Si en la Tierra Jesús no negó nada a su Santísima Madre, ¿actuará de manera diferente si estuviera en el Cielo?
Redacción (20/01/2025 09:09, Gaudium Press) No es de extrañar que el primer milagro de Nuestro Señor ocurriera durante una fiesta de bodas, ya que las ceremonias nupciales estaban rodeadas de una extraordinaria solemnidad en aquella época, debido a la espera del Mesías, que vendría a salvar al pueblo judío. Se formaban nuevas parejas con la esperanza de ser incluidas en el linaje del Salvador, y la esterilidad era considerada un verdadero castigo.
Normalmente el banquete nupcial tenía lugar después del anochecer, y la novia salía en procesión hacia su nuevo hogar, precedida por amigas, portando lámparas, entre muestras de alegría y cantos. Las celebraciones en esa época tenían características únicas y a menudo duraban una semana, y solía haber un gran número de invitados.[1]
Jesús y María son invitados a una boda
“Hubo una boda en Caná de Galilea. La Madre de Jesús estaba presente. También Jesús y sus discípulos fueron invitados a la boda” (Jn 2,1-2).
En aquella celebración nupcial resulta inconcebible que Nuestro Señor y Nuestra Señora pudieran pasar desapercibidos. En su fisonomía, en su porte, en su manera de ser y sobre todo en su mirada, debería evidenciarse su inconmensurable superioridad sobre los demás. Inevitablemente, un aura sobrenatural debería rodearlos, atrayendo una discreta curiosidad por parte de los comensales. Nuestro Señor, dice el padre Ambroise Gardeil, “por la paz que difundía, más que por sus milagros y sus afirmaciones, demostró que era el Hijo de Dios”.[2]
“Cuando se acabó el vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”” (Jn 2,3).
Como siempre, despreocupada de sí misma, la Santísima Virgen María prestaba atención a todo, deseosa de hacer el bien a los demás. Entonces se dio cuenta, quizá sin que nadie se lo dijera, de la embarazosa situación: se había quedado sin vino. ¡Qué pena para los anfitriones! ¡Qué grande sería la decepción cuando esto se supiera! Esto, sin embargo, no sucedió, porque, como dice San Bernardino de Siena, “el Corazón de María no podría ver una necesidad, una aflicción” e, incluso sin que se lo pidieran, “interviene pidiendo un milagro para liberar a estos humildes esposos de su vergüenza”. [3]
Nuestra Señora interpretó todo con sabiduría y ciertamente consideró que la Providencia había permitido la falta de vino para darle a Jesús la oportunidad de manifestar su Divinidad. “Él aún no ha realizado ningún milagro, pero Ella no duda de su poder sobrenatural, y su comunicación implica una súplica para que él haga lo que sea posible, incluso un milagro.” [4]
Por otra parte, Nuestro Señor ya habría revelado a su Madre el gran misterio de la Eucaristía, tal vez para consolarla de toda la Pasión que Él tendría que pasar, y del abandono en que ella permanecería en la Tierra durante aproximadamente quince años. [5] María estaría pues ansiosa por el momento en que pudiera recibir la comunión. Y como no había vino, bien pudo pensar que era una buena ocasión para plantear la institución de la Eucaristía. [6]
Prefigura del milagro eucarístico
Jesús le respondió: “Mujer, ¿por qué me dices esto? Aún no ha llegado mi hora” (Jn 2,4).
Como era de esperar, Nuestro Señor también debió sentirse entristecido por la situación de aquellas familias. Sin embargo, quiso instruir a sus discípulos y asociar a la Virgen a su obra, mostrando el papel decisivo de la mediación de su Madre. Al decir “aún no ha llegado mi hora”, Jesús declara que todavía es demasiado pronto para la institución de la Eucaristía.
“Su madre dijo a los que servían: ‘Haced lo que Él os diga’” (Jn 2,5).
Nuestra Señora conocía muy bien el Sagrado Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad, engendrado en ese templo sublime que es su claustro maternal. “Porque tiene un conocimiento privilegiado, como Madre, del Corazón de su Hijo, sabe que será escuchada y recomienda a sus siervos hacer todo lo que Él les diga. Y así, por petición de María, la hora de los milagros de Cristo fue adelantada excepcionalmente”. [7] Es la eficacia de la omnipotencia suplicante.
Las tinajas de piedra se llenaron de agua, como había ordenado el Salvador, y he aquí que se convirtieron en vino.
Esto nos muestra cómo debemos confiar en Nuestra Señora sin reservas, incluso cuando parecemos merecer el rechazo de Nuestro Señor. Será Ella quien nos ayude cuando también a nosotros “nos falte el vino”, porque el poder de impetración de la Mediadora de todas las gracias es absoluto, por designio divino. En su insondable bondad, el Redentor prometió: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, yo lo haré” (Jn 14,13). Ahora bien, si esto es válido para nosotros, concebidos en pecado original y con tantas miserias personales, ¿cómo no iba a serlo en altísimo grado para su incomparable Madre?
Si Jesús no le negó nada en la Tierra, ¿actuaría de manera diferente en el Cielo? Si Él realizó este estupendo milagro, aunque todavía no era su hora, podemos estar seguros de que ahora su hora ha llegado, porque Él está en el Cielo como Sacerdote eterno ante el Padre para interceder por nosotros (cf. Hb 4,14). Está allí para responder a nuestras peticiones, y permanece a merced de las peticiones de Nuestra Señora.
De este modo, podemos estar seguros de que, recurriendo a María, seremos escuchados en cualquier circunstancia.
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(Extraído, con adaptaciones, de: CLÁ DIAS, João Scognamiglio. O inédito sobre os Evangelhos: comentários aos Evangelhos dominicais. Città del Vaticano-São Paulo: LEV-Instituto Lumen Sapientiæ, 2012, v. 6, p. 24-30.)
[1] Cf. FERNÁNDEZ TRUYOLS, SJ, Andrés. Vida de Nuestro Señor Jesucristo. 2. ed. Madrid: BAC, 1954, p. 150-152.
[2] GARDEIL, Ambroise. El Espíritu Santo en la vida cristiana. Madrid: Rialp, 1998, p. 167.
[3] BERNARDINO DE SENA, apud THIRIET, Julien. Explication des Évangiles. Hong-Kong: Société des Missions Étrangères, 1920, t. I, p. 272.
[4] BULLETIN PAROISSIAL ET LITURGIQUE, apud BERINGER, R. (Org.). Repertorio universal del predicador. Barcelona: Litúrgica Española, 1933, v. I, p.198.
[5] “Não há dúvida de que Maria conheceu o propósito de Cristo de instituir a Eucaristia muito antes que fosse instituído tão augusto Sacramento” (ALASTRUEY, Gregorio. Tratado de la Virgen Santísima. Madrid: BAC, 1956, p. 678-679).
[6] Cf. ibid., p. 680-681.
[7] TUYA, Manuel de. Biblia Comentada. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, v. V, p. 1003.
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