sábado, 23 de noviembre de 2024
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Si la ropa no se secara… lo ciegos que nos vuelve la ‘torcida’ actual

Ese Maior Vitium que el Dr. Plinio llamaba ‘torcida’.

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Foto de David Hoefler en Unplash

Redacción (12/10/2022 09:41, Gaudium Press) ¿Ya alguien imaginó que la ropa colgada en los tendederos no se secara ‘sola’, como ocurre imperceptiblemente por los efectos benéficos del sol puesto ahí por el Creador?

¿O ya nos imaginamos lo que sería que los atardeceres en el mar solo pudiesen ser contemplados por los que están en gracia de Dios, mientras que a los otros les fuere oculta su belleza y su candor?

¿Pensamos algunas vez en que las gotas de la cristalina lluvia cuando caen, benefician los campos de los buenos y los malos, de los pobres y los ricos, manifestando con ello la abundante generosidad de Dios?

Lamentablemente la agitación de este mundo del smog y el internet va tornando raquíticas las almas, para la contemplación de la bondad de Dios en el orden de la Creación.

La gran sinfonía de la Creación

“Corren caudalosos los ríos en busca de los océanos, fertilizando la tierra por donde pasan. Y tanto las aguas dulces de los lagos y ríos, cuanto las saladas del mar, ofrecen al hombre alimento en profusión. O Sol no cesa de hacer incidir sus calurosos y esenciales rayos sobre todo el orbe, dando brillo y vitalidad a todo cuanto delante de él se presenta. Los vegetales con sus substancias, hojas, flores y frutos, embellecen los panoramas, perfuman los bosques y jardines, nos ofrecen su oxígeno y nos agradan con sus sabores. Las laboriosas abejas producen su miel para alimento y alegría de los hombres. Los animales se multiplican y tornan aplacibles nuestras comidas y nuestros entretenimientos. La nota predominante de esa gran sinfonía es siempre la superabundancia”, (1) nos dice Mons. João Clá, en Lo Inédito sobre los Evangelios.

Superabundancia…

Es la superabundancia del amor de Dios, que nuestra psicología clama por percibir, por dejarse envolver por ella so pena de sentirnos en desolación, abandonados como punto minúsculo y oscuro en el gigante universo. La contemplación de Dios en las maravillas de la Creación nos acercan a su caridad y protección; nos tornan próximos también de su Madre, porque el Universo es reflejo también de María Santísima, la Obra perfecta de Dios.

Sin embargo este mundo está sumergido en un vicio que podríamos titular de Maior Vitium, el ‘Vicio Mayor’ – medio matriz de los otros si es que ese calificativo no es insultar a las madres – aquello que el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira llamaba de “torcida”.

Torcida

La “Torcida”, que podríamos definir como esa tendencia del hombre moderno a desarrollar un movimiento agitado e hiper esforzado, a la búsqueda de aquello sugerido por los caprichos propios o las candilejas del demonio.

Entonces el hombre actual tuerce, por ejemplo, por adquirir el auto de sus gustos, o de los gustos de la publicidad, y puede hacer lo que sea para conseguir ese auto, como llevar su ser a los límites del arduo trabajo, o arriesgar su propia integridad siguiendo vías non sanctas. Cuando alcanza el sueño de sus torcidas, el ‘premio’ se revela no tan satisfactorio, pero la ilusión de un nuevo ‘premio’ alcanzado por medio de las torcidas mantendrá su excitación. Y así se va arrastrando el hombre actual, esclavo, de torcida en torcida, como un resorte que se estira hasta casi romperse y luego se comprime más allá de lo permitido.

Ese movimiento agitado-torcedor, le impide contemplar las maravillas de Dios en su vida, en su entorno, lo torna ciego y sordo a la voz de Dios, anula su vida de reflexión y pensamiento que debe ser previa a la acción, lo torna egoísta, le destroza los nervios, lo hace caldo de cultivo de todos los vicios que sí, tienen su raíz en la torcida.

Cuando alguien empieza por fin a darse cuenta de esa realidad, ahí van el demonio, el mundo y la carne para repetir sus eslóganes ‘torcedores’:

– La calma, ese ritmo de los bobos. – La contemplación, esa excusa para no trabajar. – La agitación y el corre corre, fuentes del placer. Y así por delante, cuando es justamente todo lo contrario.

La vacuna contra la muy nociva ‘torcida’, comienza por pedir a Dios y a su Madre que nos liberen de ella, que nos den la gracia de salirnos de su yugo. Que nos hagan detestar la ‘torcida’ como uno de los mayores enemigos de nuestra alma. Que Él y Ella nos prevengan cuando movidos por el impulso del mundo, estemos corriendo la carrera loca detrás de quien sabe qué, dejando a un lado la acción serena, verdaderamente laboriosa, constante y decidida que nace de la reflexión iluminada por la fe, y que busca sobre todo los objetivos que nos señala la fe.

Pedirle a la Virgen que restaure en nuestras almas la vena contemplativa, esa que nos prepara para la buena acción, esa que puede ser ejercida en medio de la acción, aquella que permitía a Adán darle nombre a los animales, porque ya había contemplado a Dios en ellos, y en todo el Orden de la Creación. Ahí está la verdadera alegría.

Por Saúl Castiblanco

P.S.: Cuidado con la agitación y torcida de las pantallitas negras.

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(1) Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. O inédito sobre os Evangelhos – Comentários aos Evangelhos dominicais. Ano C – Domingos do Advento, Natal, Quaresma e Pascoa. Libreria Editrice Vaticana. Instituto Lumen Sapientiae. 2012. Vaticano. P. 343.

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