, al revelarse como fieles católicos, sufrirán los mismos abusos que ven sufrir a otros creyentes a manos del ateísmo cada vez más agresivo de las autoridades chinas”.
El tema de los derechos humanos
Es claro, Pompeo no plantea sus intervenciones en términos de religión, sino de defensa de los derechos humanos. Y ahí no se puede decir que esté extrapolando su rol. Pero desde ese mirador vuelve a focalizar a la Iglesia: “La Santa Sede tiene la capacidad y el deber únicos de centrar la atención del mundo en las violaciones de los derechos humanos, especialmente las perpetradas por regímenes totalitarios como el de Beijing. A fines del siglo XX, el poder del testimonio moral de la Iglesia ayudó a inspirar a quienes liberaron a Europa central y oriental del comunismo y a quienes desafiaron a los regímenes autocráticos y autoritarios en América Latina y Asia oriental”. Es claro, muy lejos estamos de la relación Vaticano-EE.UU. de los tiempos de Reagan.
El asunto también ayuda a aumentar la importancia de las próximas elecciones en los EE.UU., pues si gana Trump, el nuevo gobierno no olvidará que en un momento coyuntural de la historia y del mundo, pasó lo que pasó. Y todo se puede tensionar aún más, a nivel geoestratégico.
Se dice incluso que hoy en la China hay autoridades que están sufriendo un síndrome de persecución, que los asemeja y va asemejando el país cada vez más al estilo de una Corea del Norte.
Es claro también, que estamos en época electoral, y en esos tiempos en lo que principalmente se piensa es en recoger simpatías que se traduzcan en votos. Y el argumento vaticano de que no se presta a maquinaciones políticas tiene su peso. Pero al final, lo que el mundo entero va a seguir con cada vez más atención, es el tema de los derechos humanos, incluidos los derechos a la práctica de la religión, en China. Porque al final son los hechos los que hablan.
(Gaudium Press / Saúl Castiblanco)
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