miércoles, 27 de noviembre de 2024
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San Juan Bautista, “el mayor varón de los nacidos de mujer”

San Juan Bautista es el único santo, salvo la Virgen, al que la Iglesia celebra su nacimiento.

San Juan Bautista 3

Redacción (24/06/2021 07:12, Gaudium Press) Hoy celebramos la Natividad de San Juan Bautista, el único santo al que la Iglesia celebra el día del nacimiento.

Es este un hombre gigantesco, según lo dijo el propio Jesús: “Os digo que entre los nacidos de mujer, no hay nadie mayor que Juan”.

Nace el Bautista seis meses antes que el Señor, del seno de una prima de la Virgen, Santa Isabel. Pero era el Bautista también hijo de la Virgen, pues fue la presencia de Nuestra Señora ya encinta la que lo engendró a la gracia, estando aún en el seno de Santa Isabel. Dice Mons. Juan Clá Dias en su obra “María Santísima: El Paraíso de Dios revelado a los hombres”, que el mayor milagro intercedido por la Virgen en el orden de la gracia fue la santificación de San Juan Bautista.

Su nacimiento fue milagroso, y anunciado por el mismo Arcángel Gabriel. Este se le aparece al sacerdote Zacarías y le dice que él verá al Mesías, y que va a engendrar en su mujer anciana un precursor de este Mesías. Le anuncia San Gabriel que éste retoño que florecerá cuando el tallo ya esté viejo será lleno del Espíritu Santo, y convertirá a muchos para Dios. El hecho de que sea el mismo mensajero celestial (“Yo soy Gabriel, que asisto al trono de Dios”) el enviado por Dios a anunciar el nacimiento del precursor y del Dios humanado, nos colocan en la perspectiva de la grandeza del Bautista y de su altísima misión.

La madre de Juan Bautista, también una gran mujer

La madre del Bautista era también una gran mujer, la primera después de San José y la Virgen que por inspiración divina reconoció y alabó la presencia del Mesías en la Tierra, en el seno de una Virgen: “Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde me viene a mí tanta dicha de que la Madre de mi Señor venga a verme?”. La Virgen responde a este saludo, entonando su gran himno, el Magnificat.

San Juan Bautista

De San Juan Bautista se cree que ya de niño, y lleno del Espíritu de Dios, huyó al desierto, habiendo quedado probablemente ya huérfano, y allí comenzó su vida de penitencia y oración. Es probable, así como el apóstol Santiago el Menor, que fuese parecido físicamente con Jesús.

Personificación de la penitencia, de la mortificación, de la santa severidad

Sus vestidos eran pieles de animales, su comida lo que la Providencia pusiera a su alcance. Brillaba en él la penitencia, y su piel estaba tostada por los soles del desierto: representaba el Bautista la mortificación. En eso representaba la severidad, una severidad llena de bondad, pero severidad, que se manifestará sublimemente cuando increpe a Herodes, y le reclame severamente por su pecado.

Avanzando lo que sería la vida del Salvador, cuando tenía 30 años se fue a la ribera del río Jordán y comenzó a predicar la conversión, e inició sus bautismos, señales del sacramento que luego daría Cristo a los hombres.

Muchas gentes empezaron a seguirlo. Eso ya era un milagro de la gracia, en un pueblo del que sus jefes, saduceos y fariseos, habían acostumbrado a la vida regalada, muelle. Era ese hombre que le anunciaba a las gentes: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”, “porque los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos”, es decir, conviértanse oh pueblos, porque llega el Rey de Justicia, el Rey de Misericordia, el Omnipotente. San Juan Bautista preparaba la opinión pública para la venida del Señor.

Con su piel tostada por la penitencia, su mirada pura, su palabra firme, San Juan Bautista llamaba a la conciencia de los judíos, para que abandonaran el pecado y detestaran lo que debía ser detestado y volvieran a amar lo que debía ser amado. Más que sus palabras era el testimonio de su vida, lo que tocaba las conciencias.

Yo a la verdad os bautizo con agua para moveros a la penitencia; pero el que ha de venir después de mí es más poderoso que yo, y yo no soy digno ni siquiera de soltar la correa de sus sandalias. Él es el que ha de bautizaros en el Espíritu Santo…”, decía.

Los fariseos comenzaron a preocuparse con esta estrella naciente que amenazaba obnubilar su prestigio, y le mandaron emisarios. Él claramente les dijo que sólo era el precursor de Aquel que bautizaría con el Espíritu Santo.

El propio Jesús quiso recibir el bautismo del Bautista, y al momento del Señor salir del agua bajó el Espíritu Santo en forma de paloma y se escuchó la voz del Padre que decía: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias”. Era la primera epifanía, dada con ocasión del bautismo del Bautista.

Final maravilloso

Pero ya había aparecido el Sol, Jesús, y la estrella que lo anunciaba había cumplido su misión, la cual concluiría despidiendo un maravilloso haz de luz.

Juan Bautista recriminó al rey Herodes que hubiese tomado por mujer a Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Instigado por Herodías, Herodes puso preso a Juan, pero en un primer momento no quiso matarlo, pues sentía su santidad.

Sin embargo el odio de Herodías, que temía ser despedida si la presencia de Juan convencía a Herodes, maquinó la trama asesina; hizo que su hija bailara ante Herodes y Herodes agradado realizó la siniestra promesa: “Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino”. Y la hija de Herodías, instigada por su madre, pidió la cabeza del gran Bautista.

Aunque le dio tristeza, el inicuo Herodes cumplió en el acto el terrible juramento, e hizo que le entregaran, en una bandeja, la cabeza de Juan Bautista. Se había apagado en esta Tierra la estrella, pero ya había surgido el Sol.

Con información de EWTN

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