¿Qué es lo verdaderamente útil y necesario para enfrentar una catástrofe global? Al borde de una guerra mundial, ¿dónde poner las esperanzas?
Redacción (17/10/2022 09:53, Gaudium Press) Las circunstancias de la vida nos muestran continuamente lo limitados que somos.
Ya sea que los hombres lo acepten o no, debemos admitirlo: cuanto más creemos que tenemos ciencia, más se prueba que tenemos mucho que saber. En el pasado, los cartógrafos dibujaron con confianza en los mapas la famosa inscripción junto al Estrecho de Gibraltar: “Non terrae plus ultra!” (“¡No hay tierra más allá!”). ¡Solo faltaba una “pequeña isla” de casi 43.000.000 km² que luego se llamaría América…!
No hace mucho, mentes superficiales pensaban que la ciencia estaba a punto de crear vida cuando, de repente, se vieron obligados a encerrarse en laboratorios para estudiar a un ser microscópico que durante dos años fue un azote mundial.
¿Qué pensar, entonces, de grandes eventos catastróficos que hoy amenazan, de una sola vez, con destruir grandes concentraciones urbanas, metrópolis o países enteros? En 1945, la bomba lanzada sobre Hiroshima fue capaz de matar a 70.000 personas en 1 segundo. ¿Qué será de estas mismas armas 80 años después?
Una vez más nos damos cuenta de lo frágiles y limitados que somos: ¡la fuerza de los átomos es mayor que la nuestra…!
Podrían citarse aquí innumerables ejemplos, incluso a nivel individual, en los que incluso las pequeñas desgracias o desastres de nuestra vida cotidiana prueban esta contingencia.
Reset: el apagar de muchas esperanzas…
La verdad es que al ser humano no le gusta mirar sus insuficiencias. Prefiere ver lo que ya ha logrado y gloriarse en ello, que mirar lo que le falta y reconocerse limitado.
Lejos de nosotros quedan los tiempos en que perfeccionar la personalidad con virtudes y valores morales era una prioridad. Carácter, honor, buenas costumbres, honradez, integridad, santidad: sustantivos muy bellos, pero que casi podrían catalogarse de arcaicos, características de pueblos ancestrales, palabras en desuso, expresiones que describen a los hombres de nuestra prehistoria.
En sentido contrario, empujando con todas sus fuerzas un movimiento lleno de promesas, la revolución tecnológica y digital parece correr sin aliento y con locura hacia la solución de todas las cosas, la realización de un mundo paradisíaco, la cura de todas las enfermedades.
Con apenas dos letras más, la teología está siendo reemplazada por la tecnología, consagrada como una verdadera panacea universal, donde esas palabras arriba mencionadas ni siquiera tienen sentido (porque con tantas maravillas, hablar de virtud o decir que Dios existe no tiene sentido), ¡hasta que llegue el día, para sorpresa de todos, ¡en que internet falle! Este día en el que todas las esperanzas puestas en ella, sean borradas como un “gran reinicio”.
¿No es eso posible?
En 1939, cuando recién comenzaba la Segunda Guerra Mundial, no era posible imaginar el poder de una bomba atómica. Hoy, ¿qué se puede esperar de una guerra mundial?
Aún hay tierras más allá de Gibraltar
La posibilidad de un evento como este, desastroso y con consecuencias inimaginables, nos lleva a reflexionar sobre lo que es verdaderamente útil y necesario para la vida humana. Siendo ella tan limitada, ya sea por los factores que pueden sorprenderlo en su curso, o por la brevedad de los años que uno puede vivir naturalmente en esta tierra, vale la pena preguntarse: ¿qué es lo realmente importante y esencial para el hombre?
En definitiva, ¿qué objetivos merecen nuestro verdadero compromiso? ¿Qué valores o principios debemos defender y qué cosas podemos desdeñar? ¿Qué doctrinas debemos conocer y qué debemos enseñar? ¿Cómo nos beneficiamos de lo que vemos y qué criterios utilizamos para elegir lo que queremos?
Si comparásemos nuestra vida con el hilo de un carrete que, además de tener una longitud definida, tiene la posibilidad de ser cortado en cualquier momento, ¿dónde depositaríamos nuestras esperanzas?
¿Buscaríamos acumular lo necesario para la vida eterna, o, arrastrados y engañados por las promesas de la ciencia, diríamos de la muerte lo que decían los cartógrafos del Estrecho de Gibraltar: “No hay tierra más allá”?
Por Cícero Leite
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