domingo, 24 de noviembre de 2024
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San Gregorio Magno y el fin de una pandemia

Dios suscitó, a mediados del siglo VI, un hombre que, a través de sus oraciones, sacrificios y luchas, logró la conversión de Inglaterra, España, los lombardos que aterrorizaron a Italia, y puso fin a la terrible plaga que diezmaba a la población. : San Gregorio el Grande.

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Redacción (14/12/2021 11:46, Gaudium Press) Hijo de un senador muy adinerado y Santa Silvia, San Gregorio nació en Roma, en el año 540. Estudió Gramática, Retórica, Filosofía y Derecho, terminando su cursos de brillante éxito.

Era alto y delgado, de perfecto rostro ovalado, nariz aguileña, frente alta, mirada penetrante.

Magistrado Supremo de Roma

A la edad de 30 años, el Emperador de Oriente lo nombró pretor, es decir, magistrado supremo de Roma. Los lombardos amenazaron con invadir la Ciudad Eterna, y la corte de Bizancio dijo que no tenía ejército para oponerse a esos bárbaros. Gracias a las juiciosas negociaciones de San Gregorio con los lombardos, estos últimos abandonaron sus feroces proyectos. Por su notable sabiduría en el ejercicio de esta posición, se ganó el corazón de los romanos.

La familia de San Gregorio era muy fervorosa en su fe católica. Su padre dejó el cargo de senador, se convirtió en diácono y pasó a llevar una vida dedicada a la Iglesia. Su madre entró en un monasterio y tres de sus tías paternas consagraron su virginidad a Dios.

A menudo iba al monasterio benedictino de Monte Cassino a rezar. Era feliz de decir que San Benito era “su pariente en el orden de la naturaleza y su padre en el orden de la gracia”. De hecho, ambos pertenecían a la noble familia Anicia.

Legado papal en Constantinopla

Con la muerte de su padre, San Gregorio heredó una gran fortuna y decidió vivir una vida en busca de la santidad. Se hizo monje en su palacio de Monte Celio, construyó siete monasterios -seis en Sicilia y uno en Roma-, vendió el resto de sus bienes, distribuyó el dinero a los pobres y comenzó a cumplir con la regla de San Benito, practicando ayunos rigurosos. Roma, que había visto al noble pretor paseando por las calles con túnicas de seda cubiertas de piedras, lo vio ahora con trajes pobres.

Un día observó en un mercado de Roma a varios jóvenes apuestos que estaban siendo puestos a la venta como esclavos. Preguntó a qué personas pertenecían estos niños y les dijeron que eran anglos. San Gregorio dijo: “No son anglos, sino ángeles».

Informado de que eran paganos, deseó ardientemente convertirlos y obtuvo el permiso del Papa San Benedicto I para ir a predicar el Evangelio en Gran Bretaña. Acompañado de unos monjes, se puso en camino, pero la gente, al enterarse del hecho, corrió a su encuentro y lo obligó a regresar a Roma.

Ordenado diácono en 578, fue enviado a Constantinopla por el Papa San Pelagio II, como legado en la Corte de Bizancio, donde adquirió la estima de todos. Seis años después, regresó a Roma y el Pontífice lo eligió como su secretario.

San Miguel envainó su espada y cesó la plaga

Golpeado por una terrible plaga que diezmó a la población, San Pelagio II murió en 590. Para implorar a Dios el cese de este flagelo, San Gregorio promovió una procesión solemne por las calles de Roma, durante la cual la gente caía muerta; después de una hora, su número llegó a 80.

Luego, el Santo tomó en sus manos el cuadro de Nuestra Señora, pintado por San Lucas, y descalzo, vestido con el traje de penitente, comenzó a caminar hacia la Basílica de San Pedro.

Al llegar a un gran castillo a orillas del río Tíber, se escuchó un coro angelical cantando en alabanza a la Santísima Virgen, y la gente se arrodilló. Un ángel apareció en la parte superior del castillo, sosteniendo una espada en su mano que enfundó, lo que significa que la plaga había terminado.

A partir de entonces, el edificio pasó a llamarse “Castillo del Santo Ángel”. Era el 26 de marzo de 590. Posteriormente se colocó en lo alto de este castillo una imagen de San Miguel Arcángel, realizada en bronce.

Huyó en una canasta vacía para no ser aclamado Papa

Pero era necesario elegir al nuevo Papa. San Gregorio fue elegido por unanimidad por el clero, el senado y el pueblo. Cuando se enteró de la noticia, le escribió al Emperador rogándole que no confirmara su elección.

Anticipándose a que el Santo intentaría huir de Roma, se colocaron guardias en las puertas de la ciudad. Pero se escondió dentro de una canasta vacía que llevaban unos campesinos, y así logró escapar.

Cuando las personas se dieron cuenta de esto, comenzaron a ayunar y orar en las iglesias, pidiendo a Dios la gracia de encontrar a su amado pastor. Mucha gente empezó a registrar las casas y los campos. Después de tres días, lo encontraron rezando en una cueva y lo llevaron a la Basílica de San Pedro, donde fue aclamado. Al día siguiente recibió la consagración papal.

Uno de los cuatro Padres de la Iglesia Occidental

Entre las obras admirables realizadas por el Papa San Gregorio, destacamos las siguientes:

En Italia, convirtió a los arios lombardos, quienes devolvieron a los católicos todos los bienes que habían robado.

Envió al abad Agustín a Inglaterra, acompañado de 39 monjes, donde convirtieron al rey Ethelbert y a buena parte de la población. Agustín fue consagrado obispo de Canterbury, sureste del país. El día de Navidad 597, aproximadamente 2.000 personas recibieron el Bautismo en esa ciudad. La Iglesia elevó al honor de los altares Etelbert y Agustín de Canterbury.

Trabajó denodadamente por la conversión de los arios visigodos que dominaban España y perseguían violentamente a los católicos.

Escribió varios libros, entre ellos “Regla pastoral”, sobre la misión de los obispos, en el que afirma que el verdadero prelado debe levantarse “con ansia de justicia contra los vicios de los pecadores”. Y “Moralia”, que fue la base de la Teología Moral enseñada en la Edad Media. También escribió 844 cartas, que constituyen un auténtico tratado de derecho civil y eclesiástico.

Tal es la sabiduría, el esplendor y la grandeza manifestada en sus obras que San Gregorio recibió el epíteto de “Grande” y fue declarado Doctor de la Iglesia. Es uno de los cuatro Padres de la Iglesia de Occidente, junto con San Ambrosio, San Agustín y San Jerónimo.

Por Paulo Francisco Martos

(Nociones de historia de la Iglesia)

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