domingo, 24 de noviembre de 2024
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¿Qué falta, paz o coherencia?

Un gran intelectual brasileño decía que la gloria es como nuestra sombra. También la paz…

R099 D EVA Jesus e os Apostolos

Redacción (26/06/2022 16:43, Gaudium Press) Un gran intelectual brasileño decía que la gloria es como nuestra sombra: cuanto más la perseguimos, más huye de nosotros; para que nos siga, es necesario huir de ella.

Pero este no es el caso solo con la gloria; hay una serie de otras cosas que obedecen a la misma regla, como la paz.

Paz”. Se habla de ella en púlpitos, en discursos políticos, en las más diversas conferencias, en manifestaciones públicas… Pero, hasta el día de hoy, ¿quién la ha encontrado enteramente? Y no solo eso: parece que cuanto más lo buscamos, más lejos está de nosotros. Prueba de ello son las noticias publicadas en los últimos meses: guerras, catástrofes naturales, robos, crímenes, asesinatos, etc. Siempre es lo mismo, solo cambia el lugar y la hora.

Por no hablar de la paz interior de las personas. ¿Ha habido alguna vez en la historia una época en la que la agitación y la inquietud, el miedo y el pavor por el futuro, hayan reinado tan poco como hoy? ¿Por qué? Precisamente porque se busca tanto la paz… donde no existe.

El único camino a la paz

Toda la Liturgia de este XIII Domingo del Tiempo Ordinario nos invita a una sola cosa: a seguir a Dios, conscientes de que lo demás nos llegará por añadidura.

En la primera lectura, vemos a Elías que, por mandato del Señor, unge a Eliseo como profeta en su lugar. Simplemente se despide de sus padres y sigue a Elías hasta el final de su vida (cf. Reyes 19,16-21).

En el Evangelio, sin embargo, la invitación es mucho más exigente: “El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios” (Lc 9,62). Así respondió Nuestro Señor a quien le dijo: “Te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de mis parientes” (Lc 9,62).

¿Significa esto, entonces, que Nuestro Señor vino a perturbar aún más la vida familiar, separando a los hijos de sus padres? ¿Este dejarlo todo para seguir a Dios no produciría aún más desgracias para nuestra sociedad tan caótica?

Pensar así es no haber entendido lo que significa “seguir a Nuestro Señor”. El mismo San Pablo nos dice en la segunda lectura de hoy: “Hermanos, es para la libertad que Cristo nos ha hecho libres. Estad, pues, firmes, y no os dejéis otra vez enredar en el yugo de la servidumbre” (Gál 5,1). Esta entrega total a Dios, lejos de ser una carga o una molestia para nuestro espíritu, constituye la verdadera paz del alma. Solo en ella podemos encontrar descanso, libres de todo lo que nos ata a este mundo.

Esto no quiere decir, sin embargo, que todos deban encerrarse en un convento, para vivir una vida de oración y penitencia, sin ningún contacto con el mundo, dedicándose únicamente al servicio de Dios. La invitación de nuestro Señor es más accesible de lo que imaginamos.

Honremos la religión que profesamos

El número de católicos en el mundo hoy constituye un porcentaje muy considerable. Entre ellos, sin embargo, ¿hay alguien que pueda definir lo que es ser verdaderamente católico?

¿Ser católico es solo ir a Misa los domingos o participar en las fiestas, eventos y celebraciones de la Iglesia? ¿Es pagar el diezmo? ¿Es dar limosna?

Estas son cosas muy buenas, dignas de alabanza y sagradas, algunas incluso obligatorias. Sin embargo, esto no constituiría ni mucho menos el núcleo de la vida cristiana si no dejáramos aquellas costumbres que le son contrarias.

¿Es verdaderamente coherente quien, pretendiendo ser católico, frecuenta ciertos lugares hostiles a la vida de la gracia, no aparta la mirada de escenas contrarias al pudor y es capaz de dejar que palabras obscenas e indecentes manchen sus labios? ¿No es esto poner la mano en el arado y mirar hacia atrás? Quien hace esto no es apto para el Reino de Dios: fue el mismo Jesús quien lo dijo (cf. Lc 9,62).

Lo que nace de esto es la pérdida de la paz, una agitación interior de quien quiere al mismo tiempo cosas contrarias. Esta tensión pronto se derrama en nuestras acciones, en nuestra vida familiar y, en consecuencia, en la sociedad en su conjunto.

El secreto de la paz es ser coherente con una vida cristiana justa: vivir de acuerdo con esta elección justa que hemos hecho.

Debemos, por tanto, decidirnos a partir de ahora en adelante a entregarnos enteramente a Dios, y honrar el nombre de católicos que llevamos, rechazando todo lo que no es digno de él. Que nunca volvamos la mirada a las malas prácticas que hemos abandonado, porque, como dice San Nilo, “las miradas repetidas a lo que dejamos atrás nos hacen volver a la costumbre abandonada” [1].

Por Lucas Rezende

[1] SAN NILO EL MONJE, apud SAN TOMAS DE AQUINO. Catena Áurea. In Lucam, c.IX, v.57-62.

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