domingo, 24 de noviembre de 2024
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Un niño perdido en Nazaret…

Un hecho de la vida cotidiana ilustra la convivencia de amigos y familiares con la Sagrada Familia.

San Juan y Jesucristo

Redacción (28/12/2020 10:40, Gaudium Press) Zebedeo y sus hijos estaban en Nazaret con el fin de poder frecuentar la casa de José. En esa ocasión, el futuro San Juan Evangelista tenía siete años y, durante un paseo, se distrajo separándose de su madre y acabó perdido entre las callejuelas de la ciudad. Estuvo andando por los recovecos más desconocidos, y no consiguió encontrar de nuevo a sus familiares. Fue una de las primeras pruebas que tuvo que afrontar el pequeño: el abandono.

Cuando una fuerte sensación de angustia había comenzado a dominarle, entró en una calle larga, por la que caminaba un hombre de porte muy distinguido, que trasportaba algunas mercancías.

San Juan, sin saber quién era, corrió a su encuentro. Cuando los dos se miraron, el niño reconoció a ese hombre: era San José, quien lo acogió con bondad y le preguntó qué le había pasado. Él respondió que estaba perdido y que no sabía cómo llegar al hasta el hospedaje.

El Santo Patriarca lo llevó a su casa y se lo presentó a la Santísima Virgen, narrándole vivamente lo sucedido, para tranquilizar al niño.

La Santísima Virgen estaba preocupada porque ya estaba a punto de anochecer, pero volviéndose hacia el niño, le dirigió una mirada de extrema benevolencia, abrazándolo con cariño. San Juan se halló envuelto por una suavidad tan reconfortante que recuperó por completo la calma.

Al verlo ya contento y distendido, María le propuso que pasara unos días con Jesús. Sorprendido, pero cautivado por el trato que había recibido, aceptó de inmediato.

San José se dirigió luego, a petición de su esposa, al lugar donde se alojaban Zebedeo y María Salomé para avisarles que el niño había sido encontrado y estaba a salvo, solicitando también el consentimiento paterno para la corta estancia de su hijo en la casa de ka Sagrada Familia. que le fue concedido con verdadero placer.

En efecto, la Virgen quería ofrecerle a San Juan una pequeña parte de la comunión que los dos disfrutarían más tarde. Sobre todo, quería que Nuestro Señor Jesucristo sentara las bases de la relación que tendría con el Discípulo Amado en el futuro.

Jesús, que en ese momento tenía 18 años, en atención a la edad de Juan, no le transmitió muchas enseñanzas, sino que quiso introducirlo en la facilidad del trato familiar, incluso jugando con él. Con la habilidad del más perfecto de los pedagogos, hizo que fuese sacando altas conclusiones de todos los actos que componían la rutina de la Sagrada Familia.

San Juan estaba extasiado con Nuestro Señor, incluso con los pequeños y amables tirones de oreja que tuvo que darle para formarlo bien, con vistas al futuro.

San Juan aprendía cómo cuidar de la Virgen

De tal manera Nuestra Señora se preocupó por San Juan que, durante estos tres días, reservó para San Juan algunas ropas que habían pertenecido a Nuestro Señor cuando era más joven, guardadas por Ella como verdaderas reliquias. Con sentido profético, la Santísima Virgen concibió por el niño todo el aprecio que le correspondía por su misión de Apóstol de Jesucristo y de custodio de Ella misma.

Uno de los propósitos de Nuestro Señor con esta bendita estancia fue mostrarle a San Juan el cuidado y cariño con el que San José y Él cuidaron a Nuestra Señora, pues cuando ambos estuviesen ausentes, el Discípulo Virgen tendría que sustituirlos.

El día de la despedida, como San Juan tenía que volver a casa con sus padres, se acercó a la Santísima Virgen con gran gratitud y le pidió una con un consejo. Nuestra Señora le dijo:

Hijo mío, llegará el día en que nuestra convivencia no conocerá la distancia. Hasta que llegue este día, debes seguir a Jesús ”.

San Juan también agradeció a Nuestro Señor y a San José el cariño con el que le trataron. Algo de su vocación había comenzado a florecer. Más tarde, cuando Nuestro Señor lo llamó, recordaría las palabras de Nuestra Señora y no dudaría en seguirlo con total adhesión.

Texto extraído del libro São José: ¿Quién lo conoce? p.355-358. Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP.

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