miércoles, 27 de noviembre de 2024
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San Leopoldo Mandic, un día escuchó la voz de Cristo que… lo ‘engañó’…

Es patrono de confesores y de enfermos de cáncer.

San Leopoldo Mandic B

Redacción (09/04/2021 07:06, Gaudium Press) San Leopoldo Mandic, patrono del confesionario, y de los enfermos de cáncer, un día – más exactamente el 23 de marzo de 1932 – predijo la segunda guerra mundial, el bombardeo de Padua, la ciudad donde vivía, pero dijo que su celda no sería alcanzada por el poder destructor de las bombas.

Padua sería bombardeada, lo “será y duramente. También el convento y la iglesia serán alcanzados, pero esta pequeña celda no, ¡esta no! ¡Aquí Dios usó de tanta misericordia hacia las almas, que debe quedar como un monumento a su bondad”: su profecía se cumplió a cabalidad, dándonos fe del gran misterio y bondad que es el perdón de los pecados por parte de un ministro de Dios.

San Leopoldo es patrono de los confesores por más que un justo título, y es que durante casi 40 años, pasó de 10 a 12 horas diarias escuchando a millares y millares de penitentes.

Nació el santo el 12 de mayo de 1866 en Castelnuovo, en los Balcanes, hoy en día Croacia.

Nacido en una familia descendiente de la nobleza, era el más joven de 12 hermanos. Entró a los capuchinos a los 16 años de edad.

Bogdan, que así era su nombre de pila, fue destinado al noviciado en Udine, en 1882, y luego, trasferido para Bassano del Grapa, recibió el hábito de su comunidad; ahí le fue dado el nombre religioso de Leopoldo.

Tenía una complexión física débil, lo que fue motivo de sufrimiento cuando tuvo que enfrentar la vida de penitencia de los capuchinos. Pero él llevaba todo con paciencia, y dando el mejor de los ejemplos.

Hizo la filosofía en Padua y la teología en Venecia. Siendo un joven profeso en Padua, escuchó en su interior la voz de Cristo que lo llamaba a ser misionero entre los cristianos ortodoxos, para reconducirlos al seno de la Iglesia. Recordaba mucho la fecha en la que escuchó esa voz del Señor, tanto que escribió 50 años después: “Este año es el quincuagésimo aniversario de cuando, por primera vez, oí la voz de Dios que me llamaba a rezar y promover el retorno de los disidentes orientales a la unidad católica”.

Dios lo quería de misionero, pero de una forma especial

Tan pronto como se de ordena sacerdote, en Venecia en septiembre de 1890, pide autorización para lanzarse a la misión, comenzando por los balcanes, cuyas lenguas había estudiado para cumplir su tarea.

Pero los designios de Dios son misteriosos, y la autorización le fue negaday nunca pudo ir a los balcanes. Lo que quería Dios es que sufriera como víctima expiatoria por la conversión de esos pueblos. Y el instrumento de ese martirio era su ministerio en el confesionario.

En ese sentido su celda se transformó en un campo de lucha: “Debo hacer todo solo para el bien de las almas, ¡todo, de verdad, todo!”.

Dios le dio el don de la sabiduría y el de consejo, que usaba en el confesionario.

También leía los corazones, según relata José Bolzonella, que iba frecuentemente a confesarse con el santo, y que cuenta que un día San Leopoldo le narró, con pormenores, las cosas que él había hecho.

Tenía por naturaleza un temperamento fuerte, que dominó con esfuerzo durante toda su vida.

No le faltaron los sufrimientos físicos, como dolores gástricos, afectación en los ojos, artritis deformantes, y finalmente el cáncer. Muere cuando se preparaba para la celebración de la misa, el 30 de julio de 1942.

En 1963 se trasladó su cuerpo incorrupto a una capillita construida al lado de su celda-confesionario.

Con información de Arautos.org

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