jueves, 28 de marzo de 2024
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Practicando la maravilloterapia

Bogotá (Martes, 22-10-2013, Gaudium Press) En días pasados describimos someramente y en sencillas líneas lo que Mons. João Scognamiglio Clá Dias, define como maravilloterapia, la medicina de lo maravilloso. [1] De hecho no es poca cosa la maravillo-terapia, no es ésta una ‘técnica’ curativa más. Firmemente creemos que cuando Juan Pablo II -haciendo suya la expresión de Dostoievsky- afirmó que la belleza salvaría al mundo [2] aludía a ese camino privilegiado para nuestros días, que es la vía del ‘pulchrum’, la vía de la maravilloterapia.

«Hace parte del bien vivir el aprovechamiento de todo lo que pueda ser objeto de contemplación», afirma Mons. Clá en su maravillosa tesis de psicología ‘La Fidelidad a la Primera Mirada’, introduciéndonos así a la práctica de la maravilloterapia. Verdaderamente, a ese buen vivir está el hombre llamado por naturaleza, pues él es en germen un cazador del ‘pulchrum’, de la belleza: «La inteligencia [humana] considera en la criatura el ser, y se vuelve para el trascendental de lo maravilloso: el ‘pulchrum’, al cual corresponde el instinto humano para la contemplación de la belleza del universo. Ese instinto ya se manifiesta en la infancia junto con el sentido del ser». [3]

Intentemos ahora una realizar ‘sesión’ de maravilloterapia, diciendo de antemano que realmente la forma completa de este camino es natural-sobrenatural, es decir, el sendero de la maravilloterapia es total cuando a partir de la contemplación de una bella realidad natural Dios manifiesta con su gracia algo de su Ser divino. Pidamos pues al Señor esa gracia.

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Aún el sol ejerce su imperio sobre los cielos, en este típico escenario veneciano de góndola y canal de la foto adjunta. El día es radiante.

Las plácidas aguas de verde-azulado sostienen la embarcación que el ‘gondolieri’ guía con destreza, poniendo su atención tanto en su oficio pero más en los hermosos ‘palazzi’ que sirven de marco al canal. El reflejo de cristal de las aguas se estampa sobre el babor lacado de la góndola, haciendo que ella se una indisolublemente al conjunto líquido. De hecho el remo del gondolero no está en combate con el agua, más bien le pide permiso, le solicita una licencia y ayuda para impulsar la nave. Permiso otorgado, noblemente por la esmeralda de mate.

Un feliz efecto fotográfico, de un lucero sobre uno de los viajeros, atrae sobre éstos algo ocultos nuestra atención. Nos es difícil resistir la sensación de la envidia -ojalá ‘santa’: ¡Cómo gustaríamos ser nosotros uno de esos pasajeros, y gozar de ese plácido y reparador recorrido sobre las aguas de Venecia! Casi que percibimos en propia piel los benéficos efectos que la maravilloterapia va ejerciendo en esas almas.

No se sabe qué más admirar, si el verde o la góndola o los palacios. De hecho la maravilloterapia usa más de los conjuntos que de los elementos individuales. Es la fusión de elementos reunidos en la escena la que nos encanta. El cielo, aunque de azul delicado y brillante palidece con relación al verde un tanto enigmático y firme de las aguas. Pero sin cielo azul, la percepción encantadora de la belleza del mar sería menos deslumbrante. El cielo nos permite deleitarnos aún más con el ‘pulchrum’ del verde.

«Placidez luminosa-verdosa»; «Brillo calmo azul-esmeralado»; «Contemplación apalaciada sobre un tapete de esmeralda en bruto»: no nos es fácil definir la sensación que produce el bello conjunto en los espíritus.

Entretanto, de algo sí estamos seguros: que allí sí hay brillo, pero el Brillo máximo está en Dios; que sí hay placidez, pero la mayor Placidez es descansar en Dios; que sí hay alegría contemplativa, pero la mayor contemplación la hallaremos en el cielo empíreo, en la visión cara a cara del Creador.

Por Saúl Castiblanco

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1. Clá Dias, João. A Fidelidade ao Primeiro Olhar – Um périplo, da apreensão do Ser até a contemplação do Absoluto.
2. Juan Pablo II. Carta a los artistas – A los que con apasionada entrega buscan nuevas «epifanías» de la belleza para ofrecerlas al mundo a través de la creación artística. 4-IV-1999. n. 16.
3. Clá Dias, op. cit.

 

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